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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(29)

Alejandro García

…yo empecé a saber de tus travesuras y encomiendas, Madigan, en 1974. Podría mencionar a Juan Rulfo (El llano en llamas y Pedro Páramo) y a Ernesto Sabato (El túnel y Sobre héroes y tumbas) en inicial término, por ser de las primeras recomendaciones para que yo leyera y catalizara mi salida de la adolescencia vital y combatiera mi analfabetismo funcional. En el viaje inicial, los camaradas de Aguascalientes, Sandoval, Miramontes, Martínez Farfán y Lara Huerta se echaron un buen pleito por, a favor o en contra, Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. Se oyeron diversas versiones de las carcajadas de los poetas malditos. Pero el México de entonces pasaba por la provocación del echeverrismo. Si Fidel Castro le dio un arma larga a Salvador Allende para acompañar el avance del socialismo, Echeverría lo llevó a la Universidad de Guadalajara y lo dejó lucir con un profundo discurso. Ahora sabemos que don Luis quería robarse las simpatías del líder cubano y agregar las del círculo estadounidense. Se le escapó la secretaría general de la ONU. Así que la muerte de Allende, con las manos y la nariz y el cuerpo entero del Tío Sam, en septiembre de 1973, fue un hito para mi formación política, para darle densidad a las causas nobles, originadas en los lemas e ideas de las mejores mentes del mundo. Así pude combinar la construcción de mundos imaginarios, de mundos posibles, con la esperanza de vivir en una sociedad más justa. Fue una derrota dura la de Chile, y en ese momento muy pocos alcanzábamos a ver la doble cara, la doble moral del régimen, que había masacrado estudiantes el jueves de Corpus de 1971 y el presidente se lavó las manos deshaciéndose del Regente de la Ciudad de México, Alfonso Martínez Domínguez, a quien un célebre pintor todavía llamó El Halcón Domínguez, en evidente descargo de su superior. Allende nos parecía cercano a Francisco I. Madero. Nos lo sigue pareciendo. A pesar del apoyo gubernamental, lo que sucedió dentro de Chile es difícil de precisar. Muchas ruindades quedaron en el silencio por la muerte de los testigos. Otros fueron perseguidos, aniquilados dentro o ultimados fuera. Habrán de salir todavía numerosas versiones. La altanería del dictador, de hablar cercano a las interjecciones de un primate, Augusto Pinochet, se vio frenada por el voto de sus gobernados por obligación. Y le tocó la humillación de mantenerse encerrado en Londres, gracias a la complicidad de Margaret Tatcher. El juez español Baltasar Garzón todavía padece las persecuciones por tamaño arañazo a las fuerzas del imperialismo. De aquellos años recuerdo las narraciones de Antonio Skármeta y Poli Délano. De éste pude escuchar en vivo algunas de las hazañas de la resistencia. Encontrábamos a chilenos en todos los foros, nos mantenían atentos e informados. De la literatura posterior recuerdo una novela de Mauricio Electorat que ganó el premio Biblioteca Breve La burla del tiempo (2004). Una broma estudiantil topaba allí con la falta del sentido del humor de los milicos y el ejercicio de una punición y un rencor que laceraba al lector. Chile y Allende están en mi corazón y en mis pies, Madigan, en el sentir, en el flujo de la sangre y en la base de mis movimientos y mi vida de relación. Quizás no puedo decir lo mismo del cerebro, primero porque era imposible razonar frente a lo absurdo y el tamaño de la agresión y en segundo porque las lecciones de la historia en las décadas finales del siglo pasado, arrasaron con la esperanza del socialismo. La desigualdad existe, las propuestas revolucionarias siguen frente a una realidad que parece inmutable. Hoy, que la patanería de los estadounidenses se manifiesta de nuevo a través de su presidente, ¿quién dijo que Nixon o Reagan era lo peor?, que el 11 de septiembre es el día de la pérdida de miles de personas en Nueva York y que se tienen serias sospechas sobre las explicaciones dadas, uno tiembla frente al momento en que los vecinos del norte se dedican a “corregir” el mundo. Podemos reírnos de la tozudez de Trump para obtener Groenlandia, una isla más grande que México, pero el asedio sobre Irán es permanente, la presencia en Irak, el apoyo incondicional a Israel, la presión siempre en aumento sobre México sin ahorro de insultos. Se ha dicho mucho que Francis Ford Coppola en “El padrino” deifica a los delincuentes. Creo que no. Creo que hace una radiografía de sociedades, como la norteamericana, que van de la brutalidad como reino y el ascenso social como norma, hasta el encumbramiento como líderes y personas de nobles sentimientos y de caudal indudable. ¿Cuántos de los que ahora son ricos y poderosos pasaron por el proceso de vencer, explotar, cometer delitos, acumular y convertirse en guías de hombres?

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