Irene Ruvalcaba
Hay
una emoción tranquila en mirar la lluvia. Aunque, cuando no cesa,
algo inquietante se desborda dentro del alma, barco de papel
impermeable que, pese a todo, flota. La fuerza de gravedad y la
sequía terminan por absorber toda el agua y un pequeño brote
azuzado por sol y dolor se erige desde su fragilidad. Es una prueba:
la naturaleza se mueve en nosotros imponiéndose.
Lenta
aguarda la paciencia de los helechos, la coloración callada de las
flores. La naturaleza no advierte ninguna esperanza, por más verde
que parezca. Es tan sabia que se olvida de ponernos atención. Un
leve pestañear y todo comienza a ser. Pedazos de diosas viven en las
formas distintas de los árboles, conexión inconsciente y
ceremonial. El futuro es una planta de la cual sabemos por su
hojarasca.
Jimena
Arnolfi aprende de la floresta su apartarse. Es la discípula más
joven de las diosas vegetales, maestra de sí misma que se enseña a
desaprender. Tal vez, estar aquí es el tránsito detenido del
pretender alargar la vida: sembrar belleza en lugar de alimento, como
coles de jardín que detienen el hambre en su extraña coloración.
La
poeta no demora el paso por la hoguera,
intuye que siempre es
un buen momento para partir, atiza el fogón: Hay
leña1.
“El jardinero dice que es mentira / que hay que hablar con las
plantas, mejor hay que escucharlas, es decir, / observar el estado de
las hojas,” escuchar con los ojos y el olfato, con la boca y el
oído.
La
poesía se desenrolla con resistencia. La vida humana habría de
atenderse como a las plantas, conocer: “si están desanimadas de
tanto frío / si hay alguna plaga que lastima, / o si acaso se queman
de tanto sol.” Tarde o temprano el alma avisa los excesos y se
defiende en secreto, casi como vocecitas que flotan entre riscos. A
veces le da por existir junto a aquello que le da muerte, le gusta
mantener la idea de que puede tolerarlo. Otras, grita en una lengua
primitiva que de tanto ser dicha (y escuchada)
se
vuelve ininteligible, agoniza.
Una
corazonada es la prueba de que el cuerpo tiene maneras sabias de
callarse, a veces necesita de la poesía como sacerdotisa flotante de
pesadas palabras: “Creo que el maestro tiene razón. / Cuando algo
cerca gime, nadie pregunta. /Nadie se detiene a mirar qué pasó.”
Pero, el llanto también es posibilidad de cura, lluvia en arroyo; en
el exceso, el alma se canaliza; navega, cruza y sale, sin remedio, al
exterior.
1
Hay Leña,
Jimena Arnolfi, 2017, Caleta Olivia, Argentina.
*Ilustración
de Ilse Ovalle.