Gonzalo Lizardo
Hay personas que no soportan viajar, y
sus motivos tienen. “La gente de allá cruza el mar para conocer estos cerros y los
de aquí cruzan el mar para conocer otros cerros: ¿quién los entiende?”, suele
decir mi padre para mostrar que los viajes son una molestia innecesaria y que basta
conocer nuestra tierra para entender el mundo. De inicio, las “Soledades” de
Antonio Machado expresan un escepticismo similar. Cuando mira a su hermano volver
tras una larga ausencia, el poeta se pregunta si el viajero se arrepiente por
haber abandonado la casa paterna, o si más bien extraña el viaje interrumpido, “y
ve su nave hender el mar sonoro, / de viento y luz la blanca vela hinchada?”[1]
El viajero entonces
confiesa que ha andado muchos caminos y en todas partes ha visto “mala gente
que camina y va apestando la tierra”, pero también “gentes que danzan o juegan
/ cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra”.[2] Así
como hay cerros donde sea, también buenas y malas personas: no se viaja para
ser sabio o bueno, sino para ser libre: para jugar, beber o bailar sin
complejos. El viaje es un sueño que no podemos conducir pero que nos libra de
nuestro arraigo: “Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas,
los verdes pinos, / las polvorientas encinas!?” Al soñador no le importa a
dónde va el camino mientras lo haga olvidar “la espina de una pasión”.[3]
Por tanto, el
protagonista de las “Soledades” es un fugitivo solitario, un soñador que camina
sin brújula pero con los ojos siempre abiertos. Viajar significa rendirse a lo
fugitivo: a la vida que es sueño que es viaje y estela en el mar. Porque todo
camino conduce al mismo punto: al mar donde fluyen todos los ríos de Heráclito.
Si “de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos…”,[4]
entonces el océano no simboliza a Dios, sino a su contrario: el Cosmos y su
misterio. “Señor, me cansa la vida; / y el universo me ahoga. / Señor, me
dejaste solo, /solo con la mar a solas”.[5]
Para caminantes
como él, viajar no significa conocer otros cerros ni otra gente. Viajan para que
el distante mar sane su herida: esa que les quedó en el corazón cuando les fue
arrancada la espina de la Fe. “Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir /
en el corazón clavada”.
[1] Machado, Antonio, …Más de
uno. (Antología poética), Renacimiento, Sevilla 2010, p. 24.
[2] Ibíd., p. 26.
[3] Ibíd., p. 27.
[4] Ibíd., p. 86.
[5] Machado, Antonio, Poesía,
Narcea de Ediciones, Madrid 1974, p. 303.