Gonzalo Lizardo
Por más que algunos
lectores aún consideren a la novela histórica como un subgénero de la
literatura de evasión, desde el Romanticismo se gestó en Latinoamérica una
tradición obsesionada por recrear narrativamente ciertos episodios y personajes
de nuestra memoria histórica. Una tradición que Vicente Riva Palacio inauguró
en México, y que han proseguido con éxito autores como Carlos Fuentes, Fernando
del Paso y Enrique Serna, el autor de Ángeles
del abismo (2004), que este año fue galardonado con el premio Villaurrutia.
Para explicar dicha persistencia, en Historia e imaginación literaria, Noé Jitrik refuta el típico
cliché según el cual lo novelesco estaría asociada con “la mentira” y lo
histórico con “la verdad”. Para él, la Historia designa un saber concreto
acerca de nuestro pasado y la Novela nombra un orden igualmente concreto: una
disposición artística de lo narrado. De ese modo, “la novela histórica es la
novela por excelencia puesto que el saber histórico es el modo más pleno y
total del saber, porque es reconstitución, añadidura, completamiento” y porque
“es capaz de restablecer el lazo entre lo colectivo y lo individual”.[1]
El género, por tanto, responde a dos pulsiones: el deseo de los
individuos por identificarse en un proceso colectivo que no entienden, y la necesidad
de saber quiénes son: qué representan los individuos dentro de un mundo
confuso. Hay momentos en que nos angustia lo político y se vuelve confusa nuestra
identidad, sea fiscal, legal, nacional o sexual. Estos conflictos empeoran “en
periodos de sacudimientos basados en cambios de estructuras radicales, como el
del paso del feudalismo al capitalismo, o del capitalismo al socialismo, o de
confusión republicana”.[2] La
novela histórica, en consecuencia, es una respuesta frente a esas crisis
políticas, ideológicas, existenciales u ontológicas.
Para satisfacer estas pulsiones, esta novelística debe resolver
dos problemas: “lo histórico” y “lo novelesco”. En principio debe proponer una
hipótesis verificable por el saber histórico previo, y para demostrarla tiene a
su disposición todos los recursos, las técnicas y las poéticas que ha
desarrollado la novelística moderna: desde la parodia y el palimpsesto hasta el
non-fiction o la escritura automática.
Una doble carga y una doble libertad: libertad respecto a lo referido históricamente, libertad respecto al referente literario (o sea, respecto al
lenguaje).
(Hipótesis al margen: Los criterios de Noé Jitrik permitirían
validar dentro del género obras como El
mundo alucinante de Reinaldo Arenas, Persepolis
de Marjane Satrapi o Yo, Pierre Rivière
de Michel Foucault.)
[1] Jitrik,
Noé, Historia e imaginación literaria.
Las posibilidades de un género, Editorial Biblos, Buenos Aires 1995, p. 16.
[2] Idem, p. 17.