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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES LXIII VIAJES, SOLEDADES Y SUEÑOS MARINOS

Gonzalo Lizardo

Hay personas que no soportan viajar, y sus motivos tienen. “La gente de allá cruza el mar para conocer estos cerros y los de aquí cruzan el mar para conocer otros cerros: ¿quién los entiende?”, suele decir mi padre para mostrar que los viajes son una molestia innecesaria y que basta conocer nuestra tierra para entender el mundo. De inicio, las “Soledades” de Antonio Machado expresan un escepticismo similar. Cuando mira a su hermano volver tras una larga ausencia, el poeta se pregunta si el viajero se arrepiente por haber abandonado la casa paterna, o si más bien extraña el viaje interrumpido, “y ve su nave hender el mar sonoro, / de viento y luz la blanca vela hinchada?”[1]

El viajero entonces confiesa que ha andado muchos caminos y en todas partes ha visto “mala gente que camina y va apestando la tierra”, pero también “gentes que danzan o juegan / cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra”.[2] Así como hay cerros donde sea, también buenas y malas personas: no se viaja para ser sabio o bueno, sino para ser libre: para jugar, beber o bailar sin complejos. El viaje es un sueño que no podemos conducir pero que nos libra de nuestro arraigo: “Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!?” Al soñador no le importa a dónde va el camino mientras lo haga olvidar “la espina de una pasión”.[3]

Por tanto, el protagonista de las “Soledades” es un fugitivo solitario, un soñador que camina sin brújula pero con los ojos siempre abiertos. Viajar significa rendirse a lo fugitivo: a la vida que es sueño que es viaje y estela en el mar. Porque todo camino conduce al mismo punto: al mar donde fluyen todos los ríos de Heráclito. Si “de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos…”,[4] entonces el océano no simboliza a Dios, sino a su contrario: el Cosmos y su misterio. “Señor, me cansa la vida; / y el universo me ahoga. / Señor, me dejaste solo, /solo con la mar a solas”.[5]

Para caminantes como él, viajar no significa conocer otros cerros ni otra gente. Viajan para que el distante mar sane su herida: esa que les quedó en el corazón cuando les fue arrancada la espina de la Fe. “Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir / en el corazón clavada”.


[1] Machado, Antonio, …Más de uno. (Antología poética), Renacimiento, Sevilla 2010, p. 24.

[2] Ibíd., p. 26.

[3] Ibíd., p. 27.

[4] Ibíd., p. 86.

[5] Machado, Antonio, Poesía, Narcea de Ediciones, Madrid 1974, p. 303.

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