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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XXIV. PABLO PICASSO Y EL CANON (EN FUGA)

Gonzalo Lizardo

Sueño que regreso a Barcelona para seguir el rastro a Eugenio d’Ors, un barroco falangista. Seducido por la fresca mañana, recorro a pie el barrio gótico hasta llegar a la Carrier Condal #1. Me decepciona un poco descubrir que no existe ya la casa donde nació d’Ors, sino una snob tienda de moda. Pero mi curiosidad, azuzada con la bruma y la llovizna (tan fotogénicas), le doy razón a don Eugenio, cuando afirmaba que “el interés no es más que una máscara que cubre de emoción el saber”.[1]

Así lo compruebo tras el dédalo de callejuelas que me conduce hasta el Museo Picasso, cuya entrada está desierta: sin un solo turista. Un milagro que me permite regodearme en cada sala, sin gentío ni celulares, y que además me revela dos períodos claves en la vida de Picasso (o sea, en la Historia). Por un lado, su juventud en Barcelona, desde que ingresó en la Llotja hasta que desertó de ella, en 1898, con su escapada a la Horta de Sant Joan. Por el otro, los meses que se enclaustró —entre agosto y octubre de 1957— para pintar sus Meninas: la serie con que se propuso reinventar a don Diego Velázquez, su maestro y (acaso) su némesis.

Entre estas dos etapas se cerró un ciclo: el joven Picasso que renuncia a la tradición para instaurar la suya propia… una tradición subversiva, en perpetua errancia, en barroca fuga, que el maestro Picasso consumaría al confrontar pictóricamente la magna opera de Velázquez. Entre ambos períodos pasaron muchas cosas —el franquismo y las Guerras Mundiales, Dada y el psicoanálisis, el jazz y el Che Guevara— sin que el pintor perdiera el paso creativo, poniendo en práctica, muy a su manera, una premisa que don Eugenio había formulado (y que Dalí después plagiaría): “Lo que no es tradición es plagio”.[2]

Pero, más aún que sus metamorfosis, en el sueño me deslumbran las constantes iconográficas del pintor, como si con ellas nos mostrara que no quería destruir el Canon sino ponerlo en Fuga. Sus recurrentes ventanas me intrigan tanto como la proliferación de sus espejos, minotauros, pintores y modelos. Motivos propios de la tradición barroca —ésa que confunde al Arte y la Vida— pero que Picasso subvierte para iniciarnos en los dilemas de nuestro siglo: misterios atemporales, eones en movimiento. Un proyecto que estudiaré con calma y método, sí, en cuanto salga de este museo, es decir, de este sueño que ya se esfuma.


[1] D’Ors, Eugenio, Glosas. Páginas del Closari de Xenius (1906-1917). Biblioteca Calleja, Madrid 1920, p. 128.

[2] Citado por Varela, Javier, Eugenio d’Ors. 1881-1954, Ediciones RBA Barcelona 2017. Versión Kindle.

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