Adriana Rodríguez Morán
“El
pueblo, por desgracia, es todavía muy ignorante, y es mantenido
en su ignorancia por los esfuerzos sistemáticos de todos
los gobiernos, que consideran esta ignorancia como una de
las condiciones más esenciales de su propia potencia.”
Bakunin
La
reciente efervescencia por la corrección política ha contribuido a
una mayor atención a los asuntos que tienen que ver con lo moral y
lo ético. Me permito separar estas dos concepciones, ya que la moral
podría referirse a simples juicios superficiales o convenciones
sociales y lo ético a un bien más universal y profundo.
Los
tiempos presentes nos vuelven testigos de una cascada interminable de
denuncias sociales de la vida privada de artistas e intelectuales.
Hablamos de actos, a todas luces, perturbadores como lo son una
violación, abuso sexual, pederastia o incesto, entre otros.
Ejemplos
hay muchos, basta con echar un vistazo a la red para encontrar
información sobre Octavio Paz, Gabriel García Marquez, Lewis
Carrol, Pablo Neruda, Pablo Picasso, Paul Gaugin, Kevin Spacey Wody
Allen, etcétera, (todos ellos denunciados por los delitos ya
mencionados) quienes han sido objeto de un linchamiento social.
Sin
embargo, es necesario diferenciar los hechos comprobados de alguna
desafortunada declaración meramente sacada de contexto o una sola
versión simplificada de una historia compleja, sin mencionar las
simples y llanas difamaciones. Debido a la inmediatez de las redes
sociales esto se hace tarea casi imposible, sumando las denuncias
incluso a autores que ya están muertos.
Así
pues, el cuestionamiento social que podría constituir un método
para generar una ética de vida que pone por encima del
individualismo las necesidades colectivas, (lo cual sería óptimo
para un bien común) podría llevar a asumirnos los jueces
dictaminadores de lo correcto y lo incorrecto y la cancelación
de todo aquello que no concuerda con nuestra concepción particular.
En
teoría la cultura de la cancelación está llena de buenas
intenciones de justicia social hacia las minorías. Es la creencia de
que un hombre que ha actuado mal, por excelsa que sea su obra, sufra
las consecuencias de sus actos.
Pero
más allá de la cultura de la cancelación, la vida del artista no
debe verse como el reflejo de la vida privada, (aunque en parte lo
sea), sino como una herencia cultural y el reflejo del contexto de
otros tiempos, usos y costumbres. Negar la realidad histórica no
hace que esta desaparezca Limitarnos a un sentido dicotómico, en
donde si no es negro es blanco, significa perderse de los matices de
la realidad. Habrá que ser cuidadosos, pues en la imposición
corremos el riesgo de caer en el fascismo.
Suspender,
bloquear o tratar de eliminar sus creaciones nos lleva al peligro
inminente de dejar sin arte al mundo, puesto que ¿quién dispondrá
de las cualidades necesarias para satisfacer las expectativas de
todos? Es decir, que no solamente se rechazará a aquellos que han
cometido actos grotescos como los que ya se han mencionado, sino que
se podrá cancelar todo lo que no nos parezca según la ideología de
cada uno.
No se trata aquí de justificar la conducta depravada de algunos
artistas, sino de no juzgarlos desde esta era digital con los
parámetros de la misma, prohibiendo el consumo de obras sin reparar
en el contexto histórico de la vida de cada autor. Es de suma
importancia complejizar y problematizar la realidad, analizar todas
sus partes para entenderla. Es decir, se trata de estar lo mejor
informados para poder disfrutar de los libros, las películas, la
música y las pinturas con profundidad estética y no con la
idealización del creador, quien finalmente es humano y como tal,
está lleno de defectos.