Alejandro García
…tengo una especial veneración por “La esperanza” de André Malraux, oh, Madigan de solidario silencio ante nuestro perverso y pervertido encierro. Esta misma opresión de muros, órdenes y micro organismos que ignoran y se ríen de la hazaña del hombre se respira en “La condición humana”, novela que Mario Vargas Llosa juzga obra maestra, mientras que a la primera, considera, le sobran páginas. Tengo claro que leí el gran texto sobre la Guerra Civil Española los primeros días de noviembre de 1983, apenas estaba por cumplir un año de venir a trabajar y residir en Zacatecas. La leí en unos cuantos días. Y nunca podré olvidar la escena en que por las pugnas entre las diversas fuerzas de izquierda un grupo de hombres es enviado a pelear (morir) frente a una artillería que los va matando en fila, como si fueran muñequitos en el tiro al blanco de un stand de feria. La esperanza había muerto. Un poco antes había comprado en una espléndida edición de Círculo de Lectores, realizada en Colombia, la crónica novelada de la revolución china durante el año de 1927. No pasé del primer capítulo, el del asesinato que comete Chen en un cuarto de hotel, a cuchilladas, de un poseedor de un vale por armas. Ahora, en 2020, la búsqueda de algunos datos de Graham Greene me llevó a “La condición humana”. Y duré semanas con el cargo de conciencia de que no la había leído. Fui a mi ejemplar de Sudamericana, colección Diamante, donde cometen el lamentable error de decir en la contraportada que los acontecimientos ocurren en 1928, cuando el texto es muy claro en señalar las fechas con encabezados. Sin ir a la edición que compré primero, fui entrando a la novela con una novedad donde nada me llevaba a experiencias pasadas. Ha sido el día de hoy, en que proso, que encuentro mi ejemplar colombiano y está subrayado, sólo le falta la fecha en que realicé la lectura. Seguramente fue de los años en que para no enmudecer en mis clases, preparaba un ensayo sobre el autor a examinar o sobre alguna parte de su obra. No fue el caso. Tampoco escribí sobre sus compañeros de ruta, ni sobre los nuevos novelistas, eso sí uno laudatorio sobre Marguerite Yourcenar. Eso ya debió ser en la década de los noventa. Después la mayoría de esas sesiones en el salón de clases se publicaron en la revista “Dosfilos” y algunos terminaron en el libro El nido del Cucú”. Y ahora, levantando parches de la memoria, estoy seguro que existe uno de esos llamados controles de lectura que son entre resumen, acordeón y plan de trabajo para un ensayo. Pero debo ser franco, de la lectura, el evento, no hay recuerdos. Dejé mi memoria en ese escrito que no tengo claves para encontrar pronto. ¿Por qué el olvido? Puede ser una de esas placas mentales, casi tectónicas, que se mueven dentro de uno a acallar el recuerdo de la mano de Parkinson, demencia senil o Alzheimer. Seguro estoy que algo sucedió para que no pudiera redactar unas líneas sobre la obra de Malraux, leída en dos de sus puntos climáticos. Antes de adquirir siquiera los libros, teníamos un orden de preferencia con los existencialistas: Sartre, Camus, Malraux. El primero creía en el socialismo, el segundo había declarado distancia de la liberación de Argelia, el tercero había sido gaullista. La mano que mecía la cuna era evidente. Leíamos a Sartre, Leíamos a Camus, Leíamos a Malraux, en ese orden. Con los años esa jerarquía ha variado: leemos a Camus, buscamos a Malraux, intentamos salvar a Sartre. El peso de la etiqueta de colaboración con el poder ha tardado en desvanecerse con el escritor que tiene más la figura del héroe en lo que respecta a su vida. Estos días he intentado hacerle un pial a Malraux, entrar a su obra por algún resquicio que no sea sólo mi lectura, por otro lado ahora sí venturosa, de su novela de 1933. Descarto por ahora el entusiasmo de Vargas Llosa. Me marca un límite. Prefiero ahora la excelente estampa que construye Carlos Fuentes y publica en el libro apareció días antes de su muerte: “Personas”: “Malraux el ministro jamás abandonó su visión pesimista de mundo. Dios ha muerto y sólo existe la condición humana. Esta condición consiste en erotismo, juego y terror. Sólo la salvan la visión del destino y la acción, pero la historia se vuelve contra ambos y sólo nos da una salida: el arte como antidestino”. Es una buena ascua para empezar el fuego, ahora sí mi fuego. Sin duda no pude encontrar en aquellos años esa pequeña cabeza de playa. Ahora parece que sí, me dedicaré en unas horas muy cercanas a Chen, Kyo y Katow, a los hombres de acción con más o menos peso reflexivo, a Gisors, el pensador puro, a Ferral, amante del poder y ausente de la mujer, a May, navegante en un mar de machos revolucionarios. Dios ha muerto, ni siquiera es posible que la mirada humana lo haga existir, según Goldman, ahora es el hombre el que araña su antidestino. Vayamos tras Malraux, Madigan, tras su lúcida evocación de un país en el que todavía no existía Mao como protagonista, curiosamente empezaba a campear Trotsky, que no quiso ir a China, Mao era un ─técnicamente, para no generar confusiones o querellas─ bibliotecario del Comité Central del Partido…
Sé TESTIGO