Gonzalo Lizardo
Ahora bien, apenas se propone percibir la Vida,
el Arte descubre que su obra se integra en esa misma Vida y se vuelve, por
tanto, “percepción de la percepción”, reflejo de reflejo, intertextualidad.
Cada poema es una cosa en sí, pero no
cualquier cosa, sino un artefacto
para percibir y expresar tanto el Mundo como la Poesía. Esa doble intención fue
suscrita por Velázquez, Goya, Picasso y esa tradición artística a la que
podríamos llamar “barroca” por su discreto neoplatonismo: si bien eligen sus temas
de la vida concreta, lo hacen siempre para transmutarla en otra cosa, ideal, abstracta, poética.
Según
Rau, las obras de Picasso “no sólo muestran reflexiones conscientes sobre los
temas y el estilo de Steinlen, Toulouse-Lautrec o Gauguin, sino que también dan
testimonio de experiencias vividas personalmente”,[1]
de suerte que cada obra expone una analogía muy específica entre la vida y el
arte. Si Picasso hizo tantas obras sobre el tema del pintor y su modelo, fue
porque dicha escena, además de serle cotidiana, representaba una experiencia
impersonal, casi mitológica: un emblema de la creación.
Tal
intención es más evidente en las litografías con que Picasso ilustró La obra maestra desconocida, una
noveleta de Balzac sobre un viejo pintor, Frenhofer, que invirtió diez años en
hacer el retrato de una mujer, con tal paciencia y estudio que el resultado
resultó indescifrable. “Hace falta la fe, fe en el arte, y vivir durante mucho
tiempo con la propia obra, para poder realizar semejante creación”,[2]
sostenía Frenhofer, sin percatarse de que sus admiradores, abrumados, no comprendían
su pintura ni valoraban por tanto su arte.
La
noveleta admite dos lecturas: al tiempo que exhibe la ineptitud de ciertos
artistas para consumar sus proyectos, anticipa también una vía pictórica basada
en el análisis del objeto, no en su copia servil. Fue esta lectura —precursora
del cubismo— la que Picasso se propuso ilustrar con sus litografías, revelando
el proceso del pintor para “transmutar” a su modelo en otra cosa (ideal, abstracta, poética), pero con una frescura y una
vitalidad que evidenciaran el error de Frenhofer: la lentitud y la torpeza de
su método pictórico.
“Si el
arte es un espejo del mundo, ese espejo es mágico: lo cambia”,[3]
escribió Octavio Paz, y Picasso demostró que dicha afirmación era válida sobre
todo cuando el Arte es un espejo del mismo Arte.
[1] Rau, Bernd, Pablo Picasso.
Obra gráfica, Editorial Gustavo Gili, Barcelona 1982, p. 9.
[2] Balzac, Honoré de, La obra
maestra desconocida, Océano, México 2014, p. 68.
[3] Paz, Octavio, Los hijos del
limo, Seix Barral, Biblioteca de bolsillo, 2ª edición, México 1989,p. 94.