Gonzalo Lizardo
Entre los casos
más perturbadores de “locura genial” en la literatura, destaca el de Philip K.
Dick, el autor de El hombre en el
castillo (1962) y ¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas? (1966). Estigmatizada por la ausencia
paterna y la muerte de su gemela, su biografía fue una secuencia de amores y
errores, adicciones y episodios alucinatorios: una caída en la demencia que no
le impidió renovar la ciencia ficción mientras forjaba una laberíntica y
seductora cosmología cuyo influjo aun se advierte en series como Blackmirror o como Love, Robots & Death.
A grandes rasgos, la cosmovisión de Dick gira en torno
a tres conjeturas: la premisa (gnóstica) de que la realidad es tan múltiple y
plural como nuestra subjetividad; la sospecha (paranoica) de que somos
manejados por poderes suprahumanos; y la esperanza (mística) de que existe una
deidad verdadera, oculta tras las sombras de nuestra percepción y los demiurgos
que nos controlan. Tres conjeturas literarias
que se volvieron certezas literales cuando
una fantasmal niña de cabello largo le reveló que el mundo era una alucinación,
pero sus obras no:
“Ella sí apareció; era una completa extraña”, declaró
Dick en una conferencia, “y me informó este hecho: que algunas de mis obras de
ficción eran verdaderas en el sentido literal”.[1] A
partir de entonces, su escritura se metamorfoseó. Mientras que en sus inicios
—hasta 1960— escribía “transparentes parábolas para denunciar el poder de las
grandes corporaciones, el sistema militar-industrial o la manipulación de la
opinión a través de los medios”, durante su etapa “mesiánica” —a partir de
1970—, “el autor se cree depositario de verdades cuasi divinas”.[2]
Pero por más que esas visiones emanen de sus psicosis
—él mismo dudaba de su cordura—, la teología de Dick posee una coherencia casi
neobarroca, casi panteísta, que anhela la coniunctio
oppositorum de los alquimistas:
Y Dios contiene
todas las categorías del ser. Por tanto Dios puede ser absolutamente no-Dios,
lo cual trasciende la razón y la lógica humanas. Pero intuitivamente entendemos
que es así. ¿Tú no? ¿No preferirías un monismo que trascendiera nuestro
lamentable dualismo? Specktowsky era un gran hombre, pero existe una estructura
monista más elevada encima del dualismo que él vislumbró. […] Lo que yo veo lo
trasciende. Cuando llegas a ese nivel, dos cosas opuestas pueden ser iguales.[3]
Para abrir las
puertas entre teología y política, la realidad y la subjetividad, la llave para
Dick fue una paranoia mística, catalizada con fármacos y cultivada tercamente
con la escritura.
[1] “Philip K. Dick. Documental en español”,
en https://www.youtube.com/watch?v=RNLsu3nZf1M&t=664s.
[2] Verdú, Vicente, “Prólogo” a Philip K.
Dick, Laberinto de muerte, Plaza y
Janés, Barcelona 1999, p. 15.
[3] Dick, Philip K., op. cit., pp. 127-128.