Néstor Pompeyo Granja
Si
yo fuera un espectro y viviera en una casa abandonada, a mitad de
algún paraje desértico, sin nadie a quién asustar, sin nadie con
quién interactuar y sin ningún suceso que alterara mi vida para
bien o para mal; si todo en mi existencia fuera plano, monótono,
adormecedor, entonces “Tripping back into the broken days”
sería mi disco favorito.
Este
álbum es el séptimo trabajo de estudio de Lycia, banda de dark
ambient formada en 1988. Y lo que este álbum transmite es
precisamente eso: un letargo y una modorra que mesmerizan, que aíslan
los sentidos y desconectan de cualquier cosa que esté sucediendo en
el entorno. Los recursos utilizados son mínimos, pues aquí la
música es llana a más no poder: una guitarra acústica que puede
rasgar los mismos tres soporíferos acordes durante canciones de más
de cinco minutos en promedio, acompañada de una electrónica
atmosférica que susurra: “duerme… duerme…”. Y
en medio de tan grisáceas vibraciones, se van turnando las voces de
dos distímicos espectros: primero Mike, luego Tara, de nuevo Mike,
de nuevo Tara, de nuevo Mike…
¿Sorpresas?
El disco no ofrece muchas, pues básicamente cada canción es una
prolongación de la anterior, aunque cabe aclarar que esto no es
malo: estamos ante un trabajo diseñado no para sorprender, sino para
desprender. Y escuchar “Tripping back…” implica
desprenderse de todo durante poco más de una hora, para sumirse en
un profundo coma donde nada importa, donde las emociones se
anestesian y todo da lo mismo, pues a fin de cuentas todo es lo
mismo: la música, las voces, la casa abandonada, los días rotos…
¡qué más da!
Un
disco pálido para personas en blanco y negro. O
como ellos mismos lo dicen en uno de sus temas: “No
words, no smiles, I don´t think, I don´t speak, I´m just halfway
gone, caught in between here and there”.
Ni más ni menos.
Lycia,
“Tripping back into the broken days” [Projekt, 2002].