Por JULIÁN MITRE
Soy un cuarentón con la energía de un cincuentón que a veces se porta como veinteañero, y que mientras escribe esto intenta recordar a su yo de diez años. Tantas variantes confunden mi mente impidiendo recordar qué disco de metal escuché primero: A real deadone, Iron maiden de Iron Maiden o Pacto con el diablo de Los Ángeles del Infierno. Pero sé que uno me llevó al otro cuando ignoraba por completo que ese conjunto de voces tan poderosas como agudas, estruendosas baterías y veloces guitarras se llamaba heavy metal. Lo que recuerdo bien es que no estaba listo para la música en inglés, olvidé a la doncella por un tiempo y me decanté por los que algunos llegaron a considerar los Judas Priest españoles. La banda, llamada The Flood en sus inicios, se fundó en 1978 por el guitarrista Robert Álvarez y el bajista Santi Rubio, a quienes se sumarían Manu García en la guitarra e Iñaki Munita en la batería. En 1982, con la llegada de Juan Gallardo en las voces, encontrarían el nombre y el camino que les daría fama. Algunos tipos se fijan en ellos, fichan para Warner Music, y en 1983 comienzan a grabar Pacto con el diablo, que vería la luz un año más tarde.
Yo descubro el disco un sábado de 1993. Paseaba por el tianguis de la colonia buscando luchadores de plástico o un superhéroe hasta que pasé junto a un puesto que vendía casetes piratas. Me detuve a ver, y entre la variedad de portadas me topé con una que mostraba a una mujer con los pechos desnudos y cinco tipos greñudos vestidos de negro mirándola con cara de malosos. Claramente parecía ser algo que no debería escuchar en casa mientras hubiera adultos presentes. Lo compré y lo llevé a casa esperando ansiosamente el momento de quedarme solo para poder meterlo en la grabadora y darle play. El disco me gustó desde el primer riff, pero tardé varios años en entenderlo. Lo fui haciendo rola por rola y así lo describo ahora.
“Maldito sea tu nombre”
Habían pasado dos años, ahora vivía en una casa en la que sabía que podría escuchar lo que quisiera. Puse mi Pacto con el diablo en el estéreo que se encontraba en la sala y me recosté en el sillón. Arrancó la primera canción del álbum. En aquellos momentos ignoraba que esos riffs clásicos y contundentes tenían una gran influencia de Judas Priest, y que la voz de Gallardo era una de las más poderosas de España; yo sólo cerraba los ojos y escuchaba, pero ese día puse más atención a la letra que a la música y dije: “carajo, ¿pero a quién maldicen? ¿Quién es ese cuyo poder es tan grande que nada le prohíben, que todo lo consigue?”. Pensé en detener la reproducción, pero no pude, preferí escuchar y reflexionar. Ahí se terminó mi catolicismo.
“Rocker”
Con riffs más sencillos y veloces, un cambio de tiempo y un buen solo de guitarra. Sexo, drogas y rock and roll, no es necesario decir más.
“Unidos por el rock”
Concebida para ser un himno, coros que lo confirman en su última parte para cantarse en vivo. Está canción y la anterior las comprendí hasta que fui a mi primer concierto.
“Esclavos de la noche”
Otra vez la influencia del metal británico en los riffs del inicio, letras de noctámbulos delincuentes. Juan Gallardo imitando una sirena y el grito de una víctima.
“Sombras en la oscuridad”
La más larga de todo el disco. La más oscura. Imágenes de pesadilla contadas por los alaridos de Gallardo y un bajo lento que crea un ambiente lúgubre que me aterra. Tengo 12 años, la escucho desde los 10 cada noche en el walkman que le secuestré a mi hermana.
“El principio del fin”
No hay escapatoria, el infierno está en la tierra, así lo anuncia el taladro que perfora los oídos antes del primer guitarrazo de este tema, rápido, contundente, devastador. Mi otra canción para dormir intranquilo.
“Condenados a vivir”
Después de la pesadilla, viene la realidad, que resulta peor. Por eso la furia, el enojo, la protesta, la velocidad, el solo de guitarra al puro estilo de la banda.
“Sangre”
Todo disco de metal que se precie tiene una balada. Sangre es la de este, pero suena siniestra. Hay una balada, sí, pero no hay espacio para volverse blandos.
“No juegues con fuego”
Por si no quedaba claro lo de no volverse blandos, esta canción te lo recalca con un coro que se graba en la mente por días, y un efecto en las guitarras que te obliga a hacer headbandig aunque no sepas qué es eso.
“Pacto con el diablo”
Tema rápido y pegadizo sobre un chamaco pactando con Satán. Perfecto para vaciar la energía que te resta luego de escuchar las piezas anteriores.
A los Ángeles se les acusó de aprovecharse del camino que ya habían pavimentado Barón Rojo y otras bandas. Pero lo cierto es que Pacto con el diablo es mucho más crudo y duro que todo lo que había en la época, y es por mérito propio uno de los mejores discos del metal español ochentero, escuchado por legiones en ambos lados del charco. El mejor de la banda y que me acompañará hasta el infierno.
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