Alejandro García
…Tres. Es último de octubre, me susurras
al oído, previsor siempre, oh, Madigan, me previenes, también lo dice el
calendario, lo repite el rincón derecho de mi laptop. Panteones cerrados para
el público, abiertos para los caídos por la pandemia. Recibo la noticia de la
muerte de Emilio Carrasco, el pintor. De inmediato se me encoge el corazón,
como si dudara en volver a expandirse. Es sólo un momento de duda, ajeno a mi
voluntad y continúa con su permanente, venturoso, ahora selectivo, tic tac. El
siguiente es un recuerdo de Emilio, imposible pensarlo como Carrasco, y su
risa, su inmediata vocación por mantener un contacto con su interlocutor.
Vienen a mí, como campanadas indefinidas en su momento y hoy proféticas,
anticipatorias, sus palabras en una entrevista en la radio (desde el pasado,
hablan en días previos, en un presente negado): un torrente, un chorro de vida,
de entusiasmo. El día se pone más gris de lo que la claridad ha padecido desde las orillas de los años 19
y 20. Alguna parte de mí lagrimea. Eso lo sabré hasta ahora que proso o tal vez
cuando aparecen los versos del poeta Juan José Macías recuperando al amigo que
se desdibuja dibujando su vuelo: “Están cantando los grandes heliotropos,/
están cantando en un mundo que no es como el de hoy…”. Mundos allá y acá, el
cambio es notable, el destino también: “Y blop, salta un conejo, trae revólver,
es el tiempo”. Y la naturaleza allí está, sin Emilio, con Emilio, canijos
heliotropos…
…Tres menos uno. Es curioso, la memoria
es alevosa, Emilio Carrasco había muerto el 3 de marzo de 1937 en la ciudad de
México, por las mismas horas en que se despedía del mundo Concepción Cabrera de
Armida, la Santa de San Luis. Es un libro, es una novela, es ficción. Allí
también campea un tal Juan José Macías, periodista como Carrasco, mordelón de
inicios y principios de siglos, 1999-2000 y 1899-1900 respectivamente, el
centro de sus actividades. La crítica textual de origen estructuralista niega
las relaciones entre texto y realidad. Ésta es verbal y papel y tinta adentro.
Los personajes se levantan desde la enunciación de los lectores, son quienes
los hacen posibles. Así que nada de identidad entre Carrascos y Macías. Pero
allí están, desafiando al mundo, desde las calles de San Luis Potosí, desde las
ventanas de Galeana, Cuauhtémoc, o Lomas Verdes y Lindas…
…Tres menos dos. Es octubre. “La Santa
de San Luis” del potosino David Ojeda, desencadenador de tus briosas acciones,
oh, Madigan, transcurre entre octubre de 1999 y noviembre de 2000. “Sábado 10
de octubre de 1999. Aunque ya antes había escuchado el término, me familiaricé
con él a raíz de esta investigación. “Potosinidad”, así reflexiona Juan José
Macías, alter ego de David Ojeda, personaje que crea el potosino. En el 17 un
10 de octubre, en San Luis Potosí, también cantaron los heliotropos, oh, sí
señor, canastos coronados, y vaya que cantaron los juglares.
Tres menos tres. Emilio Carrasco escapa
de la trama adelaidesca en un descuido de los viajantes potosinos que llegan
del viejo continente, para en seco la Historia y lo lleva a recuperar su
identidad entre rumiar de silbatos de ferrocarrilles y callejones de Zacatecas.
Diantre de Ojeda, diría el poeta Dauajare, todo está en su novela, en esos
renglones que se estiran y entran a las cuerdas y disparan las dimensiones de
cuatro a diez y más y más. Se desliza
hasta las ascuas del siglo XIX, allí hace posibles las acciones de Emilio
Carrasco y de Juan José Macías…
…“más allá de la memoria, más allá del
tiempo por venir”. …