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MÚSICA

Instantáneas para Sax

Juan Félix Barbosa Velázquez

A Eulalio Cervantes “Sax”,

quien, como ser humano y personaje,

tuvo el mismo brillo excepcional.

Solín

Yo sí lo conocí, dice el comienzo de la canción “Solín”, de La Maldita Vecindad. Solín era el ilustre adolescente, compañero de Kalimán, este último, superhéroe mexicano de cómic y exitosas latitudes radiofónicas. El Solín de la letra de la canción que forma parte del disco El circo es un mexicano habitante de la vecindad, desempleado, machetero y vendedor de amor caído en desgracia y que, inspirado en el héroe de turbante blanco, encontró la chamba ideal en la feria, una de faquir con la que se volvió completamente popular.

Eulalio Cervantes Galarza, Lalo, se encontró de frente con su talento musical desde pequeño. Vivía en Soledad, en la calle Porfirio Díaz, y era miembro de la pandilla los Panthers, sus carnales de sangre y de siempre; con ellos le entró a los chingadazos de la vida y a los otros, cuando se trataba de defender el territorio; pero, también conoció el valor de la amistad y la solidaridad.

Estudió en la secundaria Graciano Sánchez y allí, a su corta edad, comenzó a tocar el clarinete, siempre con instrumentos prestados, y tiempo después, cuando su familia pudo ayudarlo a tener uno propio, fue el saxofón, instrumento que se volvería su sello característico, su alias y que siempre ejecutó hasta el final. El rock lo conoció por su padre, que escuchaba a Creedence Clearwater Revival o Deep Purple, por mencionar algunos. A partir de los 13 años comenzó a percibir dinero luego de tocar en bares y en fiestas. Tiempo después, reunió lo suficiente para comprar un boleto de ida a la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, en calidad prácticamente de faquir, para estudiar música en el Conservatorio, en donde ya había sido aceptado.

Un gran circo

Difícil es caminar por un extraño lugar en donde el hambre se ve como un gran circo en acción. En las calles no hay telón así que puedes mirar como rico espectador, te invito a nuestra ciudad. Cuando Eulalio llegó al DF, se gastó enseguida lo poco que llevaba y a veces pedía dinero en las estaciones de autobús para cumplir con una lánguida dieta de una comida al día, consistente en bolillo y leche. Durante un tiempo vivió en el cuarto de una azotea y ensayaba hasta 12 horas al día con su instrumento. La calle siempre fue el medio natural para sobrevivir y sobresalir, porque justamente en la calle, cuando caminaba cerca de un estudio de grabación, escuchó ruido, tocó a la puerta y allí conoció a los que serían sus compañeros musicales en adelante: a la Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Ellos buscaban a un saxofonista, y Eulalio llegó como si hubiera intuido el llamado. Una vez adentro, dio muestra del dominio de su saxo y, como solía mencionar en entrevistas, a los tres minutos ya estaba grabando con la banda, y al día siguiente, tocando con sus nuevos colegas en el mítico Rockotitlán.

Pata de perro

De toda la flota él era el más jalador, no había rival para este gañán, Pata de perro por aquí, pata de perro por allá. Eulalio era aún menor de edad y no había una escena musical para la recién conformada Maldita Vecindad. El grupo resultaba atípico para el resto de las bandas por tener percusiones latinas y, obviamente, un saxofón. Frente a eso, los rockeros de hueso colorado los llamaban despectivamente cumbieros, y con estos últimos simplemente no cabían. Tocaron en bares, en kioscos, en fiestas de XV años y en camiones de redilas que hacían las veces de caravana por colonias y barrios. Lo que sí fue un hecho notable es que después de tocar su repertorio fueron acumulando un ejército de adeptos incondicionales, al grado que algunos antros, como el 9 o el Rockotitlán, empezaron a programar bandas mexicanas de música original, hecho que abrió el espectro para una escena que terminó por interesar a las disqueras transnacionales.

Maldita Vecindad firmó con BMG, lanzaron su primer disco homónimo en 1988, y en 1991 estrenaron el que es considerado uno de los mejores álbumes de rock en español: El circo, material que les abrió las puertas de la fama y una gira mundial titulada “Pata de perro”, hecho inédito para un grupo mexicano que no solo fue a Estados Unidos, sino también a Europa.

1992

Parecemos nubes, que se las lleva el viento… escapar uno del otro y cometer la fuga: vamos a dar una vuelta al cielo para ver lo que es eterno. El 92 fue un año bisiesto muy peculiar, atípico y que, además, dio luz a joyas como El Silencio de Caifanes, Dynamo de Soda Stéreo o (de más allá de la lengua española) Core de Los Stone Temple Pilots, Rage Against the Machine con su álbum homónimo, y Vulgar display of power de Pantera, entre otros. Con la animosidad de ese tamaño de música, nos encontrábamos afuera del departamento de Sax, en el entonces DF. Tocamos el timbre, nos respondieron por el interfón y dijimos que buscábamos al músico potosino. Con toda la frialdad del mundo, nos contestaron que no estaba, que andaba de gira por Europa, y que no sabían para cuándo regresaría. Éramos seis los que estábamos afuera, aturdidos, por el ruido caótico de los autos y una respuesta que no esperábamos.

Habíamos salido de San Luis Potosí rumbo a México, decididos a convencer a Sax de que la Maldita Vecindad fuera a tocar a beneficio de la aún Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con la finalidad de comprar equipo para los laboratorios de la institución gracias a lo recaudado. Antes de ir al DF, cuando recién surgió la idea de organizar ese concierto, en la escuela, de la nada, una cadena de coincidencias nos llevó hasta el teléfono particular de Sax, quien, luego de escuchar nuestra propuesta, nos dijo: “¿Por qué no se vienen para acá, y acá lo platicamos?”. Aquello desató la euforia de un nutrido grupo de estudiantes que luego quedó en solo seis, mismos que decidimos ir, a como diera lugar, a la capital del país a pesar de no tener dinero.

Llegamos al mediodía. Como pudimos, encontramos la dirección que nos había dado Sax, y al poco rato, seguíamos afuera con el aturdimiento por la respuesta negativa. De pronto, alguien de nosotros comentó: “Díganle, por el interruptor, que venimos de San Luis”; palabra mágica: la puerta de rejas metálicas para ingresar al conjunto habitacional se abrió automáticamente. Enseguida, llegamos hasta su departamento, y un par compañeros suyos, desconocidos para nosotros, nos recibió con afabilidad, aunque nos comentaron que Sax había llegado muy tarde a dormir y le diéramos tiempo para descansar. Fuimos a recorrer Chapultepec, en donde, luego de un rato, dormimos un par de horas en el césped del bosque, pues el viaje en autobús había sido incómodo.

De regreso, no tuvimos problema en ingresar al departamento. Sax lucía un pantalón negro de dormir, una bata de seda roja oriental con motivos dorados y unas zapatillas tipo kung-fu, muy a la Bruce Lee. Nos presentamos, platicamos brevemente y nos dijo: “Dejen me cambio y acompáñenme a comprar un tequila”. Ya en la charla, le planteamos nuestra propuesta. Su respuesta fue franca: “Tenemos todo un equipo de gente que trabaja con nosotros y no podemos dejar de pagarles. Podría hablar con mis demás compañeros para ver si nosotros no cobramos, pero lo de los demás sí debe ser cubierto”. Nos desencantamos un poco, aunque sabíamos con anticipación la respuesta que nos daría. Nos quedó la idea de llevar ese mensaje a las autoridades de la escuela, que tiempo después la desecharon sin consideración. En el depa de Sax, llegó la noche. Hablamos de música del mundo, de filosofía y de cine. Eulalio nos sorprendió porque dejó ver que era lector asiduo, atento, hábil con las palabras; y una virtud que jamás perdió era su asombrosa sencillez sin falsas pretensiones, pese a que en esos momentos la Maldita fue catalogada por su disquera como prioridad mundial, y en ese entonces se encontraban en lo más alto de la fama. Recién habían regresado de Europa, de donde, por cierto, trajo un tabaco holandés aromático y exquisito para pipa que nunca habíamos probado y que, amablemente, nos convidó. También nos obsequió, autografiado, un disco ep de acetato de 45 revoluciones editado en España, en el que se exponía, en la carpeta interior, cómo los medios de comunicación ibéricos se rendían ante la autenticidad de la banda mexicana surgida de las entrañas de una ciudad como el DF. Al otro día nos invitó, con todo pagado, al Teatro Ángela Peralta a un concierto de bandas, todas entonces completamente desconocidas en la mayor parte de la república, como Kasino, Las Víctimas del Dr. Cerebro, entre otros, más los estelares: Café Tacuba, quienes, con su aparición, enloquecieron el lugar anticipándonos lo que estaba por ocurrir en el resto del país.

Kumbala

Luz roja es la luz, luz de neón, que anuncia el lugar, baile Kumbala bar y adentro la noche es música y pasión. La generosidad de Eulalio le daba mucho más brillo a su personaje del Sax, y como tal, tiempo después siguió teniendo deferencias hacia nosotros, que ya éramos un número más reducido de compañeros; por ejemplo, como cuando nos invitó al séptimo aniversario de la Maldita, ese mismo año, en el Auditorio Nacional, o cuando también fuimos sus invitados en conciertos ofrecidos en diversos escenarios; experiencia que nos brindó la oportunidad de constatar, reiteradamente, el nivel que como músico tenía.

Su generosidad alcanzó a personas, músicos, agrupaciones y, desde luego, al gran público que vibró con sus composiciones; público de diversos países, y que justamente se desbordó en las redes sociales cuando se enteró del fallecimiento del músico potosino, el domingo 14 de marzo de este año, con impensadas muestras de afecto y reconocimiento.

En una entrevista, alguna vez le preguntaron a Lalo cómo le llamaban los más allegados, que cuál era su aportación a la música mexicana. Él, con su labia y sencillez, respondió que eso no le tocaba decirlo a él, sino a la gente o al tiempo.

Y es precisamente después de su deceso, cuando las miradas comienzan a tener mayor claridad sobre el tema. En palabras del productor argentino Gustavo Santaolalla, Sax siempre tuvo mucho ánimo de conocerlo todo y la chispa de aprenderlo y dominarlo con habilidad desbordante; quizá por eso fue multiinstrumentista, compositor, arreglista, productor y músico invitado en otras bandas también legendarias. Pero quizá una de sus grandes virtudes como artista es que, sin proponérselo, se volvió el catalizador de expresiones y géneros musicales mexicanos y del mundo para amalgamarlas en eso que hoy se reconoce como el estilo de Maldita Vecindad, de manera particular en el álbum El circo. Así, este álbum tejió vasos comunicantes entre diversas generaciones que anteriormente se rasgaban las vestiduras con la eterna confrontación entre rockeros y tropicalosos. De esta manera, las aportaciones de Eulalio y sus sonidos de saxofón, trompeta, instrumentos árabes o el diyeridú (didgeridoo en inglés) fueron el químico preciso para comenzar a derretir barreras y prejuicios hasta entonces infranqueables.

Sax fue un ser humano de convicciones claras, un personaje de inigualable carisma y un artista que le dio la fuerza y la explosividad necesaria a Maldita Vecindad. Dejó como herencia un ideario musical que motivó a jóvenes de diversos estratos sociales y diferentes gustos musicales para que acudieran en multitud al llamado de su muy peculiar toque de Diana, siempre festivo y desmadroso, siempre de música y pasión.

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