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Arte

APUNTES SOBRE LO MONSTRUOSO FEMENINO EN EL ARTE

Violeta García

El año pasado visité en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires una exposición a propósito del 200 aniversario de la primera edición de Frankenstein que incluía dibujos, manuscritos, datos biográficos y escenificaciones sobre el libro y su autora. Mientras recorría los pasillos y miraba distraídamente, comencé a rumiar una idea, al principio imprecisa, al comparar a la criatura de Shelley con otros monstruos emblemáticos de la cultura. Sin duda había algo distinto en su planteamiento. Casi sin darme cuenta, intenté traer a mi memoria otras autoras del género fantástico y de horror, y solo entonces caí en cuenta de que estaba tratando de ubicar las diferencias que existen con ellas, pero también las características que comparten.

La pregunta que me estaba haciendo era “¿se puede hablar de lo monstruoso femenino en la creación artística o simplemente se trata de una ocurrencia caprichosa de mi parte?”.

Lo monstruoso es aquello anormal que causa repulsión y miedo; generalmente se lo relaciona con la maldad, pero de acuerdo con su raíz latina también va ligado a lo prodigioso y lo divino: es aquello que se enseña, que se revela como una señal.

                En la mitología y la cultura popular (a los ojos masculinos o del sistema patriarcal, si se quiere), lo monstruoso femenino tiene que ver al mismo tiempo con la seducción, la ostentación de poder de la mujer y el miedo a la castración. Algunos ejemplos serían Medusa o las sirenas en la tradición griega, o la figura histórica de la bruja. Pero también se conecta con la falta de abnegación y entrega al rol de esposa o madre, como reflexiona Claire Dederer en su artículo “Qué hacer con el arte de los hombres monstruosos”, escrito a raíz de la polémica surgida del movimiento “Mee Too” y la acusación de violación de Dylan, la hija de Woody Allen, en el que postula que, a diferencia de los hombres que ejercen la violencia sexual y el maltrato físico, lo monstruoso en las mujeres pasa más por la autodestrucción y el “egoísmo” al descuidar a sus hijos y su familia en pro de conseguir la grandeza artística, y hace mención de nombres como Sylvia Plath, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, entre otras.

En los caracteres de ficción también encontramos que los masculinos son de una crueldad o una fealdad bien explícitas. Nunca nos cabe duda de en qué reside la monstruosidad de Drácula, de Mr. Hyde o Pennywise. Sin embargo, para las creadoras y teóricas del arte, muchas veces el concepto tiene que ver más con los orígenes etimológicos de la palabra (mostrar), y con lo siniestro (que Schelling define como aquello que estando destinado a permanecer oculto, sale a la luz). Tal es el caso del discurso de Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás o el de Teresa Margolles en sus múltiples exposiciones con cadáveres y objetos alusivos a la muerte. Pocas veces encontramos en la historia o en la ficción personajes como el de Erzsébet Bathory, “la Condesa Sangrienta”, figura abordada primero por Valentine Penrose y posteriormente retomada por Alejandra Pizarnik, quienes nos narran cómo Bathory, con gran crueldad, habría torturado y sacrificado a más de seiscientas doncellas para bañarse en su sangre y conservar la juventud.

En cambio, la maternidad es sin duda una de las inquietudes intrínsecas a la idea de lo femenino que comparten creadores y creadoras, lo mismo que el espectador en general. La madre que engendra deformidades o la que abandona o mata a sus hijos es el monstruo femenino por excelencia. En cierto modo, Frankenstein también es una inquietud por lo engendrado y un extrañamiento ante la propia fealdad espiritual. Ahí radica su peculiaridad.

Pareciera como si lo monstruoso en la creación de las mujeres fuera algo más sutil (pensemos en la ficción de Amparo Dávila o la de Silvina Ocampo), algo que nos inquieta por su naturaleza abyecta que no es tan explícita, sino que se oculta a la mirada, sin desprenderse del todo de la cotidianeidad. Al parecer, ya sea debido a la construcción cultural del género o a una manera natural de contemplar la vida, las mujeres concebimos y ejercemos la monstruosidad y la violencia de una manera distinta que los hombres, y eso se ve reflejado en el quehacer artístico.

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