Por Alejandro García
Los signos reales en las narraciones de Ojeda son bastante numerosos y para demostrarlo baste citar sus escritos sobre la llamada “Tortura limpia”. “Los métodos de la llamada tortura limpia son todavía poco conocidos a pesar de que los especialistas en ellos los han desarrollado ya a niveles considerables. A ellos recurren cada vez más los sistemas represivos para obtener información de los opositores o simplemente destruirles la personalidad… Los buenos torturadores son ahora graduados universitarios…”
Nélida, López de Ferrari.[1]
- el hoy de un libro
La imagen de un hombre frente a la computadora, la tablet o el teléfono celular mientras construye un texto, oye música, lee y escribe correos, consulta el clima actual y el de los días siguientes, ubica su posible ruta en google earth, o en alguna aplicación, pide un taxi, su tarifa, ubicación, tiempo de llegada; corrobora datos en internet, bien de consulta general, de fuentes especializadas en pdf o de libros en bibliotecas del mundo, de imágenes a elegir entre un amplio repertorio; consulta sus propios archivos, corta y pega en el texto que realiza; conversa con alguien con palabras escritas y orales y con la persona a la vista, así sea en un pequeño recuadro o, cuando se necesite, en la pantalla completa; esa imagen de poder hacer varias cosas a la vez, cambia radicalmente la idea del ser humano donde la concentración en un sola tarea es lo recomendable y donde las tareas así realizadas no tienen éxito.
Cambia también la valoración de una forma de vida semejante. Agreguemos a la labor frente a la virtualidad, el hecho de que se puede estar preparando una maleta, pendiente de la cocina o de labores del hogar, de la ubicación o el destino de nuestros seres queridos, incluso una conversación en el mismo lugar con un colega o la pareja o el hijo. Territorio de locos, diría la mirada tradicional. Aunque en realidad lo que se pone en exhibición es cómo una tarea esconde tantas otras, porque se nos está olvidando el pensamiento del sujeto, el si está poniendo en un solo riel todo lo que hace o si eso mismo está pulverizado a la manera de una galaxia. Total que estamos en este mundo y en muchos otros.
Para otro tipo de analistas que ven en el pasado todo el presente, ya en el Medioevo el atril posibilita esa variedad de actividades. Algo de eso habrá y no es casual que los atriles hayan regresado a muchos estudios de trabajo. Habrá que pensar, sin embargo, en la limitante del desconocimiento de la perspectiva que si bien pertenece a la pintura, habla de un hombre limitado en su percepción del mundo y en cómo mostrar la profundidad y la simultaneidad.
La literatura de las primeras décadas del siglo XX desató al pensamiento, lo exhibió, lo analizó y lo hizo hablar. El romántico del siglo decimonónico, pienso en Victor Hugo, basaba su poder de convencimiento en el narrador omnisciente. Él daba las vueltas necesarias para convencer al lector de que un personaje era profundo, fuera bueno o malo. En cambio los escritores más cercanos al fin de siglo buscaron el soporte de ese pensamiento y lo encontraron en el cerebro. Viaje alucinante de Asimov es la aventura de la destrucción de un coágulo para que el científico salga de su ictus cerebral. Decir no sólo permitía enunciar las verdades del mundo, sino que también era originario del cerebro y su uso; organización y precisión o poder de sugerencia provocaban un crecimiento en el cerebro. Era difícil ir a lo biológico, a lo interno, después de que costó tanto arrancar a las lenguas del poder divino, pero al igual que el caso del atril, la ubicación y la calidad del problema eran otras.
Si Ulises y Las olas nos hablaban de personajes que pensaban y Cómo es de entrada era un una oración copulativa donde el sujeto es el pronombre interrogativo, con una carga modal evidente, pero donde el centro de atención es el lenguaje y después el pensamiento que lo genera, encontramos ejemplos más amables y juguetones en El secuestro de Perec, Rayuela de Cortázar, Entre Marx y una mujer desnuda de Adoum. Allí campean la elisión de una vocal en toda una novela, la combinación de lecturas y la intercalación de dos historias renglón a renglón en el capítulo 34 o el uso de cajitas al margen con texto que acompaña, apoya o contradice al principal. Allí se habla de juego y el pensamiento está en ebullición para poder seguir a y participar en aquel. A esta estirpe pertenece Las condiciones de la guerra de David Ojeda, donde el cerebro, el lenguaje, el juego y la multidimensionalidad tornan fugaz el tener en cautiverio a un libro. Un año después se publicará otro libro imprescindible Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino.
Así que se cumplen 40 años de la aparición de este libro de David Ojeda en su edición de Casa de las Américas y diez de su publicación en la edición mexicana de Taberna Libraria. A pesar de los saltos, este libro ha tenido sus lectores y algunos lo tienen ya como un libro de culto. Es muy importante que ahora la Universidad Autónoma de Nueva León lo lleve a nuevos lectores y al reencuentro con sus fieles indagadores desde 1978 o desde el momento en que se encontraron con él. En 1, 2 y 3 integro las líneas que escribí para la edición mexicana y, obviamente, 0 y 4 son producto de mi mirada actual.
- La publicación
Desde que Fuentes publicó en 1964 Cantar de ciegos no se había dado en la narrativa mexicana un libro de cuentos tan excelente como éste, Las condiciones de la guerra.
Marco Antonio Campos[2]
El libro que, amable lector, tienes en tus manos, obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1978 en cuento y se publicó en la Habana, Cuba, en junio de ese mismo año. Fue un libro bien recibido por la crítica especializada y reseñado con verdadero entusiasmo por Marco Antonio Campos en su columna del semanario Proceso, apenas el 25 de septiembre, como quien dice todavía calientito. Campos hizo una reseña integral, donde, siempre desde su perspectiva, hace un balance de las virtudes y limitaciones del libro, pero no escatimó elogios para la obra y para el autor:
Si bien se nota en las narraciones que la formación política del autor deja todavía que desear y sus personajes parecen ser a veces la voz no muy bien disfrazada de él mismo, eso no obsta que los textos sean autónomos y eficaces y nos encontremos —ya era tiempo— con un sólido cuentista, que con el tiempo —y si la Sibila no me reconviene— será un digno heredero de Rulfo y de Revueltas, un espléndido narrador político (cosa, por demás, rarísima).[3]
El juicio de Campos persistió y, desde su importante foro, señaló a principios 1979, a propósito de los mejores libros del año recientemente concluido:
Lo más destacado en nuestra narrativa fueron la reedición, corregida y aumentada, de Morirás Lejos, Los periodistas y Las condiciones de la guerra.[4]
Por otro lado, los libros que encomia junto al de David Ojeda pertenecen, ni más ni menos, que a José Revueltas (México 68: juventud y Revolución), a Julio Cortázar (Territorios) y a Octavio Paz (Xavier Villaurrutia, en persona y en obra), por si la alusión a Vicente Leñero y a José Emilio Pacheco nos pareciera limitada. Y abunda, argumentando en torno a cada una de las obras, a propósito de nuestro libro:
El otro libro importante es el volumen de cuentos con el que el joven David Ojeda (1950) ganó el Premio Casa de las Américas 1978 (Ojeda merecía más que ningún otro el premio Villaurrutia). En este libro encontramos “un narrador vigoroso y riguroso, con una mesurada audacia para manejar felizmente las estructuras y el lenguaje”. Quizás la parte más frágil de Ojeda sean los argumentos, pero eso lo sustituye con su trabajo verbal y la armazón de sus cuentos. Además, los grandes argumentos no hacen —sí su tratamiento— la buena o la gran literatura. Otra de las virtudes de Ojeda es que no cae, siendo un escritor político, en nebulosos alegatos sociales o en la literatura elemental de la que es campeón Benedetti.[5]
Sin duda la opinión de Campos era importante en ese momento por la trascendencia del semanario en que escribía y por lo certero de sus juicios y un buen número de lectores lo seguía como un reseñista ajeno a los polos del poder cultural en México. Sin duda comparto esa importancia de la escritura, la intratextualidad, para regir las cofunciones del texto, para ponerme teórico y el paso de los años operó en el libro resplandores que se ocultaban bajo el claroscuro de los prejuicios o las reglas de la época.
El libro de David Ojeda nos planteaba retos interesantes en su lectura, a partir de la estructuración de la realidad, a partir del lenguaje y a partir de que esa realidad se podía contrastar con la realidad del lector.
Pese al entusiasmo de Campos, al prestigio del premio (ganado antes por Jorge Ibargüengoitia y Guillermo Samperio), a lo oportuno de su publicación, el silencio imperó y no hubo hasta hoy quien se impusiera la obligación de reeditarlo. Similar, o peor, suerte sufrió Bajo tu peso enorme, libro de cuentos publicado a finales de 1978 y finalista en el Premio Nacional de Cuento 1976 que apareció bajo el sello de Editorial Tierra Adentro y que no ha vuelto a reeditarse.
En descargo, se puede señalar que David Ojeda fue incluido en antologías (menciono sólo algunas) tan importantes como Jaula de Palabras,[6] Narrativa Hispanomericana 1816-1981[7] y Memoria de la palabra.[8]
La obra posterior de David se movió siempre entre géneros, más seductor desde la escritura que desde el cobijo de las clasificaciones, lo que acentuó la incomodidad en la recepción. Es hasta 2006 con la aparición de La santa de San Luis (Tusquets), que se puede hablar de Ojeda novelista y señalar, como lo ha hecho, su brecha, ahora sí, con respecto al cuento, aunque es claro que los productos de nuestro autor no se limitan a la narrativa, pues lo mismo publica poesía que ensayo.
Publicar Las condiciones de la guerra es importante porque nos reencuentra con un libro de cuentos de primera línea que sigue haciendo fuertes las palabras de Campos. La actualidad es pasmosa, a pesar del paso de los años y de la derrota del marxismo, que no de las reivindicaciones de justicia y de la defensa de las soberanías (de los cuerpos, de las naciones).
- Lo interior
Las condiciones de la guerra es un libro que funciona en una estructura total y en estructuras unitarias a partir de los cuentos. Dentro de la estructura total se traza un ensayo con llamadas a la manera de notas a pie de página en donde se van dando ejemplos narrativos de lo que se argumenta. El tema general es el poder destructivo, alienante, de la tecnología. Ésta es la lectura que resulta más arriesgada, sobre todo si marcamos la palabra ensayo. Se pudiera pensar que se trata de una especie de matraz naturalista en que se van a demostrar los argumentos con historias o ficciones, una forma alterna de subordinar la literatura bien a la política, bien a la ciencia, bien a la didáctica.
Sin embargo, podemos hablar del mencionado ensayo como de un relato en donde un personaje platica de sus intentos por acercarse, primero junto con un amigo y después él solo, sobre los diversos papeles que asume la tecnología en la vida cotidiana y va ejemplificándose, cual cerebro laberíntico las diversas posibilidades. Ésta es una lectura virtuosa y que se puede disfrutar y llevar a una interpretación novedosa por el lado de las ciencias cognitivas, pues los personajes se mueven en el filo de la disonancia cognitiva, por decir lo menos.
Pero Las condiciones de la guerra presenta sobre todo una estructura ambivalente en donde conviven la mejor tradición con la ruptura más reciente (a los años 70).
Por un lado nos encontramos frente a una obra con un marco o guía que se ha utilizado a lo largo de la literatura universal y que disfrutamos lo mismo en El Decamerón o en Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres que en Manuscrito encontrado en Zaragoza y que detrás de su abierta intención por escandalizar o llamar a la fe o al buen gobierno, salvaguardan la intención de contar, de involucrar al lector en un asunto general que se divide y se divide como se abre en abanico el aparato combinatorio del cerebro.
Por el otro nos acerca a la ruptura de obras como Rayuela, Rajatabla, Entre Marx y una mujer desnuda. Es muy probable que en su momento éste haya sido el rasgo más atractivo, por las exigencias de lectura de la época, y parecía muy lejana la síntesis que pudieron proponer las novelas de Vargas Llosa y Manuel Puig de aquellos años: narración en donde se rescata el valor de la historia y el valor de géneros que parecían condenados al desprestigio. Igualmente, Ojeda propone ese equilibrio entre la desconfianza a la política siempre seductora y la historia y el discurso que se enhebran para conformar una nueva realidad.
Más que en el cuento marco o en el ensayo que abre el libro, la clave se encuentra, desde mi perspectiva y desde mi lectura, en el cuento “Más pequeño que Vietnam”, donde el relato quiere cubrir la simultaneidad y manda al lector a una especie de ubicuidad virtual: magia que hace posible la mente y la palabra: estar en todos lados, lo que no consiente la realidad: estar anclado al espacio y al tiempo.
En breves líneas, Ángel Flores reivindica las habilidades de nuestro autor:
Ojeda demuestra ser un conocedor de las estructuras más complejas de la narrativa corta y poseer un dominio del lenguaje que le permite dotar a sus textos, simultáneamente de horizontalidad y verticalidad, esto es, de grosor y resonancias.[9]
El mundo de la tecnología nos rodea y nos domina. No nos damos cuenta. Creemos en la fórmula feliz de la comodidad. Y una máquina recibe los núcleos informativos y traza una obra que es afín a los postulados del poder político dominante. La máquina construye lo que ya se mueve por las articulaciones del estudiante: su conciencia de dominador, su estar de este lado de la historia. El golem ha atrapado no al rabino, al escritor.
Tecnología que no forma parte de la realidad de un niño que teme al comunismo, pero que ya ve el mundo dividido y la fuerza de las armas. Mundo dividido que no puede ver un hijo de mexicanos al que el inglés convierte en casi ciudadano, mientras un ser del más allá —del lado perdedor— pretende enseñarle por lo redondo las contradicciones. Tecnología que se presenta en maquinitas para un par de chiquillos que desfondan la economía paterna mientras acceden a una realidad que les es única e impredecible en sus alcances.
Más allá de los niños no se vive mejor. La programación aísla mientras las relaciones se deterioran, los sexos se alejan y la soledad sienta sus reales. No ha sido necesario que la máquina desobedezca las leyes de la robótica, el hombre se ha dedicado a introyectarse el veneno necesario para la entrega y para la sumisión.
- Lo exterior
El fin de la guerra fría destruyó bibliotecas, arruinó carreras, desalentó vocaciones, evaporó utopías, pero ante todo pareció destruir cualquier defensa desde la trinchera, como si el éxito hubiera sido absoluto o como si hubiera dado al vencedor derecho para arrinconar los vestigios en reservaciones o campos de recuperación mental.
Lo que cada vez se robustece más es la actualidad de las viejas luchas y la necesidad de ficcionalizar las nuevas realidades y los nuevos dominios. En 1978 la computadora era un artículo extraño y monstruoso en sus dimensiones. Ahora la cargamos en pequeños paquetes y su forma de funcionar se utiliza lo mismo en mecanismos médicos que en adminículos de tortura, para prolongar la vieja paradoja de mantenerlos vivos para mejor matarlos. Es extraño observar mi casa o el auto estacionado afuera de ella desde la computadora vía satélite y Earth google, como si no fuera suficiente con la vigilancia de sórdidos familiares o vecinos. Pero la publicidad y la propaganda han acentuado su papel de dominio y los medios su labor de subordinación y de engaño al servicio del más fuerte postor. Las condiciones de la guerra resulta de extraordinaria clarividencia y de profunda actualidad.
De acuerdo con estas convicciones, que ahora se han vuelto relativas con el giro imprevisto de la historia, los cuentos de David Ojeda son ilustrativos de ese periodo de verdades irrebatibles que demandaron de la literatura una posición coherente con los presupuestos que esgrimían las causas progresistas.[10]
Es cierto, el mafioso ruso ha desaparecido, sólo lo ha hecho tras las fronteras del capitalismo, y las deudas de la minoría para con la mayoría de la especie (el hombre) están allí intocadas, a pesar de los lemas y de las frases de defensa del sistema.
Sea por esa actualidad de la forma, sea por esa actualidad del contenido, sea por esa profecía que enunció Marco Antonio Campos, Las condiciones de la guerra merece esta reedición y el reto de nuevos lectores.
- Poder, cerebro y libertad
Hoy, en 2018, quien esto escribe, además de suscribir lo expresado hace diez años, la opera prima de David Ojeda resulta venturosa para sus lectores porque su estructura, sus posibles unidades, posibilidades de combinación y líneas temáticas siguen siendo frescas y motivadoras y soportan algunos sistemas interpretativos muy actuales.
Roman Jakobson planteó en 1958, en su célebre conferencia “Lingüística y poética”, que “la función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de la selección al eje de la combinación”.[11] Trataba el autor de ubicar los textos literarios dentro del objeto de estudio de la lingüística y al señalar los seis factores de la comunicación y sus correspondientes funciones hablaba de una dominancia dentro de los procesos comunicativos, pero a la vez de una presencia de todos los factores y por ende de sus funciones.
Las condiciones de la guerra muestra una estructura donde no sólo la selección y la combinación están realizadas con base en el principio de la equivalencia, sino que el resultado mismo llama a que selección y combinación se vuelvan a dar en la totalidad de la obra y en el ir y venir de los discursos literarios, lo que nos lleva a la imagen del principio de este texto, un sujeto que realiza numerosas actividades y selecciona y combina y que su dominancia puede no ser literaria, pero que tiene significado y llama al sentido y así la tarea laberíntica de cada acción en sí deja de tener un significado negativo y se asocia más a la estructura cerebral que resuelve y padece o goza.
Tanto Nélida López como Marco Antonio Campos señalan el logro de lo político en el libro de David Ojeda. En 1978 estaba reciente el asunto Padilla, la división de la intelectualidad en apoyo o rechazo a la Revolución cubana. Pero también estaba reciente la polémica Collazos, Cortázar, Vargas Llosa en torno a la indeclinabilidad de lo literario (y el lenguaje al centro) frente a los otros campos. Ojeda a veces oculta lo político o resalta la actitud política en lo cotidiano. Sea en una chica de familia rica provinciana que saca sus verdaderas visiones sociales y las va a ejecutar frente a un grupo de huelguistas, que en un niño que percibe ya las desigualdades aunque siga los dictados del orden que supuestamente lo cobija y está también en ese cruel texto donde las leyes de la herencia combinadas con la educación llevan a la niña de ojos azules a asesinar a sus verdaderos padres.
Ojeda ve el poder y la violencia, a veces nos recuerda al Foucault de la red social que lo mismo resiste que permite golpear al poderoso, a veces se introduce a la violencia explícita de los grupos locales, lo que para él significó el navismo en su doble moral, o los golpes a las universidades, pero otras veces sólo se sabe objeto de violencia simbólica, como ante el hecho de no publicar este libro trascendental por desagradar a diversos grupos de poder y aguantar a pie firme los otros golpes desde su ciudad natal. Ese asunto del poder y la violencia, de la política por ende, está en el proyecto que desde aquellos años arrancaba Teun van Dijk y que encuentra en situaciones de posición, de entrevista, de turno en la voz, en cada acto de interacción entre dos o más, un ejercicio de poder que a veces se disimula de filantropía. En ese sentido este libro es político y lo es “incorrectamente”.
Aún en escenarios tan sospechosos como la didáctica, este libro llama a un constructivismo más que a una actitud pasiva. Y eso se da en las posibilidades anteriores también. Podría decirse que la cita de Engels y su referencia a la lucha de clases lo ata a una manera de leer el mundo. Nada más lejos de esto, Ojeda siempre llama a la pregunta, al problema, al monstruo que se mueve debajo de las aguas mansas. Aun así, las cuestiones del marxismo no dejan de tener validez durante y después de la caída de los países socialistas.
Cuando Estados Unidos se llama despojado de sus bienes en esta era Trump y acusa a países como México de ubicarse casi en un estado anterior al humano, a la manera de los colonialistas de los siglos precedentes, sólo lo avala el poder. De allí la labor reconstructora del individuo, la defensa del cerebro para construir una conciencia que sea el instrumento que le permita entender el mundo y no sólo una preceptiva de punición. Celdas, crucifijos, prohibiciones, publicidades para preservar la desigualdad de la manera más pacífica.
El avance de las neurociencias nos dejó no sólo el conocimiento y el desconocimiento del cerebro. Los hemisferios con sus funciones, las lesiones sobre una zona que pueden ser retomadas o paralelizadas por otras, el descubrimiento de las neuronas espejo que nos habla que una parte de nuestra memoria está allí, que constituyentes microscópicos calcan lo que perciben en un estado previo a la razón.
De modo que los personajes de Ojeda no sólo tienen esta pelea con la computadora o las programaciones de best seller, sino que también aprenden, memorizan lo que no está al alcance del poder. El ejercicio de enunciación de un niño, sus neuronas trabajando noche y día, a veces se someten a la orden, pero otras veces aprenden a responder y a mostrar alternativas diferentes satanizadas o no dentro del menú de la existencia.
En Las condiciones de la guerra el autor renuncia a la omnisciencia, hace historia y experiencia el ensayo, deja caminar a sus personajes, los pasa de las dos dimensiones a la tercera y luego los sentidos del ser humano y el captor de sus señales, el cerebro, lo ven desde diversos ángulos y enfoques, convirtiendo la experiencia en multidimensional o poliédrica.
Pero quizás la arteria más vital y cercana a los lectores siga siendo esa negación de la lectura fácil, de la lectura sometida. Ojeda hereda la paradoja, la contradicción, pero la integra al juego, la retira de la prescripción, se une a la línea del anti, con lo que molesta a los enemigos de lo incompleto, de lo inconcluso, de lo complejo, se torna solidario de las inteligencias múltiples.
Más latinoamericano que mexicano, este libro, consciente además de su lugar en la literatura universal, se ata a los que en este país han buscado la ruptura y la liberación y a los lectores que igual están frente a la computadora con veinte ventanas bien abiertas que con los que hacen de la lectura el carnaval de numerosas fiestas, de libertades ganadas a pulso, de señalamientos donde uno se ha querido apoderar del otro y de lo otro. La guerra, sí, la guerra entre naciones, entre individuos, la guerra que no se ganará poniendo la otra mejilla, sino haciendo uso del cerebro, del lenguaje, del arte, la necesidad y el placer, la síntesis alcanzable.
[1] “David Ojeda, Las condiciones de la guerra”, en Caravelle, Cahierd du monde hispanique et luso-dré silien, 1979, p. 274-275.
En: https://www.persee.fr/doc/carav_0008-0152_1979_num_33_1_2212_t1_0274_0000_2
[2] Marco Antonio Campos, “Las condiciones de la guerra”, en Proceso, núm. 99, 26 de septiembre de 1978, p. 61.
[3] Ibid., p. 62.
[4] Marco Antonio Campos, “Los mejores libros de 1978”, en Proceso, núm. 114, 8 de enero de 1979.
En: https://www.proceso.com.mx/125152/los-mejores-libros-de-1978
[5] Idem.
[6] Gustavo Sáinz (Selección), Jaula de palabras. Una antología de la nueva narrativa mexicana, México, 1980, Grijalbo, 478 pp.
[7] Ángel Flores (Compilación), Narrativa Hispanoamericana 1816-1981. Historia y antología. 6. La generación de 1939 en adelante. México, México, 1985, Siglo XXI, La creación literaria, 370 pp.
[8] Mario Muñoz (Prólogo, selección y notas), Memoria de la palabra. Dos décadas de narrativa mexicana. Breve antología. México, 1994, Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural/ CNCA/ INBA, 564 pp.
[9] Ángel Flores, op. cit., p. 273.
[10] Mario Muñoz, op. cit., p. 382.
[11] Roman Jakobson, Ensayos de lingüistica general, Barcelona, 1975, Seix Barral, p. 360.
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