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Cuento

La casa que se robó la luna

Por GABY D’ARBEL

A Emma

Los ladrillos se desprenden de los cimientos. La casa avanza con lentitud, como un dinosaurio. Cruza la calle, es un buque de dos pisos que se aleja. Por unos segundos, pienso que se derrumbará, pero sigue moviéndose como si nada. Invade los patios, revienta los tendederos donde la ropa intenta sostenerse. Su torre cuadrada se lleva los cables de la luz. Parte en dos la calzada y captura las palmeras. Se aleja de mí.

Sólo entré una vez y los recuerdos también viajan con ella. No puedo creer que ya no esté en su lugar. Duró tantos años quieta, apacible, haciéndose vieja, tan familiar para los vecinos, víctima de abandonos, de maltratos, de restauraciones. Quiero seguirla, pero avanza rápido y se pierde en las espaldas de los edificios. Desciende la noche, ahora es más fácil verla. En su andar, la luna se atora en la torre, una niña de lentes intenta liberarla. La casa no deja de avanzar. Puedo verla porque lleva su propio inmenso foco encendido, todo lo demás es oscuridad. Es codiciosa porque en ella navegan los miles de fantasmas que se refugiaron con el tiempo dentro de las copas de los árboles, en la terraza, en el calor de la cocina.

Ya no la veo, solo a la luna que desiste de luchar por zafarse, se resigna a perder el rumbo y sigue el mapa que va dejando la casa por toda la ciudad. Ahora yo formo parte del caos que deja a su paso, mi mente está vacía, mis pensamientos se fueron con ella •

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