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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XLIV. VIAJE A LA SEMILLA (O LA ALQUIMIA DEL ARTE)

Gonzalo Lizardo

Un viaje perfecto requiere de un equilibrio perfecto entre premeditación, espontaneidad y fortuna. Así lo entendimos a finales de 2017, cuando mis hijas y yo viajamos a Roma por puro placer erudito, con la intención de conocer ciertos lugares que nos parecían infaltables (como el Jardín Botánico o la Gallería Borghese), pero también para improvisar: salir a la calle con las pupilas y las neuronas al acecho. Una estrategia que resultó feliz, especialmente aquel domingo que yo planeaba visitar la iglesia Sant Ivo alla Sapienza —obra maestra de Borromini, el arquitecto hiperbarroco—, pero por mala suerte encontré que estaba cerrada, sin letrero que lo justificara o que avisara su reapertura.

Sólo por no desanimarme decidí explorar los alrededores y a los pocos pasos la fortuna me llevó hasta la librería Editrice ASEQ: un amable santuario para aficionados al hermetismo, la filosofía gnóstica y otras heterodoxias. Ahí desenterré, algunas horas más tarde, dos gemas editoriales: los Sonetti Alchemici de Francesco Maria Santinelli y el Mutus Liber,atribuido a Isaac Baulot. La primera obra, integrada por diecisiete sonetos de gran ingenio; la segunda, por quince grabados sin ningún texto que alumbre su sentido, excepto el título y la misteriosa frase: “Reza, lee, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás”.[1]

Esa misma tarde, mientras los hojeaba en el metro, pude percibir la correspondencia casi mágica entre ambos libros. Que yo descubriera esas dos obras justo en la misma librería —a diez mil kilómetros de mi casa— sería una insulsa casualidad si no fuera porque los sonetos de uno se ilustraban perfectamente con los grabados del otro. Supuse que aquello era una señal, sobre todo cuando empecé a traducir los versos de Santinelli, que ilustran el proceso alquímico como alegoría de la metamorfosis: la transmutación del Caos en Orden, del plomo en oro, de la Naturaleza en Arte. Un proceso con poco valor literal pero con una densidad simbólica, psicológica y poética palpable desde el primer soneto, donde se describe el caos cósmico pero también el inconsciente humano: la amorfa semilla que contiene, en potencia, todas las formas (tal como caben, en cualquier viaje, todos los azares):

¿Qué era el Caos? Una congerie sin forma

donde se almacenaban, descompuestos,

tan ajenos al Caos que los conforma,

los elementos, en túrbido compuesto.

Era sombra y cuerpo, cuerpo ascendido,

sin regla, sin movimiento ni forma;

horrible, inoperante, incomprendido

en la deformidad que lo deforma.

Era Mar antes que el mar existiera,

era Cielo sin ser del cielo extracto

y Tierra, cuando la tierra Agua era.

Era asilo de los contrarios, albergue intacto

de materia incierta por dentro y fuera:

un Todo en potencia, Nada en el acto. [2]


[1] Baulot, Isaac, L’Alchimie et son Livre Muet, J. C. Bailly Editeur, Aubenas d’Ardèche, 1996, p. 67.

[2] Santinelli, Francesco Maria, Sonetti Alchemici e altri scritti inediti, Edizioni Mediterranee, Roma 1985, pp. 37-38.

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