GONZALO LIZARDO
Por azar o causa intangible, justo cuando
descubrí los sibilinos cuentos de Silvina Ocampo fui invitado a leer y examinar
dos tesis muy afines: una sobre El
arquetipo de la bruja en “Las mujeres
de la tormenta” de Celia del Palacio, la otra sobre La cosmovisión de dos magas: Amparo Dávila y Remedios Varo.
Escritas por dos alumnas mías, estas investigaciones me revelaron los vínculos
secretos entre ciertas artistas: esas mujeres que confían en el poder de la
magia como basa de su obra, conjuro de sus amores o emblema de su rebeldía ante
los patriarcales dogmas de la religión, del canon y de la racionalidad.
Mi fascinación
fue inevitable, dada mi simpatía por los gnósticos, el hermetismo y la
alquimia: esas tradiciones que —al margen del misógino cristianismo— han
concedido a la mujer un papel más activo como sujeto soberano, agente del
destino propio y ajeno. Veo además a la Magia como emblema de la Poesía, pues
las dos implican una manipulación consciente de la materia sensible, aunque con
fines distintos. Por eso me emocionó descubrir que en La Plata, Gerona, Boca
del Río o Zacatecas ha pervivido esa hermandad: una estirpe de poetas,
pintoras, profetisas que, amparadas por el arcano XVII, han sabido conjuntar
las fuerzas del Cosmos con las aguas del Yo para discernir “en los
acontecimientos de la existencia terrenal un modelo que corresponda al designio
celestial”.[1]
Furtiva pero
centenaria, esta complicidad explicaría, por ejemplo, la amistad entre Remedios
Varo y Leonora Carrington, ya que las dos establecían “un vínculo entre las
funciones tradicionales de las mujeres y los actos mágicos de transformación.
Ambas estaban interesadas en el ocultismo, estimuladas por la creencia
surrealista en la ‘ocultación de lo maravilloso’ y por sus amplias lecturas
sobre brujería, alquimia, hechicería, tarot y magia”.[2] Otras
autoras son menos crédulas, claro. Como Celia del Palacio, que en su novela Las mujeres de la tormenta así se lo
cuestiona: “¿Podría acaso ser verdad? Toda su formación científica le decía que
no, que nadie podía manipular las fuerzas de la naturaleza a placer, pero lo
que había leído sobre las mujeres que podían controlar las tormentas, las
poderosas mujeres rayo, le hacía dudar de lo que había aprendido en toda su
vida”.[3]
Alérgico a
toda superstición —excepto a la poética—, sostengo yo que no: nadie puede
manipular así las leyes de la Naturaleza, pero sí las fuerzas de nuestro mundo
interior: de nuestro deseo, de nuestra memoria, de nuestra imaginería.
Nada más
espero de esas magas; nada menos pido de ellas.
[1] Nichols, Sallie, Jung y el tarot, Kairós, Barcelona 1989, p. 408.
[2] Alberth, Susan L., Leonora Carrington. Surrealismo, alquimia y arte, Turner/Conaculta,
México 2004, p. 60.
[3] Palacio, Celia del, Las mujeres de la tormenta, Suma, México 2012, p. 339.