Gonzalo Lizardo
Supongo que
existe (o debe escribirse) un libro que examine las lecturas de almohada: un ensayo
estadístico y psicológico sobre los libros o revistas que leemos, recostados en
nuestra cama, antes de clausurar la jornada. Yo en mi buró tengo, por ejemplo, al
menos dos volúmenes para elegir en función de mi humor o mi cansancio. Uno debe
ser leve: un libro muy selecto de poesía o prosa, clásica o contemporánea, que estimule
mi mente antes de abandonarla al sueño; y el otro, por el contrario, suele ser
grave, de preferencia científico, para expoliar a mis neuronas durante sus insomnios,
cada vez menos infrecuentes.
Supongo que este desvelado interés por lo científico tiene algo de
culposo, pues de joven creí que podría dedicarme a la ciencia y luego abjuré de
ella al grado que borré, casi adrede, las bases matemáticas de mi formación. Si
bien perdí la habilidad para expresarme algebraicamente, a cambio conservo una crónica
curiosidad por escudriñar el cielo con el ojo sin párpado de la ciencia. Cuando
leo en la cama Las matemáticas del Cosmos
de Ian Stewart, por ejemplo, no me preocupa deletrear paso a paso la jerga técnica,
sino asimilar su sentido: el rumbo (ontológico o existencial) a donde conducen
sus corolarios.
Por su eficacia para hostigar mis vigilias indeseadas, durante los
últimos meses éste libro ha permanecido en mi buró, junto a la cama. Con rigor
demostrativo, el autor sabe relacionar los avances de la astronomía con el
devenir histórico, lo cual me agradezco, aunque más lo voy a recordar por revolucionar
mi idea del Caos, al que yo imaginaba como un creciente desorden aleatorio. Para
Stewart, en cambio, se trata de una complejísima conjunción de orden y azar, un
caos paradójicamente determinista “que aparentemente tiene un comportamiento
irregular como resultado de leyes del todo regulares (…) El caos parece
aleatorio, y en cierto modo lo es, pero surge de las mismas leyes matemáticas
que producen un comportamiento regular y predecible, como el Sol al salir cada
mañana”.[1]
Contra el viejo humanismo que comparaba el universo con un enorme y
diáfano mecanismo de relojería, para la ciencia actual el caos gobierna el
cosmos, aunque el caos obedezca leyes bastante simples. “Los astrónomos han
comprobado que la mayoría de las veces la principal causa del caos son (…)
patrones numéricos simples (…) Por el otro lado, el caos también es responsable
de los patrones”.[2]
En consecuencia, el orden crea el caos y el caos crea el orden, lo cual implica
que el Universo (ese cosmos caótico, ese cósmico caos) es infinita, fractal,
numinosamente neobarroco.
[1] Stewart, Ian, Las
matemáticas del Cosmos, Crítica 2017, Barcelona 2017, p. 141.
[2] Ídem, p. 143.