Cuento
Una pequeña vida
Por ROCÍO ARELLANO
En la grieta del edificio se encuentra esa minúscula vida. El pequeño ser alado, sus patas y antenas trabajan para recabar información vital que sirva para su supervivencia. Se alimenta de esporas que cohabitan en su medio ambiente y que forman figuras al recibir los rayos del sol: nubes microscópicas que forman esa lluvia ante el insecto.
Carla está sola en la habitación del hotel. Piensa en las veces que caminó por la calle sin preocuparse de nada. Ahora le da miedo toparse con algún conocido. Enciende un fósforo dispuesta a fumar, contradiciendo la restricción del hotel y observa la estela de humo que sale de su boca. Cierra un ojo y la voluta se transforma en una espiral a medias. Se siente desprotegida y sola, aunque eso es una constante en su vida. Cierra ambos ojos mientras fuma, los abre de inmediato y se incorpora rápido de la cama al percibir una presencia en el cuarto medianamente alumbrado.
El insecto deja entrever sus antenas por la abertura. Frota sus patas levemente husmeando el lugar. Retrocede asustado al percibir compañía.
Carla se levanta de la cama y revisa el baño. Nada. Se observa un poco en el espejo y tira el cigarro en el inodoro. Vuelve a la habitación y con cautela se pone de rodillas para ver por debajo de la cama: suelta un grito de horror y siente náuseas al percibir un roce en su brazo. Se sube de inmediato a la cama mientras trata de pensar en cómo escapar de ahí.
Sale por fin y cautelosamente da algunos pasos fuera de su escondite, receloso de la presencia que aún percibe. La vibración se vuelve más intensa. Lo sabía y se arriesgó. Pero qué es la vida sin riesgos. Intenta moverse rápido y por un momento cree que ha vencido a su enemigo, pero un fuerte jalón lo devuelve a la realidad. Con cada esfuerzo por escapar se pega más a la trampa en que ha caído. La seguridad anterior es sustituida por la certeza de su muerte. Si corre hacia la puerta quizá alcance a escapar. O puede esperar a que amanezca y huir tranquilamente. No confía en su rapidez así que opta por lo segundo.
Mira inquieta las orillas de la cama esperando no ver nada. Siente un tirón de la colcha y mira fijamente hacia la oscuridad. Ve algo que se mueve. Que repta hacia ella. Siente miedo de nuevo por aquello que la persigue. Odia no ser tan valiente como los demás.
Puede gritar, pero sabe que no serviría de nada, quizá unos minutos ganados nada más. Unos dedos largos y blancos aparecen.
Se cubre la boca con la mano, aterrada. Lo ve a los ojos, sus pupilas se dilatan, hay silencio y sabe que por la mañana encontrarán su cuerpo en extrañas circunstancias, inexplicables en realidad, porque nadie los conoce, porque no existen los testigos y eres nada para ellos.