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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES §XCVIII El rock de la furia y de la carne

Gonzalo Lizardo

Aunque ya amaina, me sorprendió la polémica que provocó Rompan todo, la serie donde Santaolalla plantea su historia sobre el rock de América Latina. La pelotera me intrigó por su virulencia, en especial por la de sus detractores, que condenaban la serie no por lo que es, sino por lo que ellos exigen que sea. Luego supuse que era un efecto de las redes —donde no hay aplauso que opaque una rechifla, ni argumento que mate un meme—, pero al final comprendí que lo más interesante era esa furia, esa pasión casi caníbal con que discutimos los latinos sobre ciertos asuntos como el futbol, la política o la música. Supongo que La ciudad de la furia de Soda Estéreo fue tan exitosa porque todas nuestras ciudades están dominadas por esa pasión.

En Los peligros de fumar en la cama, la autora argentina Mariana Enríquez incluye un cuento que impresiona por la morbosa lucidez con que retrata esa Furia: esa intensidad emocional, casi homicida, que la música provoca entre su público. Con un estilo periodístico —gélido, con toques sensacionalistas— el cuento “La carne” narra el veloz esplendor y el descarnado suicidio de un rockstar ficticio, Santiago Espina, “a quien la prensa especializada amaba y odiaba en partes iguales: genio, pretencioso, artista inclasificable, artefacto comercial para hipnotizar niñas alienadas, futuro de la música argentina, idiota caprichoso”,1 aunque las verdaderas protagonistas del cuento son dos jovencitas, Mariela y Julieta, hermanadas por su amor hacia el Espina. Un amor caníbal, o un canibalismo amoroso que las llevó hasta el cementerio donde yacía enterrado su ídolo, para abrir el féretro y comerse sus restos “con devoción y asco” hasta dejar sus huesos limpios.

Por más que sea una ficción, con personajes y acciones imaginarios, “La carne” describe escenarios, circunstancias y pasiones que son reales en tanto son posibles. Por su apellido, Santiago “el Espina nos remite a Luis Alberto Spinetta, aunque la canción que se le atribuye (“Si tenés hambre, comé de mi cuerpo. Si tenés sed, bebé de mis ojos”) evoca más bien a Gustavo Cerati, cuando canta “Ah, come de mí, come de mi carne / Ah, tómate tiempo en desmenuzarme”. En esta pieza, titulada “Entre caníbales” (incluida en el disco Canción animal de 1990), Cerati hace una analogía entre el amor carnal y el canibalismo que Mariana Enríquez subvierte con siniestra destreza: si el acto sexual es una sublimación de la antropofagia, es natural que algunos vean el canibalismo como una exacerbación del Eros.

1 Enríquez, Mariana, Los peligros de fumar en la cama, Anagrama, Barcelona 2017, p. 126.

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