Alejandro García
…Lunes 13 de julio de 2020. La muerte coletea en las cifras, eleva la famosa curva que ahora parece línea recta casi vertical, sacada de su eje por el factor tiempo. Se acerca, aunque los huecos que genera aún no alarman a la mayoría. Sólo cuando te toca, cuando se sabe que la cifra lleva nombre, que hay zonas donde la tragedia impera, que la persona tuvo trato o contacto contigo es que se prenden las alarmas. De la reclusión a jugarse el albur en las calles. Por otra parte el encierro ya ha puesto su marca de fuego, ya ha introyectado algunos miedos y algunas medidas defensivas, nuevas gramáticas de vida. Sólo el saldo acomodará las acciones (por otro lado recuérdese que en el sentido estricto de Pero Grullo las muertes podrán aumentar, nunca disminuir). Un mensaje en Facebook me recuerda que un día como hoy, el de hace 89 años, nació Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, Ecuador, 1931-2015). Los recuerdos se agolpan, lo mismo esa subjetividad que lleva de la emoción al sentimiento, que algunos recortes o testimonios virtuales o en papel. Recuerdo, Oh Madigan, el encanto de una historia, en aquellas refriegas del taller literario. Un hombre, ¿Miguel Donoso Pareja? Llegaba a una repleta sala donde Jorge Luis Borges daría una conferencia. Alcanzó un lugar en la parte postrera del recinto, de pie. Conforme el gran responsable del Libro de Arena disertaba y ejercitaba su poder con el público, una amplia gama de seguidores que ya llegaba precargada y dispuesta a dejarse cautivar, el hombre sintió la presencia de una mujer muy bella, algo irrespetuosa, pues además de susurrar en pleno brillo expositor provocaba la distracción de uno de los asistentes no incondicionales. ─¡Qué maravilloso sería poder acostarse con Borges! Lo dijo dos o tres veces. ─No soy Borges, pero podrías hacer el amor conmigo. Y el relato proseguía con una jornada de cuerpos afortunados, posiciones audaces y ninguna prohibición. ─¿Y ella volvió a acordarse de Borges, maestro?, preguntó alguno por allí. ─Qué iba a acordarse, tenía un sentido del placer muy natural, lo demás eran pretextos. Donoso Pareja era mucho más discursivo, difícil, provocador en sus textos. En la oralidad actuaba, seducía, provocaba al receptor y daba rienda suelta a un relato más dominado por la anécdota o por las acciones. Recurro ahora a “La Maga en Medellín”, que se puede encontrar en Cuentos completos (FCE, 2014) y en su recinto original Lo mismo que el olvido (Joan Boldó i Climent, 1986). Allí un conferencista habla ante el público, en su mayoría joven. Habla de la imposibilidad de la autoría individual, del papel de la inconsciencia en la creación, de la introyección del poder en el productor, de tal manera que a pesar de tener ideas de vanguardia la obra refleje el mundo de la reacción. Después cita a otro gran argentino, Julio Cortázar, ejemplifica con La Maga: “está esquematizada en los términos de cómo debe ser la mujer según la ideología dominante: tontita, intuitiva, la típica pequeñoburguesa intelectual que oyó cantar el gallo y no supo por dónde”. Después concluye: nos enamoramos de ella porque estamos introyectados de la ideología de la clase dominante. Entre el público se encuentra muy visible, contrario al relato oral, una mujer atractiva que asiente o reacciona con ciertos gestos medianos o de franco rechazo. Espera a que el conferencista despache a los preguntones o curiosos. Después le dice que no comparte su opinión sobre La Maga. El resto del cuento tiene dos niveles: el anecdótico que tiene un paseo por la ciudad, un trago en una taberna y una noche de amor intensa. Viene después la despedida y el inminente retorno del hombre a su lugar de residencia. El otro nivel es la discusión que se genera sobre la Maga, lo que envolverá al encuentro de los cuerpos de ese crítico de Cortázar y de esa defensora de La Maga. El personaje masculino, más que hablar, evoca las palabras de Rayuela y las percepciones de Oliveira sobre una Maga que durante el amor se divide en dos: una parte que alcanza una calidad crepuscular, diferente a la común, donde se puede decir que ella es feliz y él la contempla como parte de su hacer desde el sexo. Y otra que se desgasta en el recuerdo de la experiencia y acaso la simplicidad que tanto ha perturbado a los lectores. Esta parte se transforma de manera sorprendente en el regreso al contacto de los cuerpos y ella puede ser una figura incomprensible, férrea, capaz de saltar sobre él y enfrentarlo. La Maga ha empezado a cambiar en el conferencista a partir de la llegada de esa mujer que le ha dejado claro que nunca entenderá a la Maga y que producto de su propio pensar y hacer dice dos cosas muy importantes: “Hacer el amor es para mí una forma de conocimiento, porque los cuerpos son, en sí mismos, una sabiduría particular, un discurso organizado y anárquico, a la vez, donde ninguna verdad puede ocultarse y ninguna verdad prefabricada es posible” y “─No entiendes a la Maga… tal vez nunca la entiendas, pero no importa, en este momento tú eres el conocimiento que yo necesito, la verdad que nunca podré develar pero que necesariamente será mía, y yo debería ser una verdad tuya, sin ninguna relación conmigo, que probablemente vas a ignorar por tus esquemas”. La mujer despliega su magia y fija su territorio inconquistable en términos convencionales. Después el encuentro ha sido exitoso, él puede ver a la mujer dormida, derrotada, como si hubiera sucumbido a su encanto, a su fuerza, a la manera de Oliveira con la Maga. No es así, su piso se ha movido de manera prodigiosa. Piensa en la Maga y en su ins-trucción, frente a la des-trucción. La palabra así dividida nos lleva a un mundo donde la pedagogía sirve para otra cosa, para construir, para levantar, para hacer algo que no estaba. La Maga entonces no es el personaje que recibe nuestra piedad o nuestro desprecio, sino la que alimenta la forja a pesar del entorno de muerte. Se trata de su conocimiento adquirido y el profesor no ha sido el petulante macho, que bien haría en medir su propio beneficio. La mujer despierta, lo besa y le dice “Todo conocimiento no es más que olvido”. La ceremonia de los cuerpos no tendrá mañana, tampoco la derrota o la victoria. ¿Así para qué sirve la verdad? ¿En qué lugar habrá que depositar al héroe inservible? El hombre asume que no es Oliveira, que no puede ser argumento definitivo el que no la quiera, el que no le importe lo suficiente, el que es él es pensante y ella un usurera del sentido común. De ese choque de cuerpos, de ese intercambio de líquidos y voluntades, de esa búsqueda de los desconocido asido al otro, de esa necesidad que ojalá se satisfaga para escurrirse como hecho, tendrá que quedarse con las manos vacías, con la mente en blanco y la presurosa espera de un cuerpo que venga a abonarle al conocimiento y así hasta el infinito de una memoria que se escurre y de un cuerpo que palpita al descubrir el otro…
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