Irene Ruvalcaba
La
poesía observa el mundo con catalejos microscopios. Aleja lo lejano,
acercándole. Con distancia, aproxima lo íntimo. Es más humana
—aún— que el ojo que mira, que la mano que sujeta la pluma.
Siente, palpita, saborea. No hay metáfora que valga ni instrumento
científico que la capte, existe y es ahora, siempre en presente,
rítmica como los veintidós segundos que tarda nuestra sangre en
circundarnos.
Por
transfusión, Jacqueline Goldberg mezcla humores de vida y muerte, de
cuerpo y poesía: la sangre y la música; el plasma y la imagen. Es
una alquimista de las palabras, cirujana de la imagen y maga de
microorganismos corporales. Confusión y fusión con la escritura.
Flor cadáver que inocula con su luz.
Hematología
poemática que predestina al cambio cíclico y líquido: “La sangre
alimenta malos augurios, / forcejea con la inútil constancia de los
husos.”1
Enrollándose como filamento levísimo, fragilidad justa de
anestesia. “La sangre es expiación. / La veas o no. / La huelas o
no. / La mastiques o no.” La
sangre desinfecta su
existencia terrosa, es en sí misma nuestra fe. Nos conoce más que
nosotros a ella, gana desde dentro, estalla en flores, la sangre está
presente. Es la presencia. Síntoma y hematoma del espacio en que
poeta y biografía se juntan.
Recordemos
su alarmista presencia, su fulgor: encuentro por incisión, por golpe
o por extracción. “Su desbordamiento ha de ser el día más
ajado. / Convida cierto poder / —médicos y asesinos lo saben—.”
Su mancha es acumulativa, explosiva y corrosiva. Escribimos con
latidos la sangre del amor y del miedo. “Siglos mintiendo sobre
linajes.” La riqueza no radica en color ni trasparencia.
“Sobrevalora
filos de espada, / cuchillos, dagas, bisturís. / Dice de un zumbido
seco.” Silencio de lo que derrama, ave que vuela con lentitud de
musgo, todo lo llena y lo marca, hace de la purificación su arma
letal. Se vuelve mansa imagen de lo fijo: “Ha de ser también flor.
/ Fría o caliente, da igual.”
Goldberg
pregunta: “¿Hay confusión en quien aspira a una muerte sin
sangrado?” Difícil saberlo. Lo único que tenemos es la pura idea
de que la muerte agotará la sangre. “A todos toca un parpadeo, /
un poco de gasa y charco.” Tiempo de hospital en el que nos
suministramos litros de voluntad.
Proteína
de
anhelo: “Hablemos de una sangre / que no escampa, / que baste a la
luz.” Examinemos esa sangre de recuerdos, cápsula ancestral y
descendiente que está siempre a flor de piel.
1
Jacqueline Goldberg, Perfil 20,
Digo.palabra.txt, Caracas, Venezuela, Chicago 2016.