Gonzalo Lizardo
Pero volvería a Italia —si termina la pandemia— no solamente para visitar
jardines. Escucharía música hasta cansarme: clásica, contemporánea, pero sobre
todo rock: de ese que solo allá sabían hacer. El progresivo italiano de los 70 me
conmocionó tanto como a otros el punk. Los traumas de la posguerra y la
reconstrucción enmarcaron esa época, la del Partido Comunista y la Democracia
Cristiana, la de Calvino y Pasolini, la de Sofía Loren y Alberto Burri. Un caos
fertilísimo que vio florecer a una camada extraordinaria de músicos, jóvenes virtuosos
de pelo largo que se treparon al tren de la contracultura —amor, paz, utopía— sin
renunciar a su gloriosa tradición musical.
Caracterizadas por su feroz sincretismo, no hubo
límites armónicos, lingüísticos o ideológicos que estas bandas no rompieran. Amplificaron
la realidad social con ecos mitológicos, entre sus fugas barrocas florecía el
jazz eléctrico y los cantos tribales se enredaban entre monodias gregorianas. Álbumes
como Concerto Grosso de New Trolls o Zarathustra de Museo Rosenbach nos ofrecen
aventuras auditivas que asombran la razón tanto como las emociones, que se piensa
con el cuerpo mientras nos acaricia las neuronas.
Sin duda, la figura emblemática del movimiento fue
Demetrio Stratos, Il maestro della voce:
un cantante italiano (nacido en Alejandría) que en su breve carrera (murió a
los treinta y cuatro) transgredió los límites fisionómicos de la garganta
humana y rescató el potencial libertario, ritual de la voz. Un chamán que se convirtió
la “buena vocalización” en algo más que un bello instrumento: porque nuestra
voz, más que ser bella, debería “liberarnos de la condición de oyente y
espectador a la que la cultura y la política nos han acostumbrado. Este trabajo
no debe tomarse como una escucha pasiva, sino como un juego en el que arriesgas
tu vida”.[1]
Dicen que la noticia de su enfermedad (derivada de
la leucemia) conmocionó al movimiento. Sus colegas y sus seguidores organizaron
un concierto, el 14 de junio de 1979, para financiar su hospitalización, que al
final resultó infructuosa. El evento fue memorable, incluso para mí, que solo
pude vivirlo a través del disco que hoy escucho.[2] Dicen también
que en Milán hay una calle con su nombre. Tengo el proyecto de viajar hasta ahí
para sentarme en una esquina, con uno de sus discos bajo mi brazo y su voz
inhumana resonando en mi sesera.[3]
[1] Stratos, Demetrio, dalle note introduttive a “Metrodora”. Collana
DiVerso, n. 5, 1976.
[2] En Youtube puede verse un documental amateur sobre el evento
(https://www.youtube.com/watch?v=PF4if3xfzjM )
[3] Por ejemplo:
https://www.youtube.com/watch?v=fR5HMahcLhA&t=14s