Las glosas y los azares LIII
Gonzalo Lizardo
Las relaciones del crimen con el arte siempre han sido complejas. Como cualquier otra persona, los artistas pueden volverse autores o víctimas potenciales de hechos delictivos, pero la situación se enreda cuando el arte hace del crimen su tema central, con tal empeño que a veces el novelista se transforma en homicida (como William Burroughs), o el ladrón en dramaturgo (como Jean Genet). Por lo demás, suele afirmarse que el arte es un crimen (sobre todo el cine, acusado habitualmente de azuzar la violencia), o que el crimen puede ser admirado como arte. “En este mundo todo tiene dos lados“, escribió Thomas de Quincey: “El asesinato, por ejemplo, puede tomarse por su lado moral (…) y, lo confieso, ése es su lado malo, o bien cabe tratarlo estéticamente (…) o sea en relación con el buen gusto”.[1]
Un
contemporáneo de De Quincey, el pintor Richard Dadd (1817-1886), constituye un
caso siniestro de conjunción entre el instinto criminal y la vocación artística.
Desde muy niño mostró talento para el dibujo, que su padre quiso alentar
inscribiéndolo en la Royal Academy of Arts. Ahí el joven Dadd formó el grupo The Clique y empezó a promover su obra.
Pero, en 1842, durante un viaje a oriente, fue víctima de alucinaciones que lo trastornaron,
y se convenció de ser un sacerdote del dios Osiris, que había reencarnado con
una misión: destruir a su enemigo Seth en todas sus encarnaciones, empezando
por su papá. Un año después, en efecto, Dadd le partió la cabeza a su padre con
un hacha, antes de descuartizarlo con un cuchillo, en honor a Osiris, cuyo
cadáver también fue desmembrado.
Años después, ya
confinado en un manicomio, Dadd pintó su cuadro más célebre: “El magistral golpe
del duende leñador” (“The Fairy-Feller’s Master-Stroke”,[2]
1864), donde un grupo de hadas y gnomos, pintados con prodigioso detalle, se reúnen
en un claro de la pradera para admirar el “magistral golpe” de hacha con que el
“duende leñador” rebanará una avellana.[3] Una
escena encantadora, si no fuera porque, considerando los antecedentes del autor,
es posible que la avellana simbolice al dios Seth (y por tanto la cabeza paterna),
de modo que la escena representaría alegóricamente la escena del parricidio. Faltaría
saber, en todo caso, si el “duende leñador” la pintó como penitencia para
expiar su pecado, o como la celebración de su hazaña, mistificada por su imaginación
de artista maldito (talentoso pero enloquecido, inocente pero letal) que supo inducir
el horror ético de su público, al
tiempo que conquistaba su estético
aplauso.
[1] De Quincey, Thomas, Del
asesinato considerado como una de las bellas artes, trad. Luis Loayza,
Bruguera, Barcelona 1981, pp. 19-20.
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Richard_Dadd_-_The_Fairy_Feller%27s_Master-Stroke_-_Google_Art_Project.jpg
[3] Freddie Mercury compuso una canción
homónima inspirado por el cuadro de Dadd: https://genius.com/Queen-the-fairy-fellers-master-stroke-lyrics