Por JULIÁN MITRE
La cinta Barbarian inicia contando la historia de Tess, una joven de color que viaja a Detroit para una entrevista de trabajo como investigadora de un documental. Tess alquila una casa en un barrio marginal para pasar la noche, pero llegar descubre que en la casa se encuentra un hombre que también rentó el lugar. A pesar de la desconfianza y debido a la falta de habitaciones de hotel en la zona y una fuerte tormenta que no para, Tess decide compartir la casa con el otro inquilino, que, aunque amable, no termina por inspirarle confianza. La mujer descubrirá más tarde que el peligro está en otra parte.
Con esta semblanza el espectador asiduo al cine de género podría esperarse una película bastante común, pero la vuelta de tuerca es fundamental en el guion -escrito por Zach Cregger quien también dirige- y en realidad el encuentro entre Tess con el otro inquilino es solo el primer acto que sirve para poner en contexto y crear tensión en el espectador. Tensión y contexto que cambiaran abruptamente en el siguiente acto cuando la historia se centre en el dueño de la casa, una celebridad que se enfrenta a un escándalo de acoso y la consiguiente cancelación. El hombre, abrumado económicamente a consecuencia de ello, viaja a Detroit para poner en venta el inmueble y una vez más, cuando el espectador cree saber lo que sucederá a continuación, hay otro giro en la trama
No conviene dar más detalles para no arruinar las sorpresas, basta decir que Barbarian es una obra que aprovecha bien los clichés del cine de terror y los giros argumentales para presentar una historia llena de tensión con escenas inquietantes que le dan su merecida clasificación R y una fuerte carga de comentario social.