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}}}pssst, pssst, Madigan…(39)

Alejandro García

…Esto de modelar es cosa seria, Madigan. Tú lo supiste de primera mano y lo dejaste al alcance de todos. Habrá también por allí algún otro papelillo, dijo la monja y musa, donde nos hablas de los artilugios y los senderos del amor y el encuentro de un hombre y una mujer que quieren ser plenamente libres a través de la unión y la reunión. Por lo pronto tendré que ocuparme de esos misterios en otras plumas y en escenarios y directrices diferentes. Para mí los dos son invenciones, pero uno es, formalmente, un libro de historia y la otra es una novela. Ésta es como un triperío de gato saltarín, aquella como un trabajo al fin práctico y empeñoso del agrimensor kafkiano. Se trata de Pueblo en vilo (1968) de Luis González, después don Luis González y González. Se trata de Los recuerdos del porvenir (1963, el mismo año de Rayuela) de Elena Garro, no, por supuesto, de Elena Paz. La novela de Garro es una de las más importantes de la literatura mexicana del siglo XX y de todos los tiempos, si se me permite la grandilocuencia. Quien abre la narración, a la manera de un narrador omnisciente, que no lo es, es el pueblo, Ixtepec. Se ve y se narra a sí mismo y a sus voces, a través de la historia de la familia Moncada, en especial de Isabel, y su interactuar con el general Francisco Rosas. “Sentado sobre una piedra aparente”, dueño de la memoria, dueño y no de esos personajes que se le escurren, que están en él y no, pues buscan afanosos su combate en la tierra. Es difícil escaparse de esa voz de autoridad. Aún las versiones parecen sujetas por la directriz inicial: la voz del pueblo. En cambio el libro del historiador michoacano va construyendo con los datos al pueblo de San José de Gracia, en el rincón occidental del estado. Una meseta que baja a lamer las aguas de Chapala, que compite día a día con su antagonista: Mazamitla, con blasones que vienen desde hace siglos, y que se distancia para tomar propia forma de Sahuayo, Jiquilpan y Zamora, sede del obispado. Don Luis levanta la historia donde no la había, donde la geografía es permanente y ve pasar el tiempo con algunos trasquilamientos de los grupos y los líderes. Aparecen los ranchos, los dueños que los trazan y los llevan a la producción y que a veces prefieren irse a vivir a las ciudades, a vivir de sus rentas. Los otros tienen necesidad de un pueblo propio y así, en el mismo año que nace Ramón López Velarde, 1988, nace San José de Gracia, bajo la tutela y la mano férrea del presbítero. El investigador da cuenta de los nombres esenciales y de las familias tronco, construye un archipiélago de generaciones, usa las fuentes a su alcance, incluyendo los testimonios orales. Al igual que Ixtepec, el drama humano impera sobre las grandes decisiones de la historia. En San José es más impactante una nevada, un cometa, la aurora boreal o la llegada de un circo que la caída de Porfirio Díaz o la derrota de Obregón. Antes de fundar el pueblo tampoco fue importante el fusilamiento de Maximiliano. Por supuesto que los ecos descascaran la plenitud del pueblo, que los habitantes siguen a uno u otro caudillo, pero allí en la esquina de Michoacán, construyen un pueblo que crece con cierta pereza y escucha los murmullos del progreso. Revolución y Cristeros, la primera con la renuencia a los carranclanes, con cierta simpatía de uno que otro a Villa, la segunda que raspa su esencia y les calienta la sangre, pues han sido siempre fervorosos católicos. Aquí el pueblo no se narra a sí mismo, hay un narrador o un historiador, una mano que vive el combate entre la subjetividad y la objetividad y da cuenta de esa versión alterna de gran amanuense de la historia, como se proclamó Balzac. Se levanta el pueblo, lo podemos percibir en su separación del campo, en su grito peculiar cuando llegan las sonoras campanas. Primero es una especie de granero, un centro de concentración de productos, después irá tomando sus propias características y supeditando a los ranchos y haciendas. González se define como tímido y ranchero. Es un dejarse caer para que lo levanten, decía su alumna Carmen Castañeda, de Guadalajara. Los defensores del universalismo le toman la palabra, los historiadores europeizados de cuño posterior también. Don Luis estuvo en los mejores claustros franceses y no se indigestó. Su libro es hoy una lectura grata, necesaria. Si Ixtepec queda atrapado en las fobias y filias a Elena Garro y personas que con ella tuvieron algo que ver, San José de Gracia sufre el atentado del rasguño folclórico, de la historia parroquial. No hay tal, Ixtepec está allí como testimonio del grupo, como voz de memorias. San José de Gracia está como reto, ante tanta historia parroquial verdaderamente sanguinaria y soporífera y ante tanta historia académica que en los vericuetos de marco teórico y estados de cuestión se olvidan del olor de la carne humana, de la que hablaba Bloch. Ixtepec habla, San Jose de Gracia camina y te hace caminar, dar vueltas en torno a lo que fue el Llano de la Cruz y a lo que es hoy un pueblo que exige se le narrativice al día…

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