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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(81)

Alejandro García

…acercándome a los escritores brasileños que conozco, me doy cuenta cabal de que no son hueso fácil de roer: Joaquim Machado de Assis, João Guimarães Rosa, Clarice Lispector, incluso Macunaíma de Mário de Andrade obligan a volver una y otra vez sobre sus escritos, procurando el desventurado lector encontrar la ventura que lo salve, que le vuelva la gracia, aunque parece que sólo irá a las fauces de una nueva síntesis. Recién llegado a Zacatecas, en 1982, la Librería Don Quijote tenía una sucursal en la calle Guerrero número 131. Allí me encontré los tres tomos de Los subterráneos de la libertad de Jorge Amado, editado por Bruguera en la colección Narrativa de Hoy. La similitud con la trilogía sartreana me llevó a comprarlos de inmediato y a leerlos con entusiasmo. Después leería que eran ejercicios cercanos al realismo socialista, a media década de los cincuenta, otros críticos lo emparentaban con José Revueltas. Después el autor adquiriría ascendente fama gracias a películas y series de televisión y el humor textual es un activo que bien vale una lectura. El abordaje a la literatura de Brasil se había realizado, así fuera por uno de sus lados más flacos. El grado de dificultad de los primeros mencionados allí seguía y su lectura fue dándose poco a poco. Salpimentaron el viaje las lecturas de Rubem Fonseca y de João Ubaldo Ribeiro con La casa de los budas dichosos (1999 en Brasil, 2000 en España). Esta novela forma parte de la colección La sonrisa vertical de editorial Tusquets, con su característico color rosa intenso. Viene con una sobrecubierta que muestra a una mujer desnuda y algunos motivos tropicales que cubren partes estratégicas. La portada se apega a la sobriedad del título, el autor, y la viñeta que identifica a la colección, en rosa. Reflexiono también sobre la desaparición de colecciones de obras literarias pertenecientes a los subgéneros: policiaco, erótico, ciencia ficción, de misterio. En el caso del primero y el cuarto hay esfuerzos, por ejemplo RBA. En cambio lo que va del erotismo a la pornografía nos lleva a búsquedas más intensas o al rescate del pasado. A punto de cerrar las dos primeras décadas del siglo XXI la violencia, la sexualidad, el futuro y lo desconocido recuperaron un lugar central entre la globalización de la venta de droga, los ajustes de cuentas, la corrupción, la trata de personas, el caos que nos espera y una realidad que se desdobla en múltiples dimensiones más allá de las cuatro aceptadas hasta hace pocos años. En el caso del sexo, la asociación con el pecado y la inmoralidad ha deshecho muchos de los entendidos o acuerdos que se veían seguros hacia los años 70. Es más, todo indicaba que eran plataforma para los nuevos tiempos. Se pone más énfasis aún en la maniobra individual, en la diferencia última, que en los mecanismos mercantiles, ideológicos y punitivos que convierten al sexo en presa más que en perversión. En La casa de los budas dichosos una mujer de casi 70 años envía a João Ubaldo Ribeiro (1941-2014) unas memorias, testimonio de una vida dedicada al placer. Para la autora es fundamental la libertad de pensamiento y de movimientos. Sea en el rango que sea. Cuenta que hay un recinto casi sagrado donde los próximos a casarse van y tocan los genitales de dos budas y las mujeres se sientan en el sexo del buda varón, como una petición de felicidad y placer a futuro. Así que esta mujer cuenta su infancia y cómo se procuró satisfacción sexual desde niña, después con norteamericanos que iban a Bahía a conocer el amor, con novios, con su hermano, con mujeres acompañantes de amigos, con éstos, con un profesor, con un tío, con unos gringos jipiosos en Estados Unidos, con contactos a través de la nueva tecnología. Todo lo hace bien, sin arrepentimientos, sin exigencias morales, sin presiones económicas. Nada de la idea de una mujer prostituida a la que se le arrebató la inocencia y fue castigada por la sociedad y eso ameritó una reacción de respuesta de ella. Hay un momento en que explica la intención del relato. Lo primero que busca es algo que dijo Henry James: leer novelas es como asomarse al ojo de la cerradura. El lector se asoma a lo que no es su vida para saber si los otros son como él, pero también para enterarse si sus pudores son los mismos que los de los otros. El mundo del lector crece y es tocado por lo que ve, por lo que él hace, pero también por lo que no hace, no quiere hacer o ni siquiera sabía que se puede hacer. La segunda es excitar al lector, ponerlo cachondo, moverle el cuerpo, agitarle la imaginación, mandarlo a intentar hacer algo con ese cuerpo. Hasta allí la consigna es noble: se trata de disponerlo al disfrute. Sólo que la realidad suele matar es furor o ese entusiasmo. El tercero es el deseo de conocer las opiniones y reacciones de las mujeres que han leído esta historia. Las que no lo pueden leer, las que se emocionan, las que lo rechazan, las que cierran los ojos pero abren los sentidos. Las que de plano deciden que es tiempo de la cacería donde se caza y se es cazado. Cómo moverse en un mundo de prohibiciones, cómo ejercer derechos, deseos y voluntades cuando lo que impera es la prohibición, el castigo, la sospecha e incluso la marginación. Éste es un libro para disfrutarse, para ir por el camino de una mujer que no parte de las tribulaciones de las libertinas del XVIII o de la desgracia determinista del XIX, esta mujer goza, por todos sus conductos, con todos los músculos, con todos los sexos, con todos los estimulantes. ¿Seguirá siendo válido aquello de la disputa entre el Principio de la realidad y el Principio del placer? A dónde vas tan encarrerado, oh, Madigan, en esta noche de luna llena? Espérame, vayamos con buen ánimo tras esas gacelillas que nos mandó el buen Dios…    

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