Gonzalo Lizardo
Aunque
ya amaina, me sorprendió la polémica que provocó Rompan todo,
la serie donde Santaolalla plantea su historia sobre el rock de
América Latina. La pelotera me intrigó por su virulencia, en
especial por la de sus detractores, que condenaban la serie no por lo
que es, sino por lo que ellos exigen que sea. Luego supuse
que era un efecto de las redes —donde no hay aplauso que opaque una
rechifla, ni argumento que mate un meme—, pero al final comprendí
que lo más interesante era esa furia, esa pasión casi caníbal con
que discutimos los latinos sobre ciertos asuntos como el futbol, la
política o la música. Supongo que La ciudad de la furia de
Soda Estéreo fue tan exitosa porque todas nuestras ciudades están
dominadas por esa pasión.
En Los peligros de fumar en la cama, la autora argentina
Mariana Enríquez incluye un cuento que impresiona por la morbosa
lucidez con que retrata esa Furia: esa intensidad emocional, casi
homicida, que la música provoca entre su público. Con un estilo
periodístico —gélido, con toques sensacionalistas— el cuento
“La carne” narra el veloz esplendor y el descarnado suicidio de
un rockstar ficticio, Santiago Espina, “a quien la prensa
especializada amaba y odiaba en partes iguales: genio, pretencioso,
artista inclasificable, artefacto comercial para hipnotizar niñas
alienadas, futuro de la música argentina, idiota caprichoso”,1
aunque las verdaderas protagonistas del cuento son dos jovencitas,
Mariela y Julieta, hermanadas por su amor hacia el Espina. Un amor
caníbal, o un canibalismo amoroso que las llevó hasta el cementerio
donde yacía enterrado su ídolo, para abrir el féretro y comerse
sus restos “con devoción y asco” hasta dejar sus huesos limpios.
Por más que sea una ficción, con personajes y acciones imaginarios,
“La carne” describe escenarios, circunstancias y pasiones que son
reales en tanto son posibles. Por su apellido, Santiago “el Espina”
nos remite a Luis Alberto Spinetta, aunque la canción que se le
atribuye (“Si tenés hambre, comé de mi cuerpo. Si tenés sed,
bebé de mis ojos”) evoca más bien a Gustavo Cerati, cuando canta
“Ah, come de mí, come de mi carne / Ah, tómate tiempo en
desmenuzarme”. En esta pieza, titulada “Entre caníbales”
(incluida en el disco Canción animal de 1990), Cerati hace
una analogía entre el amor carnal y el canibalismo que Mariana
Enríquez subvierte con siniestra destreza: si el acto sexual es una
sublimación de la antropofagia, es natural que algunos vean el
canibalismo como una exacerbación del Eros.
1
Enríquez, Mariana, Los peligros de fumar en la cama,
Anagrama, Barcelona 2017, p. 126.