Francisco Velázquez
En El animal sobre la piedra (Almadía, 2008), de la narradora mexicana Daniela Tarazona, podemos encontrar que luego de experimentar una metamorfosis que recuerda a la que tiene Gregorio Samsa, Irma, la protagonista de esta novela, rompe con la tradición kafkiana de la pesadilla y el sufrimiento y se convierte en alguien que acepta, tolera, y hasta disfruta su metamorfosis. A diferencia de Samsa, cuya experiencia origina que la relación que tiene con su familia se vea afectada, a Irma su metamorfosis le permite distinguir el valor que tienen los cambios en su cuerpo y sanar el duelo que sufre por la muerte de su madre. Esto queda de manifiesto cuando ella dice: “Diré que esta metamorfosis me salvó la vida (p. 165) (…) Ahora sueño con jardines en los que mi cuerpo no pesa y soy un animal satisfecho (p. 166)”.
Irma es una joven mujer que tras la muerte de su madre emprende un viaje a una playa. Durante el viaje y al llegar al sitio deseado, ella comienza a manifestar cambios en su cuerpo hasta convertirse en un reptil. En ese sentido, la novela también puede leerse como una suerte de bitácora de viaje, en cuya estructura fragmentada, párrafos cortos y espacios en blanco, el lector encontrará un ritmo a veces poético. El cambio de piel que Irma sufre, la transformación de sus párpados, pupilas, orejas y extremidades, pueden interpretarse como una manera de dejar atrás el pasado y superar la muerte de su madre. Pero lejos de utilizar el recurso narrativo del viaje como metáfora para superar una pérdida, Tarazona traslada el tema del duelo a la llamada narrativa de lo extraño, pues en el proceso de transformación de Irma son testigos un hombre que ella conoce en la playa y la mascota que este personaje tiene, un oso hormiguero, logrando así convivir con los límites de lo real y la literatura fantástica.
Para registrar su transformación, Irma recurre a un diario, encontrando en la escritura y el lenguaje una manera de conservar su parte humana que está perdiendo. En ese testimonio que tan prolijamente escribe, ella establece una estrecha relación con los nuevos atributos que tiene su cuerpo. Esta relación se convierte en uno de los ejes principales de la novela y en uno de sus principales logros: como Irma es consciente de la animalidad que posee, ella comienza a explorarla.
En este sentido, uno de los cambios más significativos que tiene su cuerpo es la desaparición de su sexo: “Llegó el momento más estremecedor de mi transformación: perdí el sexo. Como mis articulaciones, ahora mi sexo está cubierto de una piel más gruesa (p. 65)”. A partir de ese momento Irma explorará, más por el instinto sexual de su condición reptiliana que por deseo, situaciones relacionadas con su sexo, como cuando el dueño del oso hormiguero le unta una cera especial sobre su piel y después ella se tumba sobre una roca para tomar el sol: “Él está dándome la espalda, veo que comienza a masturbarse. (…) El instinto me lleva a sentarme encima desnuda y pego mi nuevo sexo a esa mancha de semen sobre la arena (pp. 68-69)”. Irma también explora su nuevo cuerpo a través de la alimentación, y su deseo de comer insectos la lleva a ingerir una cucaracha. Después de comérsela, ella escupe veneno y luego pensará que está embarazada: “Mi vientre sigue creciendo y este engrosamiento me produce una alegría que no sé cómo medir. Tengo la sensación de que mi descendencia será idéntica a mí, de semejanza antinatural (p. 144)”.
A través de estos temas, Tarazona logra que El animal sobre la piedra también dialogue con algunas ideas que ha expuesto la filósofa Judith Butller en su teoría queer, en el sentido de que Irma se reproduce de un modo diferente al de la mujer como consecuencia de su metamorfosis, y con el personaje femenino de G. H. que aparece en la novela de Clarice Lispector La pasión según G. H., quien también se come una cucaracha en un momento determinado de la historia. Esto significa que los alcances de la novela no solamente se limitan a La metamorfosis, pues la intención de Tarazona no fue la de reescribir el relato de Kafka, sino la de construir una novela que traslade los límites de lo real a la narrativa de lo extraño y que con ello conviva con la obra de autoras como Amparo Dávila, y de narradores como Bernardo Esquinca y Alberto Chimal. Con esta serie de recursos, Daniela Tarazona pone de manifiesto que lo extraño se manifiesta en la realidad, pero de manera subterránea, como una amenaza que está ahí sin ser vista.
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