Alejandro García
…lo leí hace muchos años. La obra entera
me encanta, “Tomochic”, pero guardo
especial culto por el capítulo XXXI, “Los perros de Tomochic”. Una nota al pie
en la edición de Porrúa entera que se publicó primero como cuento, en 1900, y
sólo se incorporó a la novela en las ediciones de 1906 y 1911. La breve
narración de Heriberto Frías empieza con un acercamiento al escenario, desde
arriba, más allá del entorno serrano y de la población en el centro. Es la
noche, son los picos y los árboles, la oscuridad como enorme alfombra salpicada
de filos rojos. Después se acerca a algunos hombres que maniobran y cumplen su
labor. Son soldados. Por fin les ha ido bien. A qué precio. También está
Miguel, el poeta, la sensibilidad tocada por la naturaleza y por la valentía de
los hombres que han dejado la vida en el transcurso del día. Son los valerosos
hombres de Tomochic, los hombres fuera de la historia que con su desafío han
entrado a ella. Un soldado de Oaxaca interactúa con Miguel y le esboza con toda
naturalidad lo sucedido, con la pericia de la narración oral. Cierto, han
muerto los hombres, los adversarios, se han hacinado por montones. Eso parece
cosa de todos los días al guerrero acostumbrado a la muerte, él, el oaxaqueño
que quizá no vuelva a ver su tierra. Lo curioso es la conducta de los perros.
Algunos, fieles a sus amos, los acompañan al lado en su muerte total, otros los
siguen mientras los vencedores los preparan para una gran hoguera. Muchos
pelean por el cuerpo de esos hombres sin defensa y hay los siempre fieles que siempre,
pese a los traslados, se ponen cerca del montón donde ha sido abandonado sus
dueños. Los perros anuncian su tarea, enseñan los colmillos, van sobre el
profanador y más cuando los cerdos, no contemplados en el territorio inicial, irrumpen
belicosos entre los muertos para saciar su hambre. Pelean, a veces disputan la
posesión de un cadáver, uno para destazarlo, el otro para mantenerlo a
resguardo. Es de noche y después del relato, no es la naturaleza la que se
expresa como al principio del relato, tampoco tienen la misma carga las
manifestaciones de los animales, sólo se puede desarrollar la imagen de los
perros de Tomochic que siguen luchando por los cuerpos de los hombres, carne
inerte por los tiros disparados por seres de la misma especie. Al día siguiente,
con la luz del sol, vencedor enlistará su triunfo, lo hará público y notable;
el perdedor inoculará su derrota en la memoria de los perdedores: “Y a veces el
viento del noroeste avivaba los trágicos rumores de aquella lid animal… Disputa
por un cadáver humano, entre perros y cerdos, allá en la siniestra soledad
tenebrosa de Tomochic”. A la inversa del relato del David Ojeda, en que coopera
para que la perra traiga al mundo sus cachorros, oh, Madigan, acaso serán los
perros que nos salven de la ignominia cuando la carroña impere…