Julián Mitre
La Santa Inquisición condenó
en la Nueva España en el año 1661 a morir en la hoguera al barón
Vitelius d’Estera de origen desconocido y jamás confesado, al ser encontrado
culpable de hereje y fautor de herejes, dogmatizador, haber usado hechicerías y
brujerías para fines torpes y deshonestos, dedicarse a la nigromancia evocando
a los muertos, adivinar las cosas futuras por medio de cadáveres, así como por
seductor de mujeres casadas… y doncellas.
Mientras los cargos y sentencias le eran leídos, el barón se mantuvo altivo y burlón frente a los inquisidores, se puso de pie y dijo: “Me parece perfecto, pero sin cadenas”; acto seguido los grilletes que le ataban pies y manos desaparecieron y el barón se retiró de la sala ante la sorpresa de todos.
Ya en la hoguera, Vitelius levanta la
vista, observa en el cielo un cometa y mientras las llamas consumen su cuerpo
declara que dentro de 300 años, cuando el comenta pase nuevamente por esa
latitud, él ha de volver para acabar con
todos los descendientes de los verdugos y así exterminar sus extirpes malditas.
Ese es el inicio de El barón del terror, película estrenada en 1961, dirigida por Chano Urueta, protagonizada y producida por Abel Salazar.
Cumplida la fecha pactada, el cometa cae en un bosque y en su interior se encuentra Vitelius d’Estera convertido ahora en un ente demoniaco, a medio camino entre un hombre y una mosca, que luego de sorber con su lengua viperina los sesos de un curiosos y desafortunado hombre que pasaba cerca, adopta su antigua forma humana para dedicarse a lo que más le gusta: conquistar mujeres, además de consumar su venganza. A lo largo de la cinta queda claro que el poderío y maldad del barón no han mermado con los siglos.
El barón del terror tuvo un alcance internacional gracias a que K. Gordon Murray (productor estadounidense que comercializó, entre otras, películas como Caperucita y pulgarcito contra los monstruos o Sata Claus,dirigida esta por Rene Carmona) adquirió los derechos para distribuirla en Estados Unidos con el título de Brainiac. Esta cinta sirvió de inspiración a Frank Zappa para componer su primera canción: Debra Kadabra.
A pesar de
haber sido realizada con pocos recursos y tener una historia bastante sencilla,
la obra tiene el mérito de haber creado a uno de los villanos más originales
del cine mexicano, pues poco o nada se
inspira en criaturas extranjeras como
momias o vampiros, siendo reconocido por ello en todo
el mundo hasta nuestros días.