Gonzalo Lizardo
Supe de un autor que anualmente publicaba
su lista de “los mejores cien libros publicados en México”. Era un
superlector, supongo: para que su lista fuera estadísticamente válida, tenía
que leer cuando menos trescientos libros que se publicaran ese año en el país:
uno al día, casi, sin contar los clásicos, ni los libros editados en el
extranjero. Como carezco de tales superpoderes, yo jamás podría realizar ese
ejercicio, sin contar con que desconfío de ese tipo de listas: cuando dos
libros son realmente buenos, no existen criterios objetivos para dictaminar
que uno es mejor que otro.
Este
año, sin embargo, el confinamiento me ha permitido leer más que de costumbre, así
que cederé a la tentación de recomendar, no “los diez mejores libros del
2020”, sino aquellos que me dejaron una huella profunda. Empiezo con dos
libros de non fiction histórica: Sangre
de abril de Lauro Martines (FCE,
México 2006), por su convincente retrato de Lorenzo de Médicis, ese fascinante
monstruo, lo mismo que El reino, de
Emmanuel Carrère (Anagrama, Barcelona 2014), por revelarme (con riguroso
narcisismo) que la religión llamada “cristiana” fue en realidad un
invento de San Pablo.
Entre
los libros científicos, hubo dos que me hicieron alucinar: uno de Ian Stewart, Las matemáticas del Cosmos (Crítica
2017, Barcelona 2017), que admiro porque me supo mostrar, sin ecuaciones, las
matemáticas que sustentan nuestra actual idea del Universo. El otro, Mindhunter,
cazador de mentes, de John Douglas y Mark Olshaker (Crítica, Barcelona 2018) porque supo
mostrarme los abismos y las paradojas que se agazapan en la psique de los
asesinos seriales.
En cuanto a la poesía, Bomarzo,
de Elsa Cross (Era, México 2009) me deslumbró por su talento para traducir en palabras
la emoción que inspira lo que Lezama llamaba “la supernaturaleza” y El
cuarto de la luna, de Violeta Orozco (Proyecto Literal, México 2020), por
la fuerza y la sensibilidad con que explora su noche interior. Por razones afines
me angustiaron los cuentos de Los peligros de fumar en la cama, donde
Mariana Enríquez demostró ser una destacada alumna de Silvina Ocampo. Y Un
libro, de Giorgio Manganelli (Cuenco de Plata, Buenos Aires 2019) me
apasionó porque remolca las posibilidades del relato breve hasta los abismos
más hondos del lenguaje.
Concluyo mi lista con dos novelas
(ambas con asunto histórico): Herejes, de Leonardo Padura (Tusquet,
México 2013), que entrelaza sabiamente la vida de Rembrandt, el destino del
pueblo judío y la realidad política de Cuba, y El viaje de Baldassare de
Amin Maalouf (Alianza, Madrid 2012), porque su tema, sus personajes y su voz
narrativa se confabularon para integrar mi ideal de
novela: vendería mi alma al diablo, sin duda, si me permitiera algún día escribir
una obra de ese calibre.