Connect with us

SUSCRÍBETE

Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XLIII. EL POETA Y EL JILGUERO

Gonzalo Lizardo

Entre los episodios más reveladores de El acueducto infinitesimal, de Erenesto Lumbreras, destacaría yo la evocación de aquella tarde, en mayo de 1914, cuando López Velarde, acompañado por Jesús Villalpando, visitó a José Juan Tablada en su casa japonesa de Coyoacán. La visita, me imagino, era políticamente muy incorrecta en aquellos años, cuando Tablada era “el antimaderista número uno de la intelectualidad mexicana”.[1] Vestido con kimono de seda, el autor de En el país del sol los invitó a sentarse entre sapos y pebeteros orientales, para hablarles de Hiroshigué, de Lugones o de Sadayakko. Por encima de las discordias políticas que polarizaban el país, esa tarde ambos poetas forjaron una amistad, templada por la Poesía, que aun ahora resulta ejemplar, en nuestros tiempos polarizados y violentos.

Pero la escena también admite otra lectura, por cuanto confrontó dos estilos de ser “intelectual”. José Juan Tablada era un poeta cosmopolita, típico del porfirismo, un “jilguero” adicto a la morfina que “recitaba sus versos en las ceremonias patrióticas y en los eventos sociales más distinguidos”.[2] López Velarde, en cambio, era un convencido maderista que se ganaba la vida como abogado o funcionario, pero que no dudaba en manifestarse contra la política oficial, como lo hizo cuando firmó una declaración a favor de los Aliados durante la primera guerra, pese a que luego lo acusaran, como a los demás firmantes, de ser un “vendido” de Washington.[3]

Pero la fatalidad, siempre irónica, permitió que Tablada viviera muchos años, aprendiera de sus errores y asimilara en su poesía la pujanza de las vanguardias europeas. En contraste, la muerte impidió que López Velarde trascendiera la fama de La suave patria, debido a la oportunista canonización del nuevo régimen, que lo convirtió en “un poema patriótico declamable en las escuelas”, mientras su autor era reducido con las etiquetas de “poeta provinciano” o “poeta cívico”. Más generoso fue Tablada, quien rescató la sediciosa originalidad de La suave patria al exclamar: “¡Qué manera única de ahogar la retórica en el corazón de la epopeya!”[4]

Como afinidad de opuestos, la fértil amistad de Tablada y López Velarde podría refutar una paradoja terminal de nuestra cultura, esa que valora la calidad de una obra poética por la fidelidad del poeta a un proyecto político ajeno. Desde ese punto de vista, la muerte prematura le acarreó a López Velarde una sola gracia: la de preservar para siempre su reputación de poeta célibe y donjuán, católico y maderista, inmune a los vaivenes de la grilla nacional y a los caprichos de sus caciques.


[1] Lumbreras, Ernesto, El acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921, Calygramma, México 2019, p. 33.

[2] Ruedas de la Serna, Jorge, “Prólogo” a En el país del sol, unam, México 2006, p. 19.

[3] Lumbreras, Ernesto, op. cit., p. 101.

[4] Ibíd., p. 130.

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

DESTACADOS

DE LA B A LA Z. CINE GORE

Columna

TRAZOS DISPERSOS PARA ÓSCAR OLIVA

Columna

DE LA B A LA Z. LA TETRALOGÍA DE PEDRITO FERNÁNDEZ

Columna

ESPEJO DE DOBLE FILO: POESÍA Y VIOLENCIA (RESEÑA)

Poesía

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

Todos los derechos reservados © 2024 | Los Testigos de Madigan

Connect
S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO