Gonzalo Lizardo
Según Noé
Jitrik, la novela histórica debe responder con su discurso a dos inquietudes: una
sobre la validez (o no) de su contenido histórico y otra sobre su pertenencia (o
no) a la tradición novelística vigente.[1] La
importancia de estos dos aspectos es variable. Para Jitrik el género se vuelve
moderno en el Romanticismo, cuando a los novelistas les resultó insuficiente el
saber histórico de su época y buscaron nuevos documentos para sustentar sus relatos.
En otras palabras, el género se modernizó cuando los autores se preocuparon por
convalidar la validez histórica de sus obras a partir de sus propias
investigaciones.
En ese sentido, el primer latinoamericano que exploró documentos originales
para documentar sus ficciones fue Vicente Riva Palacio (México 1832–Madrid
1896), lo cual lo convierte en el fundador moderno del género. Típico representante
del Romanticismo, Riva Palacio participó activamente en la vida política e
intelectual de México. Como militar, político y hombre de letras, consideraba
que la palabra impresa era el instrumento ideal para reescribir nuestra memoria
nacional, y que la Historia debía examinar filosóficamente “las terribles y consecutivas
evoluciones que han traído a la humanidad y a los pueblos el estado de
civilización y de progreso en que se encuentran”[2]
Esta intención explica que Riva Palacio dirigiera México a través de los siglos, la obra
histórica más importante del siglo XIX, donde se conciliaban dos tendencias en
pugna, en tanto aceptaba que la etapa prehispánica y la colonial tenían igual
relevancia en la conformación de lo mexicano. Este criterio conciliador también
lo aplicó a su pensamiento político, que abogaba por la tolerancia ideológica:
“todos los partidarios de buena fe son dignos de respeto cualesquiera que sean
sus ideas. El credo político es cuestión de apreciaciones, es una forma de
patriotismo que en último análisis viene a convertirse en la creencia de que por
tal camino mejor que por tal otro se pueda llegar a la felicidad pública”.[3]
Por desgracia, esta voluntad conciliadora pronto se estrelló contra
la realidad política y en 1885 el presidente Díaz lo desterró a Europa. Una vez
instalado en Madrid, escribió sus Cuentos
del General, donde confesaría que “la historia no cuenta todo eso así; pero
a mí me halaga más la tradición”,[4] manifestando
su desconfianza por el saber académico y su fe en la tradición literaria de los
pueblos.
[1] Jitrik, Noé, Historia
e imaginación literaria. Las posibilidades de un género, Editorial Biblos,
Buenos Aires 1995, p. 47.
[2] Ídem, p. XV.
[3] Ídem, p. XIV.
[4] Riva Palacio, Vicente, Cuentos
del General, p. 58.