El cine de explotación es un género que se caracteriza
por la baja calidad de sus producciones, la pobreza del guion y de la actuación
y especialmente por abordar temas tabús con el mero fin de escandalizar. Siempre
rodeado de sexo, violencia, consumo de drogas y mucha mala leche, pues de
ninguna manera busca moralizar, al contrario parece celebrar la existencia de
los problemas que aborda.
Se le puede clasificar de acuerdo al tema en el que hace
énfasis por ejemplo: el blaxploitation, con protagonistas de color y el orgullo
negro como pretexto; el nunexploitation, que coloca a monjas en situaciones bastante
lujuriosas y blasfemas; el sexploitation, con abundancia de escenas porno soft;
el brucexploitation, surgido por la popularidad de Bruce Lee y sus muchos
imitadores, el de cárceles, el de violación y venganza y de casi todo lo que se
les ocurra.
En México existen varios trabajos dentro del género,
joyas como Siete en la mira, Intrépidos
punks y Satánico Pandemonium, de
las que hablaremos en su momento, son claros ejemplos pero en definitiva la
cinta que se lleva el primer lugar tanto por su baja calidad como por las ganas
de ofender es El violador infernal.
El Gato (Noe Murayama) es un peligroso violador en serie
que ha sido atrapado por la justicia y condenado a morir en la silla eléctrica.
Tras su ejecución, el diablo –en la
forma de una madura y sensual Ana Luisa Peluffo- le ofrece al Gato volver a la
vida, ahora con dinero y poderes sobrenaturales, para seguir con sus fechorías
a cambio de marcar con el 666 a todas sus víctimas, cosa que obviamente nuestro
protagonista acepta.
Su primer crimen luego de revivir, es el asesinato y
violación del cadáver de un joven homosexual al que previamente había llevado a
su nueva mansión para consumir cocaína y
tener relaciones.
El resto de la cinta se desarrolla entre escenas lésbicas
bastante gratuitas, persecuciones, balaceras y rayos x -el mayor efecto especial
de la cinta y que consiste en congelar la imagen para dibujar líneas amarillas
que salen de los ojos del violador hacía su objetivo- chistes homofóbicos al
más puro estilo del cine de ficheras, como debe ser si aparece el Flaco Ibáñez
interpretando al inteligente policía que ha leído unos libros que dicen que el
666 hace referencia al diablo, deduce que los asesinatos son cosa del Gato y
que sólo se le podrá detener evitando que dejé el sello en sus víctimas, la última
de ellas interpretada por la Princesa Lea, una famosa vedette de la época que
corre con los pechos al aire durante un buen rato.
Es muy notorio que luego de llenar la pantalla de sexo y
drogas el director se dio cuenta de que debía terminar la cinta y apresuró el
final en una secuencia sin mucho sentido.
El violador infernal no es un
filme que vaya a agradar a todos, menos en estos tiempo de tanta corrección
política, pero cumple perfectamente con dos de las características del cine de
explotación: es malo e irrespetuoso.