Alejandro García Ortega
…creo que fue por los filos de los años 70 y 80 que me aficioné a las películas de karate, kung fu, después artes marciales. No sé qué tan influido estaba el mercado por las figuras de Bruce Lee y David Carradine. Recuerdo haber visto una interminable serie de encuentros a golpes entre un tal Bruce Li y todos los actores que encontraron a disposición en el estudio. Resultó que tales filmes eran tailandeses. La afición se sometió a la estrecha oferta de aquellos enormes cines en que uno se podía perder una tarde entera. Tailandia regresó a mi entorno cuando varios sinaloenses fueron condenados a muerte por tráfico de drogas. Años después lograron lo imposible: conmutación de la pena capital por treinta años de cárcel. Ya se hablaba de los tigres asiáticos, esas potencias emergentes que habían avanzado en sus economías mientras la Península de Indochina se hacía tiras. En el paquete iban Tailandia, Malasia, Indonesia y Singapur. Tal vez si hubiera sido un lector tradicionalmente culto podría haber llegado a tan maravillosos lugares de la mano de Salgari o Stevenson. No fue así. El caso es que en meses recientes, ya de pleno dominio del encierro, oh Madigan, he zozobrado algunas noches en las páginas de Conrad. Un poco antes, los portugueses me habían llevado del Estrecho de Magallanes y la Tierra del Fuego a las islas Molucas, olorosas a especies y a sudor de hombres pelagrosos y beribéricos. Con Conrad apareció Indonesia, aunque poco se le nombra. El ucraniano-polaco-inglés escurre el cronotropo, también las diversas capas de aquellas sociedades. Agréguese el engaste de escenas y personajes. A menudo cambia de enunciación, como si fuera la antífona de un murmullo. Era un mundo colonial el del amante de la línea ecuatorial en “El corazón de las tinieblas” y “Lord Jim”, era un mundo precatastrófico, entendiendo el núcleo como las dos hecatombes mundiales. Después de los portugueses llegaron los holandeses y una y otra vez husmearon los ingleses, en el siglo veinte los japoneses invadieron y en 1945 surgió una Indonesia independiente que se dedicó a autoajusticiarse. Por allí anda un fantasmal medio millón de comunistas que perdieron la lucha. Indonesia tiene una longitud calculada de 5110 kilómetros por 1888 de anchura, donde bien caben, además de mar, mar y mar, 17500 islas, algunas muy grandes como Sumatra, Java, Borneo, Célebes. Otra historia es la del mundo espiritual. Desde por el siglo VII se vieron las huellas de la civilización india y muy pronto llegó el Islam a seducir a sus hombres, súmele la gran cantidad de creencias propias de grupos nativos, de gran complejidad, que ha sido trabajo inmenso para arqueólogos, antropólogos y compañeros de ruta. Una pizca habrá quedado del mundo cristiano de los neerlandeses. Difícil desentrañar algunos comportamientos de esos hombres. “La belleza es una herida” de Eka Kurniawan ha venido a completar esa irrupción que de goteo llega ya a chorro. Es la novela de Indonesia, aunque decir eso empobrezca a la novela y hable mal de quien lo enuncia. A través de la historia de una mujer y sus cuatro hijas, Kurniawan cuenta de una ciudad imaginaria de la isla de Java, de sus extraños amores, de sus bastidores míticos o legendarios, de los sinsabores de la historia. Ni Conrad ni Kurniawan acababan de dejarme medianamente satisfecho. Necesitaba algún aditivo que me permitiera ponerme a competir con éxito con toda esa información de mundos, hechos y sensibilidades. Lo he encontrado en el pasado, insisto, para empezar de nuevo: “Al límite de la fe” de V. S. Naipaul. En 1995, justo en el cincuentenario de la independencia, el Premio Nobel de literatura 2001, visita Indonesia y entrevista a personajes fundamentales en el momento histórico. Debemos saber que Indonesia es el país con el mayor número de conversos al Islam. Conversos, no porque hayan adoptado la religión, sino porque todo no árabe es converso según mandan sus principios. En esos años, la separación entre Estado y religión está vigente, pero el peso de la doctrina sube y los pasos hacia un mayor y claro predominio son mostrados por Naipaul. Hay el amigo del ministro más influyente en el presidente de la república y su plan de formación desde la televisión, cursos grupales, seminarios a indonesios que viven en otros países, como Estados Unidos. Hay un acercamiento a los que se encargan de los establecimientos de enseñanza y cómo enfrentan los retos de los nuevos tiempos. También hay las mujeres y las revistas dirigidas a mujeres, bien dirigidas por ellas, bien por hombres. Es una Indonesia moderna, con ciudades muy parecidas a las muestras, con filiaciones familiares de procedencias muy diversas. ¿Cómo responde el cerebro ante el pasado y el presente, cómo decide el cerebro frente a un mundo que roza la occidentalización? ¿Cómo ser uno mismo si el mundo ideal de los musulmanes está en la Península Arábiga? ¿Cómo conciliar el mundo libre, que al parecer han escogido los líderes de la nación, con los dictados inmutables de la ley islámica? En “Lord Jim” un oficial de marina inglés va a purgar su falta en los confines de mares e islas de ese otro Sur Profundo, el paraíso es invadido por ángeles enfermos o por uno, al menos, que ha sido expulsado no tanto por su culpa, sino por haber puesto en evidencia la negociación como norma de vida. En estas lecturas de Kurniawan y Naipaul podemos ver eso que señala el primero: “cuando estas islas lograron por fin la libertad en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial (a saber por qué la llaman segunda si no tuvimos una primera), y cuando dimos el nombre de Indonesia a nuestro país y a nuestro mar, sólo para demostrar que la avaricia ya era también nuestra”…
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