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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES IX El Eros hermenéutico de Lezama Lima

Gonzalo Lizardo

Es significativo que Zambrano y Lezama soñaran con una nueva teología mediante la conjunción del pensamiento con la palabra poética. Este sueño común indica que los viejos dogmas del catolicismo no les satisfacían del todo, pero tampoco los colmaba la opción del ateísmo marxista, tan común en esos años. Tanto la filósofa como el poeta aceptan la idea de Dios, pero rechazan la imágenes que nos ha impuesto el poder. En concreto, frente al Dios tridentino que nos exige ser castos para que evitemos el infierno, Lezama fantaseó con “una metafísica de la cópula” que “sería la única gran creación posible frente a la destrucción total que se avecina”.[1] En vez del ascetismo contrarreformista, el cubano elige practicar una hermenéutica erótica: un Eros del conocimiento que volvería más habitable nuestro paisaje neobarroco.

La idea tiene mérito no por novedosa sino por venerable. Proviene de la Biblia pero fue desarrollada al margen de la teología oficial por los gnósticos, los cátaros y los humanistas. Cuando se dice que José “no la conoció (a María) hasta que dio a luz a su hijo primogénito”,[2] y cuando María repuso al arcángel “¿cómo será esto?, pues no conozco varón”,[3] el verbo “conocer” alude no sólo al acto cognoscitivo sino también al sexual. La cópula sexual como emblema de la conjunctio oppositorum, el matrimonio entre contrarios. Una analogía recurrente en la narrativa de Lezama Lima, como en Oppiano Licario, cuando José Cemí hace el amor con Ynaca y siente cómo “el hieratismo comenzó a ejercer su influencia en la rotundidad de su erotismo”.[4]

Así como condena el Eros porque nos sujeta al mundo material, la Iglesia condenó el Saber porque induce a la insumisión frente al Poder. Para Lezama, en cambio, la lujuria puede abrirnos una puerta hacia la sabiduría, y el deseo de conocimiento es un deseo casi carnal. Tras esta analogía se esconde la creencia de que Dios no es personal, sino lo contrario: el Ser disperso en todos los seres del Universo. Conocer a Dios —amarlo— implica vincular, crear analogías, urdir metáforas que aglutinen la divinidad diseminada. Por eso escribió otro poeta, amigo de Zambrano y de Lezama: “la creencia en la analogía universal está teñida de erotismo: los cuerpos y las almas se unen y separan por las mismas leyes de atracción y repulsión que gobiernan las conjunciones y disyunciones de los astros y de las sustancias materiales”.[5] Erotismo poético y erotismo alquímico: Hermerotismo.


[1] Lezama Lima, José, Oppiano Licario, Era, 2ª edición, México 1978, p. 181.

[2] Mateo 1, 25.

[3] Lucas 1, 34.

[4] Lezama Lima, op. cit., p. 150

[5] Paz, Octavio, Los hijos del limo, Seix Barral, Biblioteca de Bolsillo, México 1987, p. 103.

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