Irene Ruvalcaba
No
existe nada sobre la tierra más abierto ni más críptico que las
flores. Todos participamos de su misterio. Para descifrarlo, las
amarramos con cadenas estéticas, las llenamos de apariciones
fantásticas, las condenamos a observar el paso de los días. Toda
vez marchitas, las dejamos caer a un fondo silencioso donde no hay
agua ni sol y, máxime, las abandonamos sin amor. Pero, tarde o
temprano, su cuerpo dolorido golpea la conciencia que brilla
inconforme. Mujer, fruto y serpiente: una flor.
Floreciente
como quien despierta de un largo sueño, la poeta Rupi Kaur recupera
sus enseñanzas de las que extrae destellos de polen para iluminar el
camino de El
sol y sus flores1.
El poema inicia: “qué
te pasa con los girasoles
pregunta” espejo de la pregunta ¿quién eres? Ver hacia afuera es
refractar lo interno, enganchándolo al mirar.
“Señalo
el campo de amarillos que hay afuera” agrega
Kaur con pétalos
recién nacidos que tocan, en su búsqueda, el instante. La palabra
mantiene al alma cortada del mundo, lejana de su origen, en un jarrón
chino con decorados de flores azules y doradas, artificiales. Todo
para adornar, poner cada cosa en su lugar, para conservar la ilusión
antes que la realidad rompa a ese jarrón refractario del amor.
El
amor es
un boxeo adestrado en
la ternura: “los
girasoles adoran el sol
le digo / sólo
cuando llega se levantan /
cuando
el sol se marcha /
inclinan
la cabeza en señal de duelo”,
así también el sol nocturno trabaja bajo tierra su duelo. Toda
pelea que se gana es inútil.
De
noche, el grillo le canta elegías al sol que se oculta, canto de lo
que se añora. Llegará o no llegará el día en que no ha de salir,
se preguntan la flor y el grillo. El momento en que por fin quede
muerto en las entrañas de su amada, esa tierra cubierta por la vida:
“eso
es lo que el sol les hace a esas flores /
eso
es lo que me haces tú a mí”.
Los
girasoles mantienen poder y duelo en su negro centro de energía
solar envueltos por una niebla pesada y púrpura. Ahí es donde crece
su pasión. Mientras el sol se cobija con el horizonte, ellos se
levantan cuando duerme la luz. En sus sueños, el sol es negro y gira
al ritmo que le dictan; a contrapunto, ordenan el movimiento del
astro mayor. Tal vez, la gesta más grande de los girasoles sea
conocer los
secretos
oníricos del sol.
1 El sol y sus flores, Rupi Kaur, Seix Barral, México.
Ilustración: Ilse Ovalle