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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(42)

Alejandro García

…¿Por qué escribir? En la época del padecimiento sartreano aquella pregunta nos hacía pasar aceite, gulp, nos llevaba al laberinto de la libertad, la responsabilidad y el camino de cada quién para ejercerlas. En el marxismo por lo menos había una sabrosa teleología de cielos, tomados por asalto o por el medio que fuera, eureka, en donde el arte parecía lejana vía, desechable, había que conseguir el fin. Reviso el índice. Me encuentro en Ensayos completos de Paul Auster, una breve pieza con la inicial pregunta como título. El ensayo en realidad es un ramo de cinco historias espléndidas, cinco chisporroteos: I. Una mujer embarazada que ve Historia de una monja con Audrey Hepburn y a media película se pone de parto. Tres años después, nuevamente embarazada, la tele muestra la misma película justo donde la dejó, pero casi quince minutos antes del final rompe aguas. No habría tercera exhibición en la pantalla, tampoco nuevos hijos. II. Durante un verano en Vermont, con su familia, la esposa recibe la visita de una vecina, acompañada de su hija de cuatro años y un niño de dieciocho meses. La niña tiene casi la edad de su hija Sophie. Salen las dos a jugar, las dos mujeres conversan y mientras tanto el niño se desliza a un extremo y rompe un jarrón. El escritor se enoja, pero en buen ánimo se dispone a recoger los pedazos esparcidos en el piso. Se desplaza a esa área donde hay una escalera, un descanso y una ventana. La niña entra corriendo y se tropieza. Vuela, vuela hacia la ventana. El padre logra atraparla. III. A los catorce años los padres lo enviaron de campamento en el Estado de Nueva York. De entre dieciséis y dieciocho compañeros, hizo migas con un recién llegado, Ralph. En una salida, la primera atractiva, al bosque, los atrapa una lluvia que pasa del chipi chipi a la tormenta. Los golpea. Empiezan los relámpagos y los truenos. Tienen la opción de mantenerse en el bosque o pasar a un claro. Optan por lo segundo. Entran a una propiedad privada, deben cruzar una alambrada. Ralph va antes, se tiende y empieza a cruzar. El aire se ilumina, truena, Ralph se detiene y se queda inmóvil. El ensayista lo alcanza, lo jala y lo lleva a la zona abierta. Ralph está muerto. IV. Paul Auster cuenta que recibió una carta donde una mujer de Bruselas le comparte la historia de un amigo suyo. Éste se alistó en el ejército belga en 1940. Fue hecho prisionero y llevado a un campo de prisioneros, donde permaneció hasta 1945. Allí pudo mantener correspondencia con una colaboradora de la Cruz Roja de su país. Mantuvieron la conversación durante el encierro y lo prolongaron después de la liberación. Con el tiempo se casaron, tuvieron hijos. Uno de ellos fue a estudiar a Alemania, allí conoció a una chica y se comprometieron. Al recibir la visita de los padres de la prometida, reconoció (y fue mutuo) a uno de sus carceleros. No hubo mayor problema. V. A los ocho años, sólo le importaba el beisbol. Los Giants. Willie Mays, “El incandescente Say-Hey Kid”. Al salir por una puerta especial después de un prodigioso partido entre su equipo y los Braves de Milwaukee, se encuentra con el Señor Mays. Se atreve a pedirle un autógrafo. No tiene un lápiz, tampoco el jugador ni sus acompañantes. “Lo siento chico —dijo—. Si no tienes lápiz no puedo firmarte un autógrafo. Desde entonces llevó consigo un lápiz, por eso escribe Paul Auster. ¿Y tú, memorioso Madigan, por qué escribes?…

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