Alejandro García
…vi entrar a Eduardo Lago por una de las
puertas que llevan al recinto de la quincuagésima primera Feria del libro. Éste
es de los nuestros, Madigan, me dije. Al alcance de la mano, atento a cualquier
pregunta, dispuesto al intercambio de palabras, generoso en sus comentarios
tanto en la extensión como en la profundidad, Eduardo Lago está en
Aguascalientes. Probablemente a él le incomode escuchar o leer que es un autor
fundamental para lectores de la literatura estadounidense que perdieron la
brújula en años recientes y se sumieron en las islas del archipiélago,
perdiendo de vista el océano y las conexiones de corrientes superficiales y
profundas más allá y más allá del más allá de una literatura que se instauró
con insolencia en el siglo XIX y lucha por mantenerse no sólo en el favor del
gran público, sino también en la cima de la experiencia estética en el siglo
XXI. De entrada me gusta su planteamiento entre David Foster Wallace y Jonathan
Franzen, la alternativa entre una obra sin concesiones y una pensada párrafo a
párrafo en las diversas aduanas del consumo, una literatura retadora,
mordiente, que se acerca a la realidad brutal de los Estados Unidos sin el
ánimo paternalista de la denuncia y una cabalgante narrativa que mira a lo
decimonónico y hace suspirar a Obama. Está también el reto entre el escritor
con mira en lo popular o los bajos registros de la lengua, alejados de la norma
prescriptiva y que, a veces, se enrolan en el destino de la nación. No me
refiero a ese monstruo poliédrico que es Herman Melville, sí pienso en Walt
Whitman y a Mark Twain que sabían que la democracia era más compleja que una
guerra o una invasión. Para quien esto escribe, después de la Generación
perdida, después de Salinger, venía lo incontrolable: Truman Capote, Richard Brautigan
y Donald Barthelme, Raymond Carver, John Cheever, John Updike y su saga del
Conejo, Norman Mailer, Philip Roth, Paul Auster. Faltaba por allí esa costilla
de origen que significa al decir de Lago “Los reconocimientos”de William Gaddis y su puenteo con Thomas
Pynchon y Wallace. Rotundo en sus opiniones, deja paso a la opinión del otro,
al gusto, a la experiencia, como diríamos aquí en alguna región: según el lado
que masque la iguana. “Walt Whitman ya no vive aquí. Ensayos sobre literatura
norteamericana”es una grandiosa
fuente de provocación y de reto, es una desafiante ruta de caminos para el
viajero amante de carreteras que amenaza con quedarse en las ciudades
monumento. Antes de leer este libro uno cree que ha leído a los escritores
estadounidenses. Durante y después de la lectura, uno tiene que bajar
allanpoescamente la mirada. Ya en el silencio de la lectura del libro, como el
changuito del chiste, uno puede regañar a y pelearse con Lago, mas habrá que
reconocer que ha logrado su cometido y que la tarea que nos espera de búsqueda
y lectura es amplia. Y si uno, vengativo lector, quiere poner riña seria a las
afirmaciones críticas de Lago, nada mejor que ir a su narrativa, allí podemos
rastrear algunas de sus debilidades: “Escribía porque no me quedaba otro
remedio y lo hacía sin intención de publicar. En este sentido cabe decir que
durante muchos años los cuadernos de Brooklyn se fueron escribiendo solos. De
vez en cuando la escritura magmática que se iba acumulando en ellos se asomaba
casi por su cuenta al exterior”. Qué creen, todavía no es la novela, es la
transición hacia el universo de “Llámame Brooklyn” en palabras del autor…