Alejandro García
…empeñado en conocer los grandes destinos de la patria, oh, Madigan, y de la humanidad entera, en este encierro que cala, amenaza y disminuye cada día ciudadanos por cientos, sin que se le vea copete real, todavía, a la curva, pienso y me estiro por aquí y me rasco para allá, teleológico siempre, recuerdo la deslumbrante idea de Foucault de cómo un sector de los hombres se encargó de adiestrar manos y pies y cerebro para determinados fines. El pie para la marcha militar, la mano para el manejo de las armas y de los instrumentos musicales, había que dominar al otro con un tam tam adecuado. Y claro, la mano y el cuerpo completito para el trabajo de sol a sol. También Tournier contribuyó a diseccionar la división mítica e internacional del trabajo en la escatología de nuestra civilización: Caín el sedentario, Abel el nómada, el moreno y el rubio, el pinto y el colorado, el ortodoxo y el heterodoxo, el pelón y el greñudo. Así que los regalos para los niños eran tamborcitos y fusiles, para las niñas muñecas, había que preparar madres amorosas y obedientes amas de casa. Desde luego, la contracultura seguía adelante: baile y carnaval, trago y deschongue. Civilización y barbarie. Y yo pensaba en qué nos mueve ahora en nuestro encierro, cuáles son las palabras que vienen a representar nuestros sueños y envés de la tarea obligatoria: ¿orden y progreso?, ¿religión y fueros?, ¿capitalismo o comunismo?, ¿cumbia o rocarnrol? Y, pensaba, diestro como soy en las redes majestuosas de la mente, en la divagación swiftiana, qué podrían hacer estos dirigentes de olla de tamales de nuestro México: de chile, de dulce y de manteca, por nuestro futuro y unirnos en un solo latido de corazón. Sé que los amantes de los gimnasios conjuran la gordura en la clandestinidad, cual actividad guerrillera posmoderna, sé que el paseo de perros allí va, con sofisticadas mascarillas y refrescantes ráfagas sanitizantes. Sé que anónimas potestades recurren a los misterios gloriosos que retumban en las esquinas de los callejones y amedrentan al microscópico ente que roe garganta y pulmones. Y he pensado que así como se llama a rebato en situaciones de emergencia, podría hacer extensivo por lo menos un llamado para que toda la población cautiva se una en torno a un evento productivo y preparador de nuestra reinvasión a calles y locales donde han transcurrido nuestra vida. Pensé en la marcialidad no del himno nacional, muy propio de la épica que reparte mojicones, sino en los mal llamados segundos himnos: la marcha de Zacatecas, sin gobernador al frente, desde luego, Caminos de Guanajuato, huy que a punto están los panistas de transitar el tequila a cremita de membrillo, el Juan Colorado de quítame estas pajas, o desde Navolato vengo… y desde el cerro de la Silla se divisa el panorama cuando empieza a amanecer. Luego pienso que sigue siendo una parte de la épica. Y la lírica tampoco nos llevaría a consenso: ni los Bukis, ni Yuri de Chapultepec, ni Chico Che, ni Juan Gabriel, ni Los caminantes. Al menos tengo claro que será por el lado de la música, una parte pues de la educación ruda y sentimental (sus dos caras) del siglo decimonónico. No será religioso: ni Padre nuestro ni respuesta al Muecín ni salutación al rabino, tampoco interlocución con tantos clérigos de nuevas iglesias que por el mundo han ido. Digamos que sería baile, con devoción y ejercicio integrados. Y amigo como soy de la arbitrariedad sugiero que sea la iguana, la guerrerense. Sé que hay una iguana veracruzana y que Lila Downs ha hecho una recreación que combina cosas de aquí y allá. La versión de Amalia Hernández es todo vestuario y los mismos bailarines naufragan entre tanto color. No, hay videos de chiquillos y chiquillas (no las del impresentable), que son una verdadera muestra de lo completo que podría resultar esta convocatoria dentro de nuestro sufrido encierro. Imagine usted que a las diez de la mañana sonase una sirena, llamada a turno, y empezara a sonar la iguana. Se puede empezar zapateando duro como los jarochos o deslizando el pie con mayor libertad, como los guerrerenses, al fin y al cabo que el cuerpo de cada quien dictará sentencia. Y se hará el asedio, preferentemente sin dama, porque con estos ayunos lo más probable es que el plan se vaya a pique, y esto sea muy en serio. Así que el ciudadano es la iguana y se avienta de manos al suelo, levanta los pies al caer, como aquel famoso escorpión del portero Higuita. Y gira en busca de la pareja que en el baile se escurre y en el encierro más. “Si quieres comer iguana, yo te las voy a agarrar, en el patio de Tía Juana se salen a calentar, huy huy qué iguana tan fea, miren cómo se menea, Huy huy qué iguana tan loca, miren cómo abre la boca, huy huy que se sube al palo, huy que ya se subió, huy huy que buca su cueva, huy huy que ya la encontró, huy huy que se me te en ella, huy huy que ya se metió”. Ya en el piso la figura humana se convierte en iguana, levanta el torso, mueve la cabeza, en busca de compañía, gira, rueda, camina, ejercita el cuerpo y nubla el intelecto (nótese la cercanía semántica entre lagartija e iguana). Y eso es todo. Diez quince minutos de ejercicio integral, sólo para disponer al hombre para los nuevos tiempos o, para más probablemente, un simple remanso, resignado para el regreso de las terquedades de siempre. Yo, como el planeador de Swift, lamento decirles que no puedo, debido a mi edad, realizar tan noble y formador ejercicio, pues parte soy de la tercera edad, del escuadrón de la muerte que forma a la entrada de las gigantes fauces del corona virus y por lo mismo podré sólo deleitarme de esos cuerpos vistosos, ajenos a doctrina y a la repetición de movimientos que anulan todo placer, aunque el baile es fuego, el cuerpo estopa, viene el requiebro y sopla…
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