Alejandro García
…Rosario Castellanos murió el 7 de agosto de 1974, en Tel Aviv. Mientras trato, Oh, Madigan, de distraer algunas imprudencias del cuerpo que me han asaltado últimamente, tú las conoces, pandillas de gatos burriciegos que van de órgano a órgano en orgía sin sosiego, voy a una casi ignorada sección de revistas de mi biblioteca y saco el número 68 de “el cuento”, memorable revista de Edmundo Valadés, correspondiente a enero-marzo de 1975. Habían pasado apenas unos meses del fatal accidente de la escritora Castellanos. Nos entrega “Cabecita blanca”, pieza narrativa que para entonces no era inédita, pues había aparecido “Álbum de familia” en Joaquín Mortiz en 1971. Se trata, sin duda, de un discreto homenaje a la gran escritora chiapaneca que está entre las y los mejores escritores mexicanos del siglo XX. Agregue a Campobello, Garro, Vicens, Puga, Campos (cubana de nacimiento), Mendoza, Mastretta, Glantz, Poniatowska, Luiselli.. Como esas perlas que se pierden en el collar, resplandecen de manera intensa y cautivadora cuando se les encuentra solas. Es la historia de una viuda, la señora Justina, quien venera a su esposo José Carlos, lo ha enterrado en el Panteón Francés, lo cual a algunos les ha parecido un acto desmedido. La primera imagen de la historia es la de la señora que saliva por la imagen de un delicioso postre, contraindicado su consumo, a causa de la diabetes. Después nos enteramos de que Justina tuvo un hijo, Luis, y dos hijas, Carmen y Guadalupe. Con Lupe vive y el trato es ríspido y lejano. A pesar de que la mujer llega casa cansada, con marcas de una jornada abrumadora, la madre la cuestiona en sus andares. Poco a poco se van dando algunos episodios de la vida de Doña Justina: una juventud donde se preparaba para el matrimonio, dentro de la fe cristiana y en la que se recurría, en caso de ataque contra la intimidad, incluso, a calzones reforzadísimos de manta para valorar, en caso dado, lo mismo la detención del violador, que la posible cooperación de la dama. Ella llega a tener un novio, Juan Carlos, en la ACJM, vibran al unísono en sus principios. Después se casan y él sufre una curiosa transformación en sus noches de pasión, la obliga a contorsiones y posiciones y actos que no estaban en la guía matrimonial. Un sacerdote la tranquiliza: ya decaerá. Y así sucede. El buen padre, de cumplimiento de sus obligaciones económicas, la deja estar allí, aunque un día un anónimo le indique que ya le ha puesto casa a su secretaria. Y de esa manera se entienden los viajes o ausencias de días, semanas, meses, de Juan Carlos. Luis es Luisito. Cercano a la madre, pero ansiosos de una vida independiente. Se tolera poco con el padre. Trabaja en el negocio de la decoración y se va de la casa. Ahora podrá visitar a su madre, siempre asistido por Manolo. Luis se irá de gira a Estados Unidos y allá se le perderá Manolo, regresará a casa y la anciana tendrá la lejana ensoñación de que lo llevará con él. Carmen es una hija normal. Se casa con un hombre que va de más a menos, como parece ser el modelo. Con un embarazo difícil, él aprovecha su condición de agente viajero y se evapora. Carmen vivirá un tiempo cerca, por la ayuda que la madre le presta con los hijos. Después también se irá. Y Guadalupe es soltera, se queda a vivir en la casa familiar, pero la distancia es brutal. La anciana que anhela un postre y sabe que es veneno para ella, que vive con una tranquilidad lo que le ha pasado, que en su condición de desventaja, piensa que Luisito es varón y las dos hijas no, nos entrega en unas cuantas páginas la vida de una sociedad, de un país, con un título muy cercano al cine de los 40 y los 50, pero que en realidad enseña desde ese vértice femenino las condiciones de desigualdad y maltrato que han sufrido nuestras madres, hermanas y amigas. Y ya mejor le paro, Oh, Madigan, no sea que estos gatos que habitan mi cuerpo me lleven a la mesa de las definiciones…
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