Gonzalo Lizardo
Sueño que regreso a Barcelona para seguir el
rastro a Eugenio d’Ors, un barroco falangista. Seducido por la fresca mañana,
recorro a pie el barrio gótico hasta llegar a la Carrier Condal #1. Me
decepciona un poco descubrir que no existe ya la casa donde nació d’Ors, sino
una snob tienda de moda. Pero mi curiosidad, azuzada con la bruma y la llovizna
(tan fotogénicas), le doy razón a don Eugenio, cuando afirmaba que “el interés
no es más que una máscara que cubre de emoción el saber”.[1]
Así lo
compruebo tras el dédalo de callejuelas que me conduce hasta el Museo Picasso,
cuya entrada está desierta: sin un solo turista. Un milagro que me permite
regodearme en cada sala, sin gentío ni celulares, y que además me revela dos
períodos claves en la vida de Picasso (o sea, en la Historia). Por un lado, su
juventud en Barcelona, desde que ingresó en la Llotja hasta que desertó de
ella, en 1898, con su escapada a la Horta de Sant Joan. Por el otro, los meses
que se enclaustró —entre agosto y octubre de 1957— para pintar sus Meninas: la serie con que se propuso
reinventar a don Diego Velázquez, su maestro y (acaso) su némesis.
Entre
estas dos etapas se cerró un ciclo: el joven Picasso que renuncia a la
tradición para instaurar la suya propia… una tradición subversiva, en perpetua
errancia, en barroca fuga, que el maestro Picasso consumaría al confrontar
pictóricamente la magna opera de Velázquez. Entre ambos períodos pasaron muchas
cosas —el franquismo y las Guerras Mundiales, Dada y el psicoanálisis, el jazz
y el Che Guevara— sin que el pintor perdiera el paso creativo, poniendo en
práctica, muy a su manera, una premisa que don Eugenio había formulado (y que
Dalí después plagiaría): “Lo que no es tradición es plagio”.[2]
Pero,
más aún que sus metamorfosis, en el sueño me deslumbran las constantes
iconográficas del pintor, como si con ellas nos mostrara que no quería destruir
el Canon sino ponerlo en Fuga. Sus recurrentes ventanas me intrigan tanto como
la proliferación de sus espejos, minotauros, pintores y modelos. Motivos
propios de la tradición barroca —ésa que confunde al Arte y la Vida— pero que
Picasso subvierte para iniciarnos en los dilemas de nuestro siglo: misterios
atemporales, eones en movimiento. Un proyecto que estudiaré con calma y método,
sí, en cuanto salga de este museo, es decir, de este sueño que ya se esfuma.
[1] D’Ors, Eugenio, Glosas. Páginas del Closari de Xenius
(1906-1917). Biblioteca Calleja, Madrid 1920, p. 128.
[2] Citado por Varela,
Javier, Eugenio d’Ors. 1881-1954, Ediciones
RBA Barcelona 2017. Versión Kindle.