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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XXVI. LA MUSA, EL PINTOR Y EL ESPEJO

Gonzalo Lizardo

Ahora bien, apenas se propone percibir la Vida, el Arte descubre que su obra se integra en esa misma Vida y se vuelve, por tanto, “percepción de la percepción”, reflejo de reflejo, intertextualidad. Cada poema es una cosa en sí, pero no cualquier cosa, sino un artefacto para percibir y expresar tanto el Mundo como la Poesía. Esa doble intención fue suscrita por Velázquez, Goya, Picasso y esa tradición artística a la que podríamos llamar “barroca” por su discreto neoplatonismo: si bien eligen sus temas de la vida concreta, lo hacen siempre para transmutarla en otra cosa, ideal, abstracta, poética.

Según Rau, las obras de Picasso “no sólo muestran reflexiones conscientes sobre los temas y el estilo de Steinlen, Toulouse-Lautrec o Gauguin, sino que también dan testimonio de experiencias vividas personalmente”,[1] de suerte que cada obra expone una analogía muy específica entre la vida y el arte. Si Picasso hizo tantas obras sobre el tema del pintor y su modelo, fue porque dicha escena, además de serle cotidiana, representaba una experiencia impersonal, casi mitológica: un emblema de la creación.

Tal intención es más evidente en las litografías con que Picasso ilustró La obra maestra desconocida, una noveleta de Balzac sobre un viejo pintor, Frenhofer, que invirtió diez años en hacer el retrato de una mujer, con tal paciencia y estudio que el resultado resultó indescifrable. “Hace falta la fe, fe en el arte, y vivir durante mucho tiempo con la propia obra, para poder realizar semejante creación”,[2] sostenía Frenhofer, sin percatarse de que sus admiradores, abrumados, no comprendían su pintura ni valoraban por tanto su arte.

La noveleta admite dos lecturas: al tiempo que exhibe la ineptitud de ciertos artistas para consumar sus proyectos, anticipa también una vía pictórica basada en el análisis del objeto, no en su copia servil. Fue esta lectura —precursora del cubismo— la que Picasso se propuso ilustrar con sus litografías, revelando el proceso del pintor para “transmutar” a su modelo en otra cosa (ideal, abstracta, poética), pero con una frescura y una vitalidad que evidenciaran el error de Frenhofer: la lentitud y la torpeza de su método pictórico.

“Si el arte es un espejo del mundo, ese espejo es mágico: lo cambia”,[3] escribió Octavio Paz, y Picasso demostró que dicha afirmación era válida sobre todo cuando el Arte es un espejo del mismo Arte.


[1] Rau, Bernd, Pablo Picasso. Obra gráfica, Editorial Gustavo Gili, Barcelona 1982, p. 9.

[2] Balzac, Honoré de, La obra maestra desconocida, Océano, México 2014, p. 68.

[3] Paz, Octavio, Los hijos del limo, Seix Barral, Biblioteca de bolsillo, 2ª edición, México 1989,p. 94.

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