Gonzalo Lizardo
Al inicio de su biografía sobre Calderón
de la Barca, Cruickshank esgrime un argumento muy convincente: “El conocimiento
biográfico suele ser útil, y a veces sumamente valioso, para la interpretación de una obra, aunque no lo
sea para su valoración”.[1] En contra
de la crítica estructuralista, Cruickshank sostiene que conocer la vida de un
escritor puede iluminar ciertos aspectos de sus obras, aunque dicho
conocimiento sea inútil para valorarlas,
es decir, para dictaminar si son falsas o verdaderas, magníficas o mediocres,
valiosas o dañinas. En consecuencia, no deben condenarse los libros de Louis
Althusser solo porque su autor asesinó a su esposa, ni admirarse los de Paulo
Coelho solo porque este pertenezca a la Academia Brasileña de las Letras. Y lo
mismo en sentido opuesto: conocer una obra es útil para comprender a quien la
escribió, mas no para decidir si son buenas o malas, alevosas o inocentes las
acciones de su autor.
El problema se
complica con ciertas obras que han padecido con más rigor los vaivenes de la
censura a causa de la escandalosa biografía de sus autores. Es el caso de
Donatien Alphonse François, Marqués de Sade (1740-1814), quien desde joven aprovechaba
sus privilegios nobiliarios —según la leyenda— para torturar pordioseras, intoxicar
jovencitas con afrodisiacos, hacer legendarias orgías y escribir supuestas
“novelas filosóficas“ con “centenares de páginas de violaciones, torturas y
fornicaciones como nunca se habían leído”.[2] Naturalmente,
todos sus textos fueron prohibidos por muchos años, hasta que se revalorizó en el
siglo XX el poder de su escritura, su racionalismo radical y su imaginación
científica, así como su despiadada crítica al poder político/religioso.
Como biógrafo de
Donatien Alphonse y editor de sus obras completas, Jean-Jacques Pauvert supo expresar
la paradoja interior del Marqués: según todas las leyes de su época y de la
nuestra, era “un delincuente sexual casi intratable y a menudo peligroso”, pero
también un genio, si se acepta que “el genio consiste en la extensión del
espíritu, la fuerza de la imaginación y la actividad del alma”.[3] Esta genialidad
criminal de Sade, el individuo, es
coherente con el objetivo manifiesto de Sade, el autor, quien concebía sus obras como un acto libertino: como un performance textual que complaciera a
sus cómplices, corrompiera a los inocentes y aterrorizara a sus adversarios con
el puro poder de la escritura. Y lo consiguió, eso es indudable, aunque sin
saber que así revelaba a sus lectores el monstruoso hastío donde abreva la
maldad humana.
[1] Daiches, David, Critical
Approaches to Literature, citado por Don W. Cruickshank, Calderon de la Barca, Gredos, Madrid
2011, p. 13.
[2] Pauvert, Jean-Jacques, Sade.
Una inocencia salvaje (1740-1777), Tusquets Editores, trad. M. A.
Galmarini, Barcelona 1989, pp. 11-12.
[3] Ibid., p. 15.