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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(5)

Alejandro García

…Robinson dio el brinco, de anécdota de novela a mito moderno, producto fiel de su época, y contemporáneo, con la crítica acentuada ya no necesariamente al destino de la humanidad, sino a los misteriosos desatinos del futuro del hombre después de los totalitarismos y los campos de exterminio multicolor. Robinson cumple 300 años en abril. Fue un éxito comercial, un poco a la manera de Cien años de soledad. Pasaron días para se sacara la segunda edición y pronto fue traducida a los idiomas más importantes de Europa. Es obvio que entre el Robinson del siglo ilustrado y el romántico de la siguiente centuria hay un buen salto ya. El primero es afín a un lector que piensa en su mundo de mares y aventuras, pero éstas no son a secas, son con producto. Si algo enseñaron los navegantes ingleses es que podían regresar de alta mar con las bodegas repletas de al menos riquezas de procedencia americana con bandera española, claro. La libertad de la empresa es sagrada, así como la transformación con beneficio en especie y con un soporte de buenas intenciones, una teleología, que abonaba en la mejora y perfeccionamiento de la especie, esa añeja distancia entre teoría y práctica que entonces se empezaba a amalgamar con el ejercicio de la crítica, ante la cual el rudo empresario solía defenestrar doctrinas y no eran meros ejemplos. El Robinson romántico se carga hacia la soledad, el espacio para la reflexión y el levantamiento de la añorada sociedad perfecta. Desde el yo, desde el origen. Nada de Adán y Eva, nada de Dios y sus serpientes, el hombre solo, Robinson, para mejorar el modelo sacrosanto inglés. Allí estaba el reto de la naturaleza, cerca de donde se pensó la ciudad utópica, y el hombre dispuesto a volcar su saber y su experiencia en la creación de un mundo modelo. No se agotó con los pesimismos el habitante solitario de la isla, algunas otras miradas vieron en Viernes la aparición del Otro y la superación de los tratos unilaterales coloniales. Allí pasa a segundo plano el imperio y su organizador, pero no del todo, porque se entiende que el entorno es una estructura en donde las partes adquieren nuevas valencias en las combinaciones y, sobre todo, se da paso a un relativismo liberador y a una existencia plena de realidades ignoradas e incluso perseguidas. García Gual retoma de Ian Watt los cuatro mitos individuales modernos: Don Quijote, Don Juan, Fausto y Robinson Crusoe. Es parte de su lógica de continuidad que viene desde la Antigüedad cuando de novela se trata. También es la prontitud de los españoles por meter a Cervantes a las listas, como si con esto garantizaran su supervivencia. Es útil el listado, pero a mí no me molestaría darle lugar pleno a Robinson como la gran fundadora de la individualidad en la novela moderna y como parte de la generación de un proceso que posibilita ir hacia atrás (hasta donde quiera García Gual) y donde los lectores le han dado vida al manco que no era manco. Hacia adelante, la fortaleza de la narrativa inglesa, que también está en la muy vecina Los viajes de Gulliver (1926) será reacomodada por los estructuralistas francesas cuando recuperan el juego estructural de la novela francesa Las amistades peligrosas: esa visión que arrebata a la novela del XVIII de la enseñanza y de la moraleja y nos permite recuperar esa extraña pieza llamada Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. Madigan, el mito a partir de la obra y los lectores de ésta le permiten navegar…

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