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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(62)

Alejandro García

…ahora que estamos en casita muchos de los ciudadanos del mundo, podemos vivir esto como una oportunidad para la intimidad y el estar con uno mismo en diversos tonos y tesituras o como una castigo, una cárcel, un manicomio. También lo podemos vivir como madriguera o como trampa, como acogedor refugio del que saldremos tarde o temprano a enterarnos de los estropicios en el exterior o como lugar de castigo al que llegará más temprano que tarde la punición, el sufrimiento y la muerte. Reportes hablan de que en el encierro se catalizan conductas ya observadas desde antes del encierro, que sólo se sellan las fronteras con la calle, pero que las reyertas salen y con ellas los cuchillos, las armas de alto calibre, las palabras de martillo certero o tenedor envenenado dan su cuota diaria de violencia. En mis lecturas recientes, Oh, Madigan, y sé que te tiembla la quijada porque tú eres libre de volar o de estar en la más estrecha crujía sin que te repapalotee la orden del poder. Ventajas de la libertad extrema, querido amigo. El caso es que en mis lecturas recientes me he encontrado en dos novelas lejanas ya, entre sí, “El poder y la gloria” (1940) de Graham Greene y “Estoy contigo” de Melania G. Mazzucco (2016), como se puede ver pertenecen incluso a diferentes centurias, son hechas por dos testigos ajenos a la nacionalidad de los personajes (inglés contra mexicano e italiana contra congolesa); bueno, me he encontrado con dos imágenes de la cárcel. En la novela de Greene se trata de una prisión común en la capital del estado sureño que persigue al Páter whisky. Allí cae por la intransigencia de un camisa roja, un jovencito fanático que lo lleva a la cárcel por su conducta y no porque sepa que es el único sacerdote que ha escapado a la orden y a la ley del gobernador. Todos los demás han sido fusilados, se han escapado o, como en el caso del padre José, se han casado. Allí conviven presos de todo tipo, sin grandes distinciones y el olor los une: “─Tenga cuidado con el cubo. De éste provenía el hedor. Permaneció del todo quieto y aguardó hasta ver antes de contestar. Fuera empezó a caer la lluvia: caía con intervalos y se alejaba la tormenta”. El sacerdote es un perseguido político. No es un héroe, tampoco quiere ser un mártir, pero va y viene por los caminos y los pantanos como queriendo pagar sus culpas antes de ser pasado por las armas o cruzar la frontera que le permita seguir viviendo. En la prisión hay mujeres, viejos, delincuentes comunes, incluso el mestizo que lo persigue y que después de algunas peripecias lo entregará. ”No respondió, avanzando de lado, consternado. De pronto dio contra la pared del fondo: las manos embistieron la piedra mojada; la celda no tendría más que doce pies de largo. Descubrió que podría sentarse si mantenía los pies recogidos”. En el caso de Greene la cárcel no es el desenlace, es sólo un punto de pasada, aunque el final sí alcanza al sacerdote. En la novela de Mazzucco, basada en una historia real que nos hace pensar en un libro de periodismo, la mujer es productiva en su país, el Congo, administra dos clínicas y está consciente de la pobreza de sus clientes. Cuando unos militares le exigen que liquide a unos opositores en sus camas de heridos por la represión, ella se niega. Eso es suficiente para que la saquen de su casa, asesinen a su hermano que trata de impedirlo y la lleven a un lugar de retención de presos políticos: “Nos plantan una linterna en toda la cara, alcanzo a ver las paredes de la sala: se trata de un cuartucho, será de dos por tres metros. El muro sin ventana alguna, el enlucido agrietado por la humedad, aterciopelada de moho”. Al principio ella piensa que está en un lugar inmenso, poco a poco cae cuenta del hacinamiento y de la suerte que corren cada noche unos cuantos de los presos. “Me voy haciendo viscosa, líquida. A través del frágil velo de las medias, mis pies descalzos pisan un suelo de tierra batida, húmedo de sangre, de orina o de ambas cosas. El hedor de hierro podrido, de excrementos y de gangrena corta la respiración. No preguntó dónde estamos, porque nadie lo sabe, como tampoco lo sé yo”. Para el personaje de Mazzucco Brigitte, tampoco la cárcel es el final. Podrá escapar gracias a la ayuda del jefe del lugar, quien había recibido indirectamente un beneficio en su clínica. Llegará a Italia. Allí vivirá su rol de refugiada. Cárceles espantosas, sea el siglo que sea, que coartan la libertad y buscan aniquilar al individuo. ¿Es porque son países de Tercer Mundo? Cuando el motivo es la persecución de la idea, la cárcel siempre es infamante y la asepsia puede convertirse en la suciedad que daña al preso. No sabemos la suerte de los experimentales jabones nazis hechos con grasa de judíos. Recordemos a los presos sudamericanos que torturaban mientras se escuchaba música clásica. La cárcel es un universo alterno a la vida cotidiana donde se pierden las coordenadas de ésta. Vivamos, si es que nos es permitido, el encierro de estos días, sin que nos venga a visitar la dama huesuda, nos domine el olor del formol o nos coma el coco la razón…

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