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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(72)

Alejandro García

…Francisco Franco murió en noviembre de 1975. Yo estaba en la preparatoria y asistía desde mediados del año anterior al Taller literario de San Luis Potosí. Miguel Donoso Pareja comentó la inminencia de grandes cambios en España, la debilidad en algunos sectores donde el uso despótico del poder pudo escurrírsele con los años y el avance de la vida en un país que pudo construir vías alternas a los interdictos. Así pude enterarme del papel de México en la Guerra Civil. Todo esto contrastaba con la voz peculiar de Jacobo Zabludovsky que se acercaba mucho a un tono elegíaco, un elogiar sin decir, una admiración en la voz, acompañando lo fastuoso de los funerales. En 1966, por fin, editorial Alianza publicó en presentación popular o libro de bolsillo La regenta de Leopoldo Alas “Clarín”. En México Porrúa la incorporó a su colección “Sepan cuantos…” con el número 225, en 1972, con una introducción de Jorge Ibargüengoitia. Ya en la licenciatura, entre 1978 y 1982 se podía hablar de España en un tenor diferente, tanto por una historia que se desenlazaba poco a poco a modos más suaves y humanos, como en estas costras de la historia literaria. Había que empezar a documentarse pues los jóvenes éramos ajenos al mito de Caín y Abel en la llamada madre patria ¿Por qué este arranque con Franco, por un lado, y La Regenta, por otro? No te rías, Madigan, tú bien lo sabes. Porque Franco tuvo un papel directo en la suerte del hijo de Leopoldo Alas. Ordenó su fusilamiento en febrero de 1937, siendo el vástago de nuestro autor un abogado importante, Rector de la Universidad de Oviedo y miembro de la Institución Libre de Enseñanza. Sabía lo que castigaba, sabía que era cosa de familia. En estos datos sigo a Juan Cueto en su “Prólogo” a la edición de 1996 con motivo de los 30 años de Alianza. Para quien piensa que los dictadores tienen cosas más importantes que pensar o de qué preocuparse que de los escritores o intelectuales, habrá que asumir el que tienen un aparato que haga las cosas por ellos, pero también que suele haber los obsesivos que recelan de lo que después Foucault llamó la microfísica del poder y Franco tuvo sus agendas generales y particulares y se encargó también de borrar rastros que pudieran molestarlo. En todo caso, La Regenta, que se publicó en 1884, cuatro años antes del nacimiento de López Velarde, sólo conoció ediciones en 1901 y 1947, ésta de presentación ampulosa y de circulación restringida, donde la gran novela de Alas se pierde en un título inofensivo Obras selectas. La Regenta reinserta a España a la modernidad literaria y permite una mejor apreciación de autores como Benito Pérez Galdós y su titánico esfuerzo. Desde una postura realista en su fase de naturalismo, trabaja la novela del adulterio o la novela de las grandes mujeres que del siglo decimonónico brincaron a la universalidad. Alas publica esta obra en la década de mayor logro de Guy de Maupassant, el gran escritor francés que se nos escapa de la etiqueta del naturalismo zoliano. Los cuentos de Alas son hoy una veta para discutir sobre sus aportaciones al género y a la construcción en esos años de la narración breve en grandes escritores. El caso es que La Regenta dormirá un sueño de más de ocho décadas en lo respectivo a un público amplio y variado. Leyendo la versión de La ciudad y los perros de la RAE/AALE/Alfaguara me encuentro con el artículo de Javier Cercas “La ciudad y los perros: la novela hispanoamericana para la literatura del mundo”. Dice Cercas: “El siglo XIX, el momento en que la novela se consolida como género literario, excluye con razón al español de la gran novelística occidental. La Regenta es un libro excelente, pero Clarín no es Flaubert y, nos pongamos como nos pongamos, Galdós no es Balzac ni Dickens, ni siquiera Eça de Queiroz, aunque Fortunata y Jacinta (y, por cierto, también La Regenta) no desmerezca de algunas novelas de Balzac o Dickens o Eça de Queiroz”. Y concluye que son los latinoamericanos de la década de los 60 los que regresan el brío a la novela, que alcanzó su culmen muy tempranamente con El Quijote para luego pasar a planos muy modestos de la literatura española. Carlos Fuentes habló muy pronto del papel de puente que cumplieron los hermanos Goytisolo durante esa década prodigiosa, la novelística de Marsé se levantó en esos años también y se pudo conocer la obra lo mismo de Luis Martín-Santos con esa gran novela Tiempo de silencio (1962) que el ejercicio estilístico y formal de Rafael Sánchez Ferlosio en El Jarama (1956). Ahora el debate silencioso está entre el dream team de Javier Marías y compañeros de ruta y la generación siguiente con Javier Cercas muy a la vista y al alcance del lector. Pero en fin, a mí lo que me interesa por hoy es cómo a pesar de los años de silencio, de la dictadura, La Regenta de Clarín pudo llegar a los lectores y a sectores más amplios. No es una novela fácil de leer, la inversión en ella es grande tanto en esfuerzo como en tiempo. Recuérdese que para muchos lectores el aburrimiento o el ennui de Madame Bovary es simplemente un tedio de lectura. Así es el texto de La Regenta, una provocación a la rapidez, a la simpleza, un paseo por lo que era vivir en aquellos pueblos atenazados por los prejuicios, por los retortijones del rencor y la necesidad de castigar. Y toda la gran ruptura está en unas cuantas páginas. Y todo por una mujer que se acuesta con uno que no es su esposo. Y todo por un moribundo que se resiste a la confesión. Habrá que buscar las morusas de nuestra vida en que se concentran los grandes momentos, las grandes faltas de respeto a los interdictos, el gran júbilo en que las cebollitas dejan de ser un juego infantil y se convierten en la entrada al laberinto de los placeres, la risa, la seducción, la ora vida en esta aburrida vida que nos vapulea…

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