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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(93)

Alejandro García

…me llama la atención el buen tono de reposo y calma que muestra George Duby en Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, a propósito de invasiones y rencores entre pueblos y al interior de estos. En algún lugar de las “Memorias” de Gonzalo N. Santos, recuerdo que me señalaste, oh Madigan, de curiosidad grandiosa, los recreos y largos reposos entre revolucionarios mexicanos, sin que eso le quitara las batallas el hedor de sangre y pólvora. La lucha de trincheras en la primera gran guerra, al parecer costó la vida al extraordinario narrador Saki, común soldado junto con otros miles que acaso no tuvieron oportunidad de salir del anonimato, y esos días de mortandad en el combate y en la tregua tuvieron pequeños momentos de descanso, de festejo, de enseñarse los cuerpos sin el peligro de obuses, gases y balas. Después venía la muerte a cobrar su cuota de jóvenes. Las Cruzadas para recuperar los lugares santos y contra los albigenses suelen estar cargadas de pasión y delimitar campos incompatibles en el terreno religioso y en la construcción de un país. Pedir perdón al ganador o al victimario, quizás nos llevaría a la discusión en torno a la historia bíblica de Caín y Abel, con el gran problema de si el mito nos ha contado la verdad o, más bien, si es necesario buscarle el sentido de los acontecimientos y formular verdad o verdades diferentes. Y no sólo entrarían en el reparto de responsabilidades el nómada y el sedentario, también la autoridad que los hizo posibles. Como dijera un experimentado policía malo: incluso la quijada del burro puede ser la única responsable, así que a torturar parejito. Regreso a Duby: “Esta movilidad fue la que permitió que se constituyese la nación francesa. Durante mucho tiempo, Francia estuvo cortada en dos, entre la gente del Norte y la del Mediodía. El límite estaba al sur del Loire. En Bordeaux se sentían bastante próximos del norte, mientras que en Clermont o en Toulousse, les parecía estar muy lejos. La cruzada contra los albigenses, en el siglo XIII, no arregló las cosas. La gente del Mediodía consideró la llegada de los del Norte como una devastadora invasión extranjera, y recrudeció entonces el nacionalismo occitano. Pero la verdad es que poco a poco fue menguando la hostilidad entre las diferentes etnias gracias a los viajes y a los contactos. En Siria y Palestina se produjo una especie de cohabitación entre cruzados y musulmanes. Durante el sitio de San Juan de Acre, por ejemplo, se organizaron torneos entre Ricardo Corazón de León y Saladino, tal como hoy se organizan partidos de futbol entre el Madrid y el Milán. Paulatinamente, todos se iban conociendo y respetando. Dice un señor musulmán en sus Memorias: los francos no son tan malos… Es cierto que tienen sus propias costumbres, llevan a sus mujeres, por ejemplo, a la guerra, lo cual no es conveniente; pero, en suma, son gente de bien, saben lo que es el honor”. Los cristianos que no eran fanáticos, pensaban lo mismo. La semana pasada mordió el polvo definitivamente el futbolista argentino Diego Armando Maradona. Pudimos ver las multitudes en angustia y llanto, cuando el pesaje de virtudes y defectos se deja para otro momento. Miles rodearon a distancia a aquel que lo mismo se veía en las máximas alturas levantando la copa mundial, que bailando como oso de feria, con las nalgas contritas e incapaces de retener el calzón. Repito, esto último todavía estaba a la defensiva, casi oculto. En 1986 Maradona capitalizó la derrota de los argentinos en las Malvinas, con un gol extraordinario, lo cual sabía hacer con gracia y genio, y otro tramposo, ocultamente cercano al voleibol. El rencor político, la solidaridad con los tercermundistas, pusieron ese gol del lado de lo inevitable. Se ganaba en la cancha lo que se había perdido en los campos de batalla. Tampoco eran importantes los gorilas pamperos a esas horas. En 1990, el mismo Maradona jugó un partido de semifinales contra Italia. Él había estado levantando, futbolísticamente a la parte sur de la península, con forma de botín, con goles y scudettos. Sin embargo, era diferente tener que enfrentarse al país que lo cobijaba y en el estadio de su equipo Nápoles, un estadio que ahora llevará su nombre, era parte de esa disociación: ¿Argentina o Italia? ¿Norte o Sur? Nunca hubo la marca ni la presión de cuatro años antes. Y Maradona metió uno de los penales que dejaron fuera a la escuadra azzurra. Me reconforta la distancia y la sabiduría de Duby en estos tiempos de encendidos extremos. Difícil es vivir en un mundo donde las realidades son integrales, sin la posibilidad de ser descompuestas o retenidas en su transcurrir, difícil es retraerse del éxito del que escapa del grupo y nos representa. Eso sí, también, a veces, casi siempre, somos victimarios ante el fracaso…

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