Karla Rojas Arellano
David Ojeda (1950-2016) fue escritor, investigador, coordinador de talleres literarios, profesor y traductor. Su trayectoria y obra publicada dan cuenta de la importante aportación que hizo en los diversos ámbitos donde se desenvolvió, colocándose como una figura destacada en la literatura del siglo XX.
Mucho es lo que se puede escribir sobre su obra y su labor como promotor y mentor; sin embargo, nos enfocaremos en su aspecto de traductor, más concretamente en el trabajo que realizó en conjunto con Joan Boldó i Climent, Editores y la Dirección General de Investigaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas, con quienes publicó La ira del águila, antología de cuentos de Sylvia Plath que el propio David Ojeda seleccionó y tradujo.
Muchos elementos entran en juego al momento de hacer una traducción, los principales: la competencia traductora, que es el conjunto de conocimientos, destrezas, y habilidades que se aplican para acercarse al texto; y la competencia intercultural, que es la habilidad para mediar entre la cultura de la que se traduce y la propia. Pero, de acuerdo con Francisca Eugênia dos Santos y Esteban Alvarado, lo más importante es la sensibilidad del traductor para no limitarse a una “búsqueda de equivalencias lingüísticas entre dos idiomas”; para ellos la traducción es una tarea intelectual planteada “desde una perspectiva sociocultural tanto del traductor como del texto original en la construcción del texto y de la cultura meta”.1 Esto último es lo que observamos en el trabajo de David Ojeda, quien no se limita a solo traducir o poner en su lengua materna textos escritos originalmente en inglés, sino que logra transmitir el mensaje sin que pierda su esencia de aquello que la autora ha escrito; lo anterior es un gran mérito, sin duda. Sin embargo, quiero destacar aquí otro aspecto. La presentación que escribió para esta antología tiene el valor de la atemporalidad y la vigencia. En un contexto en el que se debate sobre el término “literatura femenina”, la presentación que precede a los cuentos adquiere relevancia por sí misma.
Hasta hace no mucho, todo lo que yo conocía de Sylvia Plath tenía que ver mayormente con su poesía, la novela The bell jar, y su diario. Poco o nada había escuchado sobre sus cuentos. Por ello me sorprendió gratamente encontrarme con una antología de cuentos que, para el año de publicación, seguro eran escasamente conocidos, al menos en el medio editorial del país. Quizá algunos estudiosos o especialistas en la autora conocieran los textos y alguna traducción; no puedo afirmarlo ni negarlo, simplemente no lo sé y por ello, repito, me sorprendió ese libro con diez cuentos de corte intimista, y por momentos autobiográfico, de Sylvia Plath.
Pero hubo una segunda y más grata sorpresa. En un momento en el que se habla de “literatura femenina” con la intención de visibilizar a las escritoras (como si estas no fueran ya visibles desde la Colonia) me pareció revelador encontrar que, hace más de treinta años, alguien ya hablaba de lo poco favorable del término por considerarlo “concesión, reduccionismo que no hace sino reproducir avasalladores y torpes esquemas”. Fue una especie de epifanía, porque coincido totalmente con ese planteamiento, lo que ha generado no pocos debates al respecto en años recientes.
Sensible como era, David Ojeda reivindica la labor literaria de las mujeres no en términos de la victimización que supone la invisibilidad que muchas autoras contemporáneas alegan, sino desde la labor creativa y la convicción de quienes, como Sylvia Plath, se sobrepusieron a un ámbito cultural dominado por una masculinidad2 que dictaba los criterios de editores, críticos y académicos. Explica cómo estos fenómenos se volvieron, a fuerza de repetirse y replicarse, norma y convención contra la que se enfrentaban las escritoras.
Pone de manifiesto las dicotomías que plantea el quehacer artístico en general y literario en particular. A la inherente angustia del vacío sobre el cual se volcará la creatividad para hacer surgir una obra, se suma la de hacerlo desde la condición femenina porque el rompimiento no termina una vez que se produce, sino que se extiende a la forma, lo que se espera que escriba una mujer: “A la escritora, además de la pugna entre las forma literarias y la necesidad de su ruptura, se le revela con rapidez la certeza de un sistema que a priori le veda territorios o, por lo menos, le impide transitarlos con soltura.”
Por si lo anterior fuera poco, va más allá al afirmar que una vez que la escritora logra trascender las convenciones y los límites marcados, se verá sometida a la crítica literaria, al mundo editorial y al canon regido por esos patrones masculinos e incluso por su propia pareja. Aquí, de manera objetiva, sin entrar en especulaciones de ningún tipo, pone el foco en la relación de Plath con Ted Hughes.
Una vez fijada esta postura, nos lleva de la mano por la vida personal y literaria de la autora haciendo despliegue no solo de su amplio conocimiento, sino de la sensibilidad con que se ha acercado a ella. Al final de la presentación, ya estamos instalados en la obra que él, con intuición y buen tino, seleccionó y tradujo para deleite de quienes amamos el género cuentístico y no conocíamos esa faceta de Sylvia Plath.
Karla Rojas Arellano, La Mesa de Tijuana, mayo de 2021.
1 Dos Santos, Eugênia, Alvarado, Esteban. “Traducción literaria y sus implicancias en la construcción de la cultura”.Revista Núcleo 29, 2012, pp. 217 – 245.
2 Término que ahora equivaldría a ‘machismo”.
Sé TESTIGO