Gonzalo Lizardo
Nadie podría negar al “Primero
sueño” de Sor Juana un sitial olímpico en la historia de nuestra lengua, pues
iguala en perfección formal las “Soledades” de Góngora pero las
supera en ambiciones filosóficas. Si el poema gongorino es una maravillosa
elegía bucólica y mitológica, el sorjuanino es un aterrador drama cósmico, tan
poderoso que incluso leído al revés (como laberinto) conserva su magia y su misterio:
“El mundo iluminado, y yo despierta / su operación, quedando a la luz más
cierta / entera a los sentidos exteriores / iba, y restituyendo / a las cosas
visibles sus colores / de orden distributivo, repartiendo / que con luz
judiciosa / ilustraba del sol la madeja hermosa…”
En realidad, la
cosmovisión de Sor Juana aspiraba a lo
teológico por vía de lo científico: al
conocimiento de lo divino a partir de lo mundano. Por eso Trabulse afirmaba que, a semejanza de los filósofos herméticos, ella quería
“sintonizar con el mensaje del universo, o sea del cosmos, cuajado de
maravillas por obra de ese gran mago que era Dios, verdadero arquitecto del
mundo. El gran reto del hombre de ciencia era el de captar las armonías
celestes, la gran sinfonía de los astros, la música mágica del universo”.[1]
Si Calderón sostuvo que el mundo era un gran teatro y nadie debía apartarse de
su papel, Sor Juana eligió el suyo sin dudarlo: ser la buscadora del Saber: “La
astrónoma grande, / en cuya destreza / son los silogismos / demostraciones
todas y evidencias”.[2]
Para consumar un
objetivo tan grave, resulta simpático el método que empleó. Según lo confiesa
en su “Respuesta a sor Filotea”, ella leía sin prisa ni orden sobre diversos asuntos:
algunos para aprender, otros para divertirse, de modo que si se agotaba de
estudiar, podía cambiar de libro para relajarse. A la deriva siempre, pasando
de las lecturas lúdicas a las obligatorias y viceversa, su método tenía una
ventaja práctica: “quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que [el
estudio y la diversión] no sólo no estorban, pero se ayudan dando luz abriendo
camino las unas para las otras, por variaciones y ocultos engarces […] Todas
las cosas salen de Dios, que es el centro a un tiempo y la circunferencia de donde
salen y donde paran todas las líneas criadas”.[3]
Más que la razón,
su intuición la guiaba. Aunque esa insaciable curiosidad le impedía profundizar
en los temas capitales, le permitía explorar el resto. Revirtiendo el refrán (“Quien
mucho abarca, poco aprieta”), Sor Juana no quería apretar un solo asunto, sino abarcarlos
todos, como si quisiera abrazar (así fuera por encima) la totalidad de lo
creado.
[1] Trabulse, Elías, “El hermetismo y Sor Juana Inés de la Cruz”, en El círculo roto, Lecturas Mexicanas, SEP
Cultura, México 1982, p. 83.
[2] De la Cruz, Sor Juana Inés, Obras
completas, Editorial Porrúa, México 1985, p. 237.
[3] Íbid, p. 833.