Gonzalo Lizardo
Cuando ya
perdía la esperanza de recibirlo, me llegó por correo desde Valencia un libro muy
codiciado: Diccionario. Vida y obra de
José Lezama Lima, de Iván González Cruz. Una obra amplia y ambiciosa que prometía
“una imagen unitiva del autor de Paradiso”
organizando en orden alfabético los conceptos e ideas más relevantes que el
poeta cubano expuso en sus Obras
completas “y en aquellas entrevistas que le fueron hechas y publicadas
durante su vida”.[1]
Enfoque que parece acertado si se considera que la obra lezamiana se
caracteriza por su prolijo vocabulario, sus referencias eruditas y sus
conceptos personales, como las Eras
imaginarias, el Eros cognoscente o
el Ente novelable.
La obra me asombró, de inicio, por el exhaustivo celo que González
Cruz invirtió para compilar los conceptos claves e ilustrarlos con los
fragmentos adecuados. Gracias a su esmero, es más fácil deslumbrarnos con la
riqueza del universo lezamiano, reconocer a los autores que más lo influyeron y
detectar las ideas que más lo desvelaron, como la Amistad, lo Barroco, la Historia, la Imagen y por supuesto la Poesía,
a la que dedica el Diccionario veintiséis
páginas de citas.
Entre estas citas, quizá la más conmovedora es aquella donde el
autor de Oppiano Licario reivindica a
ciertos poetas malos, pues si bien hay algunos odiosos e imperdonables, también
“hay el poeta malo de buen dejo, que viene en la descendencia de la juglaría,
cuando la poesía hizo su refino florentino”.[2] Más
adelante rechaza la habitual distinción que la crítica establece entre “poetas
menores” y “poetas mayores”, pues reconoce que cualquier lector, incluso él,
tiene una lista de “grandes poetas”, mas luego advierte que “un poeta menor en
cualquier momento puede pasar a ser un gran poeta, bien porque se descubren
nuevas perspectivas para valorarlo, bien porque la poesía contemporánea crea
esos antecedentes”.[3]
No deja de ser consolador que el autor de La expresión americana considerara la poesía desde una perspectiva
historicista —cada edad erige sus propios clásicos— porque así se ennoblece la
función de los “poetas menores”, como partícipes que fueron de la gracia, así
sea de lejos o por un instante. “Basta que una persona haya sido tocada por la
gracia poética siquiera una sola vez en su vida, que dijera una palabra
hermosa, para que perdure con esa esencia”,[4] sentencia
el autor de La muerte de Narciso, acaso
porque él mismo temía ser un poeta menor. (Y a nosotros, por lo mismo, más nos
conviene compartir su fe.)
[1] González Cruz, Iván,
Diccionario. Vida y obra de José Lezama Lima, Generalitat Valenciana,
Valencia 2000, p. XXI.
[2] Ídem, p. 4l5
[3] Ídem, p. 417.
[4] Ídem, p. 418.